14.2.2006

Un nuevo MoMA, una nueva ciudad

Estuvimos en la inauguración de la nueva sede del Museo de Arte Moderno de Nueva York, en el barrio de Queens. El arquitecto Marcelo Rizzo reflexiona acerca de la ciudad y nos muestra la obra, quizás un símbolo de lo que el autor juzga como un renacer de la gran manzana, hoy imbuida de un espíritu más austero, que deja de lado toda ostentación para concentrarse en los temas importantes de la cultura y la vida en sociedad.

Por Marcelo Rizzo, arq.

Salvedad inicial: permítaseme el uso constante de la primera persona en el relato que sigue, creo que nunca podré evitar hablar de Nueva York sin cierta carga de subjetividad y fascinación; menos aún tras las imborrables imágenes de aquel terrible 11 de septiembre, primer dia -al decir de Fernandez-Galiano- del siglo XXI.

No había vuelto a Manhattan desde mi última despedida en marzo de 2001, tras un breve almuerzo de trabajo en el desaparecido Windows of the world, aquel restaurante en la cima de la torre 1 de WTC.

Pero las imágenes del sábado 29 de julio de 2002 -durante mi rápida visita a la ciudad motivada por una reunión- seguramente también perdurarán en mis retinas, impresionadas por una ciudad que decididamente cambió por completo su escala y sin embargo se obstina en su apego por la vida, con la misma caótica fuerza de siempre.

Mi tranquilo viaje de casi cuatro horas por carretera desde Boston, inevitablemente remató en embotellamientos de tránsito al intentar entrar a Manhattan desde el norte.

Mientras pensaba que todo permanecía igual, la impresionante silueta se desplegó ante mí mientras cruzaba el antiguo puente Queensboro. Bajo el sol del mediodía, el Chrysler brillaba como nunca, mientras el Empire State lucía orgulloso su silueta, hoy escoltada por los sobrios volúmenes del Citicorp, el Metlife (ex Pan Am) y algunos pocos rascacielos más de alturas comparables. Algo faltaba al sur?era inevitable sentirlo.

Tras el impacto inicial, intenté mirar con nuevos ojos el paisaje, y descubrí que -más allá de la nostalgia por lo perdido- Manhattan cambió por completo su escala. En su desmesura, las torres gemelas fueron por tres décadas el inevitable punto focal, el hito que definía la escala de toda Manhattan como una ciudad colosal, fuera de las dimensiones humanas.

Tras haber perdido la referencia, hoy toda la isla parece mucho más adecuada a los hombres, semeja invitar a habitarla más que a contemplarla de modo reverencial. Sin dudas, los actuales protagonistas del célebre skyline vuelven a ser el Chrysler y el Empire State, en un lugar por ambos más que merecido…

Si algo continúa marcando la identidad de Nueva York es su caótico vértigo, el desfile constante de increíbles imágenes y personajes de apurado paso, el constante bullir de la vida en su faceta más creativa. La ciudad está viva. Tan viva como siempre, gracias a Dios.

Pero algo está cambiando sutilmente ante mis ojos. El afán por la ostentación, aquella tentación por el mal gusto y los gestos kitsch que alguna vez comenté al escribir acerca de la renovada calle 42, parecen transformarse poco a poco en cosa del pasado, en una sociedad que ha vuelto su mirada al interior, a lo que es importante para el espíritu mientras deja de lado la cosmética. Eso anuncia, a mi modo de ver, un crecimiento genuino. Como siempre, la tragedia fue el disparador, pero nunca es malo detenerse y reflexionar en medio del constante hacer.

Quizás un símbolo de este profundo cambio sea la nueva sede del Museo de Arte Moderno en el barrio de Queens, a cuya inauguración pude asistir el mismo sábado 29.

Fundado en 1929 por los ciudadanos Lillie P. Bliss, Mary Quinn Sullivan y Abby Aldrich Rockefeller, fue el primer museo dedicado exclusivamente al movimiento moderno. La colección actual alberga obras que datan desde 1880 hasta la actualidad, e incluye íconos del arte moderno y contemporáneo. A partir de una donación inicial de ocho grabados y un dibujo, la colección permanente del museo ha crecido hasta abarcar más de 100.000 obras realizadas a través de medios diversos.

El MoMA construye hoy un importante proyecto en Manhattan, con el fin de dar a su colección un mejor espacio pero también para crear una relación más estrecha con los estudiantes y ofrecer al público una mejor y más amplia experiencia educativa, según cuentan los responsables de la institución.

Diseñado por Yoshio Taniguchi, el nuevo MoMA contará con 58.530m2, en un espacio totalmente renovado. A partir de su inauguración a principios de 2005, la sede contará con un 50% más de espacio para salas de exposición, un Centro de Educación e Investigación y un Jardín de Esculturas más amplio.

Ubicado en Queens (Long Island City), el MoMA QNS es a partir de ahora la sede temporal del museo, mientras se realiza la expansión y renovación del edificio de la calle 53 en Manhattan. Además, será el lugar elegido para el programa de exposiciones y las operaciones de la institución.

Los arquitectos Cooper, Robertson & Partners transformaron el interior de la antigua fábrica Swingline en un moderno complejo de salas de exposición, depósito y espacios para investigación, ambas funciones que continuarán desarrollándose en el lugar tras el año 2005. La señalización del lobby y del exterior del edificio fue diseñada con la colaboración de la firma Michael Maltzan Architects, de Los Angeles (California).

Si bien pequeño en comparación con lo que podría esperarse de un emprendimiento de este tipo en Nueva York, el nuevo espacio luce absolutamente adecuado a su función, a su entorno y al nuevo tiempo. Sencillo pero atractivo, el diseño exterior pone énfasis en el acceso principal, un juego con el logo del museo sobre planos cuadrados de cristal sostenidos por una grilla metálica pintada de blanco, que sobresale como un único gesto del plano azul de la fachada.

La altura del antiguo contenedor fabril -hoy un ascético paralelepípedo azul- no supera los dos niveles de una construcción para viviendas, y sin dudas se adecua perfectamente a la escala barrial.
Cualquier espectador desprevenido esperaría un despliegue de lujo en el interior. Pues bien, no.

Apenas cruzado el portal y sus transparencias, el blanco predomina en todos los elementos, excepto en el plano superior de la cubierta que, como las tramoyas de los escenarios teatrales, es negro y deja las instalaciones de luces, proyectores y tuberías varias a la vista.

Debajo de él, cuelgan superficies horizontales blancas que contienen luminarias puntuales y contribuyen a delimitar de modo virtual cada uno de los espacios del recorrido.

El gran lobby es en realidad un trayecto dominado por largas líneas diagonales que, yuxtapuestas y en distintas direcciones, delimitan las rampas que conducen a los sectores de información y venta de entradas -un blanco volumen suspendido sobre el mostrador principal- y al entrepiso de la cafetería y el gift shop, debajo del cual fueron ubicados los sanitarios y el guardarropas.

Casi sin pensarlo, el espectador es conducido hasta las salas de exposición, en las cuales (ahora sí), la geometría ortogonal de la planta original es respetada a rajatabla.

Contra las paredes absolutamente blancas, las pantallas de chapa perforada pintadas de blanco que conforman las barandas de cada una de las rampas filtran cada plano sucesivo de las perspectivas y brindan sugestión al monocromático conjunto, en el que todos los pisos fueron hechos con sobrio cemento blanco y al que sólo las proyecciones sobre las paredes y la gente aportan color y movimiento.

Más allá de las muestras temporarias que presenta el museo, las obras de la colección permanente en la nueva sede son sólo un botón de muestra respecto de la enorme colección del MoMA.

Sin embargo, no faltan hits como la ronda de Matisse, el Moonbird de Miró, varios Picasso, Mondrian o Liechtenstein entre otros, en una interesantísima selección que con creces disimula la nostalgia por el gran museo de Manhattan.

Al salir del concurrido evento, no pude dejar de pensar en la deliberada sobriedad del conjunto, cuyo buen diseño carente por completo de espectacularidad contrasta tan fuertemente con las hoy antiguas postales de la capital del mundo, una ciudad cuyas expresiones no han disminuido nunca en su vigor, pero que hoy muestra al mundo una notable capacidad de reflexión y autocrítica, quizá la más efectiva de las recetas para la supervivencia.

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