16.6.2006

Vancouver: ciudad del deseo

Por Josep Maria Montaner y Zaida Muxí.  Publicado en el suplemento Culturas de La Vanguardia el 14 de junio de 2006.

La primera impresión que nos deja Vancouver es el de una ciudad que aspira a ser ideal, con su arquitectura contemporánea de esbeltos rascacielos acristalados que dialogan en armonía con un idílico paisaje natural, de bosques y mares. Desbrozar la construcción de su mito y entenderlo en toda su magnitud toma un poco más de tiempo.

Denominada el Los Ángeles canadiense, Vancouver es una ciudad que se ha hecho a sí misma como mito de la posmodernidad. Su clima y situación le permiten ser una ciudad nórdica, con montañas y pistas de esquí, y a la vez meridional, con buen tiempo relativo en invierno, puertos, marinas y playas para el verano. Ello ha comportado una ciudad con un alto nivel de vida, con una clara apuesta por los espacios públicos, paseos, parques y playas. La recuperación del centro iniciada con la Exposición Universal de 1986, coincidiendo con el comienzo del cambio del modelo productivo global, llevó a la destrucción de gran parte de la arquitectura industrial para construir un nuevo downtown atractivo para vivir: mezcla de usos y servicios desarrollados con un urbanismo amistoso con el peatón que crea una red de espacios públicos y una relación especial con el paisaje. Una mezcla de la buena tradición de la ciudad compacta europea y de la espacialidad y distancia entre edificios más propia de las ciudades americanas. Vancouver ha buscado en su área central una mezcla tipológica residencial: protección de áreas de viviendas aisladas, densas en arquitectura tradicional, como el barrio de Kitsilano; zonas de residencia de densidad media a base de bloques formando recorridos; y rascacielos apoyados en una base de viviendas en hilera que formalizan la calle dándole escala y vida.

Como sucede hoy en casi todas las áreas metropolitanas, sus zonas centrales pueden resultar ejemplares por su densidad, la mezcla de usos y gentes, la atractiva vida urbana y la apuesta por un modelo sostenible. Sin embargo, sus expansiones en el territorio se basan en las autopistas y el vehículo privado, y su modelo de residencia es la vivienda unifamiliar aislada, generando sectores unifucionales y monosociales. De este llamado modelo americano de crecimiento tampoco Vancouver es una excepción. Aunque comparando su situación con otras ciudades del planeta, el área metropolitana intenta articularse en torno a centros de cierta presencia y densidad, a los que se pueda llegar con transporte público, autobuses locales y el llamado SkyTrain o metro aéreo que relaciona con una anilla toda el área.

La imagen de la ciudad central y algunos edificios emblemáticos, especialmente las obras de Arthur Erickson, el más famoso arquitecto de la ciudad, de expresivas estructuras de hormigón armado, la han convertido en la sede ideal para la filmación de películas: desde la serie Expediente X, filmada en Vancouver durante cinco años y que utilizaba el campus de la universidad Simon Frazer como escenario figurado para la sede del FBI, hasta las películas de sagas como Blade Trinity, Alone in the dark, Underworld evolution. Vancouver es el escenario ideal para el cine de acción ya que representa el estereotipo de la ciudad contemporánea: en muchos aspectos puede ser el simulacro de otras ciudades modernas. En ella conviven en el mismo paisaje la naturaleza salvaje y la ciudad artificial. Con sólo cien años de historia, es ahora la Hollywood del norte y su presencia en el cine la convierten en una ciudad deseada, como lo son aquellas que son escenario asiduo de películas? Nueva York, Venecia, Los Ángeles, París, Barcelona… Precisamente algunos la llaman también la Barcelona de Canadá.

Vancouver tiene también su imagen oscura. De hecho fue el lugar que inspiró a Philip K. Dick a principios de los años setenta los escenarios de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, novela convertida en la mítica Blade Runner, que por sus semanas continuas de lluvia deprimió e inspiró al autor de ciencia ficción. En el Vancouver real la segregación social también puede ser muy evidente: predomina la ciudad cuidada, en cierto modo lujosa de los rascacielos, y el barrio de Hastings donde vivió Dick que es el límite de Gastown ?la zona antigua? prácticamente poblado sólo por miles de desheredados. Una realidad muy próxima a la distopía de Blade Runner. Vancouver ha sido también lugar de inspiración para William Gibson, novelista del ciberespacio. Esta es Vancouver: la ciudad de la lluvia, las montañas siempre verdes, las bahías infinitas y los rascacielos casi evanescentes. Estos impresionantes rascacielos, que le dan una especial seña de identidad, han sido construidos en los últimos quince años: casi todo es de cristal y la proporción es muy esbelta, ya que la ordenanza, a pesar de no generar plantas muy rentables, fija unas medidas máximas de 25 por 25 metros y unas distancias mínimas entre los ya centenares de rascacielos que han crecido en Vancouver. Pero si las superficies resultantes por núcleo de ascensores y escaleras no son rentables, si lo es la venta de vistas espléndidas en todas las direcciones, el mayor atractivo para quienes buscan vivir en estas torres: hacia las montañas, los parques y la ciudad, hacia las playas, el mar y los puertos.

En Vancouver se ha producido un fenómeno interesante y, a la vez, ambiguo. La revalorización del centro ha hecho que muchos habitantes especialmente parejas mayores con muchos recursos vuelvan a vivir en pleno centro, en estos apartamentos de lujo en las torres. Ello ha encarecido mucho el precio de la vivienda, aunque se haya producido esta corriente positiva de revalorizar una estructura urbana que se densifica y verticaliza. Por ello, la normativa urbana establece una serie de condiciones que intentan evitar un seguro proceso de gentrificación: un 20-25% de las viviendas han de estar reservadas para vivienda social y del resto, un 20% han de ser grupos familiares con menores, evitando así una ciudad de la gerontocracia.

Son éxitos y servidumbres de haberse creado a sí misma como mito, como objeto de deseo, como narración. Estas torres de apartamentos de lujo no van a ser muy adaptables en el futuro, ya que tienen tres metros de altura y es difícil que puedan albergar otro uso. En la medida que es un lugar donde se instalan muchos habitantes procedentes de Asia, especialmente de China, Vancouver es también una ciudad muy oriental, por sus arquitecturas tradicionales con forma de miradores indios, sus árboles y comida del Japón y sus rascacielos como si estuviéramos en Hong Kong. En ello es una ciudad de síntesis, como Sydney, y en esta mezcla de culturas Canadá es distinta de Estados Unidos, con su melting pot, en el que todos deben integrarse a una única cultura de mezcla. En Canadá, en cambio, predominan un pensamiento multicultural: una auténtica convivencia de culturas distintas que mantienen sus características y un gran respecto por las culturas indígenas propias, las llamadas First Nations.

Curiosamente, y aunque tenga alguna plaza y museo en el centro, como el de Arte Moderno proyectado por Arthur Erickson, Vancouver tiende a empujar las actividades hacia los límites: parques, playas, edificios públicos, incluso la universidad de la British Columbia está en un extremo. De esta manera, continuamente se mira a sí misma y se mira a ella misma en el paisaje.

Con su lluvia incesante en invierno, la importante parte de población asiática, las luces de neón, los rascacielos delirantes, el tren aéreo, Vancouver se glorifica a sí misma y se recrea como la ciudad moderna mítica. Ambigua por su energía metropolitana y por ser un escenario de lujo y consumo, Vancouver despierta sentimientos de amor y crítica entre sus habitantes más cultos, que ironizan sobre ella sin ser demoledores. El crítico de arquitectura Trevor Boddy ha calificado al downtown como el paraíso de los tontos, por la primacía de los condominios sobre los edificios de oficinas y corporaciones; y el arquitecto Lance Barelowitz ha escrito el primer gran libro sobre Vancouver, Dream City. Vancouver and the global imagination, que a la vez es crítico por su especulación inmobiliaria, consumismo y esnobismo, y cariñoso por su calidad de vida y su capacidad e imaginación para haberse inventado a sí misma en tan pocos años.

Para poder subir obras es necesario acceder con una cuenta ARQA

Para poder solicitar la creación de un grupo es necesario acceder con una cuenta ARQA

Para poder guardar en favoritos es necesario acceder con una cuenta ARQA

Para poder valorar obras es necesario acceder con una cuenta ARQA

Para poder agregar a este usuario a tu red de contactos es necesario que acceder con una cuenta ARQA

Para poder enviarle un mensaje a este usuario es necesario que acceder con una cuenta ARQA

Ir a la barra de herramientas