1.8.2006

Zumthor, belleza depurada

Por Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste, publicado en el suplemento ABC de las Artes y las Letras.

La experiencia profunda de lo bello entraña la extrañeza provocada por cierta sensación de revelación, de perturbación, como de redescubrimiento ante aquello que nos fascina para conmovernos. Y cuando esa aparición se esfuma, en la memoria intelectual y sensorial de nuestro espíritu deja un poso y un anhelo que impulsa a reiniciar su búsqueda. «Echo de menos algo: una empatía que instantáneamente me afecta cuando experimento la belleza. Antes de experimentarla, no advertía o ya no sabía que la extrañaba, pero la renovación de ese conocimiento me evidencia que siempre lo estaré echando en falta. La belleza existe, aunque sus apariciones son relativamente infrecuentes y, normalmente, se producen en lugares inesperados», escribe Peter Zumthor en la convicción de su sentimiento hacia la belleza, en su determinación de impregnar sus edificios de ella para dotarlos de alma, de crear arquitectura capaz de apelar a la dimensión sensual del cuerpo y a la dimensión emocional del intelecto.

En manos de un artesano. Dos pequeños volúmenes, Thinking Architecture y Atmospheres (Birkhäuser, 2006), recogen el pensamiento estético de este arquitecto que comenzó formándose como artesano, cuyo trabajo se distingue por una incomparable maestría sobre el material y por la intensa impresión espacial que emanan sus edificios. Yuxtapuestos éstos a sus reflexiones, se comprende que esencialmente la obra de Peter Zumthor es una búsqueda de realización de la belleza depurada a través de la arquitectura. Y, a la vez, una persecución de la depuración de la propia arquitectura, de su elevación al absoluto en el que cada edificio deviene un ente indisolublemente aferrado a la realidad como concreción de ésta. «Un edificio que sea él mismo, siendo un edificio, no representando alguna cosa, sólo siendo. Aquello que me interesa y en lo que quiero concentrar mis facultades imaginativas es en la realidad del específico cometido del edificio relativo al acto o estado de habitar. La realidad de la arquitectura es el cuerpo concreto, en el cual, formas, volúmenes y espacios adquieren entidad. Lo único que contiene ideas son las cosas».

La obra de Zumthor expone la necesidad de fomentar una arquitectura propositiva -«capaz de proveer a los individuos de las condiciones espaciales naturales para sus rutinas diarias»-, cuya trascendencia reconfigure el hecho de habitar, de cobijar, para ser además un lugar donde los cinco sentidos vibren. Los arquitectos han ido perdiendo el instinto y la necesidad de crear esa dimensión, transformando frecuentemente sus obras en un acto vulgar por la ausencia de esa voluntad que puede transformar el pensar y el construir en un hecho que se aproxime a lo sagrado.

La creación de estos mundos -no necesariamente mediante el uso de especulaciones dialécticas ni parafernalias estructurales- tienen más qué ver con los detalles, la idea de palpar, oler, escuchar, ver? Al ser elevados al sentir estamos inmersos en un universo único y particularmente nuestro.

Primero de todo: imaginar.
Peter Zumthor sostiene firmemente que la actividad mental del arquitecto consiste en imaginar, «en componer las cosas primero en nuestras cabezas y después trasladarlo al mundo real», según sus palabras; cuestionarse acerca del objeto que hay que diseñar y de cuál será su relación con el entorno circundante para dotarlo de una identidad e individualidad fundamentada en unas cualidades sensuales capaces de afirmar la existencia del edificio desde la percepción de su dimensión tangible y de la dimensión integrada por lo subjetivo inherente a su vivencia y apreciación.

Como movido por una racional voluntad de desvelar los misterios de la realidad, este artesano minucioso insta a usar el material alquímicamente, explorando la infinitud potencial que puede extraerse de toda materia: «Toma una piedra. Manipúlala. Cada vez devendrá en algo distinto. Los materiales reaccionan entre sí y tienen su propio resplandor. Así, de la composición material, emerge algo único». La consciente experiencia de la realidad se produce a través de la integración de las reacciones de los sentidos, estimulados e inspirados por un contacto con la materia que ha adquirido una distinta esencia tras ese tratamiento de profundización para descubrir una distinta belleza latente. La memoria, como preservadora de recuerdos de las atmósferas de los lugares que recordamos como bellos, es para Zumthor herramienta indispensable en esa labor de sentir y reformular la materia.

Ser un coleccionista de recuerdos de atmósferas, reales e inventadas, pobladas de sensaciones sutiles y elegantes aboca a Zumthor a ser un sublimador de la realidad que, consecuentemente, concibe una visión idealizada de la arquitectura y, por extensión, de la propia esencia de la vida: «Para mí, los edificios poseen un bello silencio que asocio con atributos como compostura, durabilidad, presencia e integridad, también con la calidez y la sensualidad. Es hermoso estar haciendo un edificio e imaginarlo en total serenidad». Se podría afirmar que a Zumthor le agrada pensar que su arquitectura es escenario perfecto para vidas dedicadas a la contemplación, a la búsqueda de una culminación de lo humano.

Colmar el espíritu
Peter Zum-thor proclama en estos escritos una forma de hacer que, además de cumplir con los intereses materiales y ser un producto adecuadamente formal haciendo resonar de nuevo las teorías platónicas sobre la belleza, colme el placer espiritual, sin necesidad de contraponer o separar estas ideas. El cuerpo y el alma como un hecho único e indiferenciado.

Desinteresado por la arquitectura reciente, encuentra sus afinidades en la obra de individuos contemporáneos ajenos al ámbito de ésta. Hacer arquitectura equivalente a una película de Aki Kaurismaki; diseñar como crea música John Cage, sugiriendo así la idea de una conciencia de percepción e imaginación de la realidad del que nace un espíritu y actitud estética que trasciende el concreto medio de expresión.

Su pensamiento indaga sobre el reconocimiento de la esencia transtemporal de la arquitectura para descubrir en ella qué es y cómo se define lo humano. Zumthor no sugiere que a través de su trabajo y su reflexión pretenda evitar para nuestra época un olvido del sentimiento de lo bello; empero, esta arquitectura, donde la noción de la belleza y la poesía de la naturaleza y el alma del hombre laten para introducirse en la sustancia vital, se corporiza -usando palabras de la filósofa María Zambrano- como una versión nueva de lo eterno.

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