Decrecimiento Expansivo: la disciplina arquitectónica como nuevo campo para el de activismo

Hace dos décadas que la multiplicidad, la pluralidad, los flujos y las redes se celebran como los nuevos paradigmas contemporáneos. En este contexto resulta cuanto menos reaccionaria la reciente propuesta de Koolhaas para la próxima bienal de Venecia, en la que invita a volver a discutir -y por tanto transgredir- elementos esenciales y primarios de la arquitectura como son las puertas, los pavimentos y los techos. Pero esta “llamada al orden” no es nueva: autores como Robert Somol y Sarah Whiting llevan un tiempo reivindicado en el contexto de encuentros sobre ecología urbana la necesidad de volver a las herramientas y ocupaciones “tradicionales” de la arquitectura como un modo de escapar al riesgo de disolver la capacidad operativa de la disciplina en la complejidad y lo heterogéneo.

Pero detrás de estas posiciones hay más: la regresión a lo esencial ayuda a articular una crítica a la recuperación de la figura del arquitecto como mesías social, una figura cuya heroicidad es reprimida y sublimada no ya en la forma de una utopía sino a través de un heroico abandono y desapego hacia la propia disciplina. Pero ¿y si la disciplina arquitectónica fuera tomada como un campo para el activismo? El espacio tensionado entre las oportunidades que nos ha brindado la expansión del campo disciplinar y la necesidad de volver a dibujar aquello que le concierne está emergiendo como un campo de batalla irrenunciable, en el que la arquitectura se juega tanto su credibilidad como su compromiso con la esfera de lo social.

Sin embargo, nuestra pregunta es doble: se trata de una invitación a revisar la arquitectura pero también las formas posibles de activismo. Si vamos a discutir sobre la disciplina arquitectónica como la próxima frontera para el activismo, las implicaciones sociales y políticas del diseño no pueden desentenderse de los aspectos formales y estéticos. La discusión teórica sobre sobre los témas diciplinares es más que necesaria para poder abordar las puertas, los muros, los suelos y los techos como nuevos «temas sociales». Recientemente Georges Teyssot ha propuesto una lista más sugerente si cabe para hablar de lo «esencial»: ventanas, puentes, espejos y pantallas son vistos como umbrales —fronteras y puentes con el exterior (y con lo otro). ¿De qué modo pordriamos sumarnos a esta discusión sobre los elemntos esenciales? ¿De qué otros modos podría articularse lo complejo y lo heterogéneo con lo “esencial”? ¿Qué nuevas lecturas del espacio y del territorio, inequívocamente arquitectónicas, nos brinda este doble movimiento de expansión y decrecimiento?

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