29.12.2005
¿Una era poscrítica?
Por Florencia Rodríguez.
I
En la publicación de unas jornadas organizadas por Bernard Tschumi e Irene Cheng sobre ?El estado de la arquitectura en los principios del siglo XXI?, Joan Ockman subraya que en nuestros días es común escuchar como sugerencia que estamos viviendo una era poscrítica, en una poco sutil asociación al pensamiento posmoderno o, a veces, antimoderno. Parecería que para muchos, factores como la economización de la esfera cultural, las interrelaciones disciplinares o la invasión de las leyes del mercado en cualquier aspecto de nuestras vidas, minan las posibilidades de una práctica objetiva o autónoma de la crítica.
Pasaron ya más de treinta años de las entusiastas declaraciones sobre las crisis de las disciplinas, de los relatos, de la idea de mundo, de la política, del mercado, de las subjetividades, del lenguaje, de la arquitectura, y de casi todo lo demás que se entendía como verdadero y preestablecido. Lo inquietante, es que lo que se estaba cuestionando debajo de la superficie de aquellos debates, está todavía en un similar estado de incertidumbre: la Modernidad y nuestra relación con ella. Esa construcción que encierra y constituye los sistemas que durante siglos han dado sentido a la episteme y la tekné tradicionales de Occidente, sigue enfrentándose hoy con ambiguos signos sobre su final o continuidad.
La idea de juicio crítico como uno de los rasgos propios de aquel proyecto moderno, también fue transformándose entre las primeras discusiones sobre ?La modernidad como proyecto inacabado? o la posibilidad de definir ?La condición posmoderna? por parte de Habermas y Lyotard respectivamente; y sus posteriores reverberaciones que dieron y siguen dando lugar a la fabricación de conceptos como supra-modernidad, hyper-modernidad, capitalismo tardío, o cualquiera de las maneras de intentar nominar nuestro presente.
Parece importante entonces intentar entender de qué hablamos cuando decimos crítica, por qué ésta se entiende inmanente al pensamiento moderno y, en caso que ese pensamiento ya no representara nuestra actualidad, preguntarse si existe hoy un modo de crítica posible y beneficiaria para nuestra propia disciplina.
II
Para entender el primero de los cuestionamientos cabe tomar unos fragmentos de una conferencia titulada ?¿Qué es la crítica?? que dio Michel Foucault ante la Sociedad Francesa de Filosofía en 1978, ya inmerso en los planteos sobre la posmodernidad.
Allí Foucault comenta la relevancia que tiene para la historia del pensamiento y la cultura occidental un texto de Kant que en 1784 se publicaba con el título ?La idea de una historia universal desde el punto de vista cosmopolita?. Esta relevancia residiría en que allí aparece tratada por primera vez la cuestión del presente, es decir, de la propia actualidad del autor. Kant se pregunta: ¿qué es este presente al que pertenezco?. Esto no significaría simplemente que una actualidad específica pueda determinar decisiones de orden filosófico, sino que la pregunta da lugar a interpretaciones críticas sobre lo que el presente es, es decir, sobre la determinación de ciertos elementos de este presente que se intenta reconocer, distinguir y descifrar entre muchos otros: ¿qué es lo que en la actualidad tiene sentido o necesita una reflexión?
El texto de Kant es específicamente sobre el Iluminismo, Aufklärung, y allí se entiende a la filosofía problematizando su propia actualidad discursiva. Diría Foucault: ?actualidad que ella interroga como acontecimiento, como un acontecimiento del cual tiene que decir el sentido, el valor, la singularidad filosófica y en el que tiene que encontrar a la vez su propia razón de ser y el fundamento de lo que dice?. Según el pensador francés, es a partir de ese momento que se puede caracterizar a la filosofía como discurso de la Modernidad y sobre la Modernidad, tanto por sus interrogantes sobre la actualidad como problema, como por la realidad de la que el filósofo forma parte.
Con el término de Aufklärung que Kant va a imponer históricamente, por primera vez una época se nombra a sí misma. En este gesto se comienza a constituir un proceso cultural muy singular que dura hasta nuestros días, en el que la actualidad toma consciencia de sí planteándose analítica, y críticamente, en relación al pasado y al futuro, ?señalando operaciones que debería efectuar en su propio presente?.
Esta manera de relacionarse con el propio tiempo no se queda únicamente ligada a la filosofía sino que conforma al sujeto moderno. En otro pasaje de la misma ponencia, Foucault explicaría que ?entre la alta empresa kantiana y las pequeñas actividades polémico-profesionales que llevan este nombre de crítica, ha habido en el Occidente moderno una cierta manera de pensar, de decir, también de actuar, una cierta relación con lo que existe, con lo que sabemos, con lo que hacemos, una relación con la sociedad, con la cultura, también una relación con los otros, que podríamos llamar la actitud crítica?. Posteriormente, y mostrando un signo que ahora podemos entender claramente como de compromiso con su propio presente, señalaba la extraña manera en la que en un pasado cercano se intentaba buscar una unidad a la actitud crítica, cuando en su propia naturaleza, función y profesión ésta parecería definirse por su dispersión, dependencia, y ?pura heteronomía?. Esa unidad pretendida que ya no alcanzaba y que en estas frases se estaba discutiendo, muestra uno de los más fuertes síntomas de la crisis del proyecto moderno.
Entonces, para la Modernidad, el valor de la crítica es distintivo y hasta necesario. En gran medida, porque este tipo de pensamiento permite establecer una dialéctica entre dos sistemas que debían ser delimitados y separados. Por un lado el que llega y quiere imponerse y está sostenido por la razón, la ciencia, la objetividad y un fuerte humanismo; por otro, el que se debe dejar atrás porque da lugar a las fantasías, a la superstición, a una religiosidad excesiva, al temor, a las ideologías. Aquél pensamiento crítico, dice Bruno Latour , se esforzaría en situar a la economía, al lenguaje, a los símbolos, las creencias, etc, por fuera de la cosa, separando y diferenciando estratos. Otro de los síntomas de la crisis moderna es que esta separación de estratos que conformaba unidades cerradas y estancas, no permitía la interrelación, hibridez, coexistencias y hasta desterritorializaciones, que nos identifican hoy.
III
En lo referido específicamente a la arquitectura, la crítica no tuvo siempre un papel definido. En una primera y moderna instancia existió, por supuesto, un juicio crítico y normativo de valores en la tradición Beaux Arts o, yendo un poco más atrás, una tratadística que establecía maneras de relacionarse con el proyecto.
En particular, la figura del arquitecto crítico dedicado específicamente al pensamiento de la disciplina se comienza a construir y separar del resto de las artes, recién en a principios del siglo XX. Algunos de los primeros esfuerzos de esa crítica van a estar puestos en clave revolucionaria, en paralelo al pionerismo del Movimiento Moderno. Se comienza así una construcción histórica y fuertemente ideológica del pensamiento arquitectónico, que por momentos sin querer avala la misma idea de unidad que discute, peleando con mecanismos análogos. Había entonces, y sobreviviría hasta alrededor de la segunda posguerra, una crítica en el sentido anteriormente descrito como moderno, que intentaba por oposición imponer un sistema sobre otro.
Sin embargo, contemporáneamente se había ido formando lo que Manfredo Tafuri describe como una capacidad de leer los nuevos fenómenos ?en su aspecto de proceso abierto, de perpetua mutabilidad, de rescate de lo casual, de lo no racional, de lo relativo, de lo absurdo? , que ha permitido contextualizar la disciplina investigando las problemáticas existenciales, sociales, políticas, psicológicas, artísticas, económicas, etc. Sin duda, tanto empirismo como eclecticismo crítico devienen peligrosos a falta de rigor interno de la propia crítica. Es importante no confundir el vacío ?vale todo? con la originalidad y ensayo de algunas ideas que sí colaboran a una práctica valiosa de la crítica. Ésta debería implicar una puesta en crisis, una mirada sesgada que permita salirse de lo obvio y normativo, poniendo en relación con otros al objeto arquitectónico, y contextualizándolo ideológicamente para acercarse más a un análisis, o diagnóstico -continuando con términos de Tafuri- que nos provoque, beneficiando y enriqueciendo las posibilidades de la arquitectura.
En coherencia con la manera en que desde los umbrales de los 70 se instalaban los irresolutos cuestionamientos sobre el giro cultural que mencionábamos al comienzo, la arquitectura también se planteó su propia actualidad. De allí surgieron la explosiones deconstructivas, los regionalismos críticos y otras formas y voces que abrieron el panorama de lo posible dando lugar a nuevos sentidos tanto figurativos como espaciales.
Los valores de la arquitectura hoy no podrían encontrar ninguna tríada o slogan paradigmático que los unifique y represente. El mundo se hizo más pequeño y aumentó sus posibilidades, pero eso no nos hace necesariamente posmodernos ni poscríticos. El prefijo encierra sus trampas. Tal vez sea más adecuado por ahora, hablar de contemporaneidad, investigar sobre sus especificidades, y pensar que la crítica existe en tanto exista otra cosa distinta a ella. Foucault la definía en su ponencia diciendo: ?es instrumento, medio de un porvenir o una verdad que ella misma no sabrá y no será, es una mirada sobre un dominio que quiere fiscalizar y cuya ley no es capaz de establecer?. Habiéndonos liberado de la presión por fiscalizar, establecer leyes y alcanzar verdades, hay lugar a nuevas formas de la crítica que con rigor observe y plantee cuestionamientos, acercándose a aquello ininteligible o inalcanzable, entendiendo que si se pierde la posibilidad de la crisis se pierde la posibilidad de la opción.
Florencia Rodríguez es arquitecta y crítica de arquitectura. Conduce su propio estudio dedicado a proyecto, edición e investigación. Enseña teoría y crítica, y es colaboradora especial de la revista Summa+.