14.2.2006

Tres palabras para Enric

Hugo Canez
Huancayo, Perú


Sres. arqa
Saludos de Perú

Debo comentar que la calidad, eficiencia y puntualidad de su revista es encomiable.
Bien por eso.

Absorto en mi trabajo les cuento que al abrir mi correo hoy, con mucha curiosidad por ver lo que me envían, confieso también que me causó mucha pena la muerte de Enric, una perdida para esta aldea global, un arquitecto que honraba a la voluntad y creatividad de nuestro tiempo, y como es de rigor, que mejor que rendirle un homenaje con un número monográfico que divulgue a las generaciones jóvenes del mundo el maestro que se ha perdido (sí que lo era), así que me permito retomarles un obituario que creo se ajusta a esta circunstancia, (es un discurso de Josep Quetglas) tres palabras que van a acompañar su nombre:

«…Voy a decir tres palabras. La primera es la palabra Casa, la segunda es la palabra Maestro, la tercera es la palabra Muerte.

CASA.

En el prólogo a la segunda edición de «Hacia una arquitectura», en 1924, Le Corbusier define casa. Escribe que tenemos el instinto, el deseo de «una casa que sea ese ámbito humano que nos rodea, que nos separa del fenómeno natural antagonista, que nos da nuestro medio humano, a nosotros, las personas.»
Es una definición oscilante, pendular. Depende de una orilla variable -«el fenómeno natural antagonista»-, que no nos envuelve con una frontera estabilizada, sino que, según la ocasión, puede acercarse o retirarse. La intemperie puede empezar a veces a flor de piel, o, a veces, por piruetas que tracemos, nunca salimos al exterior de un ámbito humano que reconocemos nuestro.
Allí donde la persona se encuentre en su ámbito, ahí está en casa. Allí donde sienta el contacto directo con el medio hostil antagonista, ahí está a la intemperie.

¿De qué está hecha una casa? ¿Cuál es el tejido de ese envoltorio, de ese ámbito que reconocemos como no hostil?
Por muchos distintos materiales, improvisados o acarreados, tanto físicos como mentales, tanto ocasionales como adquiridos.
Piedra, yeso y madera; luz y calor; agua; objetos y memoria; costumbres; otras personas.

Marx escribió que, por «naturaleza», no debíamos entender mares, campos, valles y montañas, bosques, cielo y animales. Naturaleza, para las personas, es siempre naturaleza humana, sociedad, por cuanto ninguno de nosotros puede existir sino en el interior de una sociedad, que es su condición, el marco de su vida, el resultado de su acción.
Eso quiere decir que podemos pensar la definición de Le Corbusier como tratando del establecimiento de un ámbito humano, que nos defiende, que aparta lo hostil, los comportamientos cuyo contacto sentimos antagonistas.
Como en Esparta, nuestra casa está hecha con la actividad de aquellos que nos protegen.

La parte del cuerpo que antes reacciona ante la noticia de una muerte es la piel.
Sentimos la ausencia que se ha producido como un boquete, como una súbita desprotección. Entre nosotros y el mundo, algo que antes nos cubría, que se interponía y apartaba al medio natural antagonista, ya no está. La punzada del frío ha entrado por ese jirón.
Para los que estamos aquí, y para muchos de los que entre nosotros se han acercado al oficio de la arquitectura en el último medio siglo, Miralles ha sido una casa.
Él ha desplazado lejos, fuera, el medio natural antagonista, nos ha permitido usarlo como barrera. Ha abierto un ámbito en cuyo interior el esfuerzo de nuestro trabajo ha cobrado sentido, ha tenido modelos, se ha podido orientar.

¿Quiere decir eso que ha sido confortable, que era protector, que dentro suyo
uno podía acurrucarse con comodidad?
No, de ningún modo, porque ha sido, además, un maestro.

Esa es la segunda palabra.

MAESTRO.

¿Qué es un maestro?
Ante todo, es alguien que no tiene discípulos.
Carece de interés, por cuanto no hace más que repetir lo que ya hay, la imagen de un maestro como aquél que orienta sobre el camino y las metas, que marca la dirección y el cauce a seguir, que trasmite a los demás su saber y experiencia acumulados, que dota de instrumentos.
Alguien puede pensar que la obra del maestro enriquece con su herencia a las generaciones sucesivas, a quienes la trasmite. Eso no sólo es falso: es también un absurdo lógico.
Hay gente así, pero llevan otro nombre.
Un maestro desorienta, insatisface, empobrece.
Ante el maestro, el resultado al que cada uno de nosotros ha llegado no basta. Cuanto sabemos es insuficiente, impreciso, aproximado.
Todo cuanto hemos adquirido muestra un sospechoso brillo de quincallería, ante el maestro.
El maestro es un dispositivo que hace saltar una inmediata desconfianza ante lo obtenido.
Impulsa, en una continuada insatisfacción, a ir más allá, hacia otra dirección, de diversa manera.
Como más nuestra experiencia se mueve en el estímulo centrífugo del maestro, más capaces somos de prescindir de modelos, reglas, obediencias, costumbres.
Un maestro no convoca, no atrae. Dispersa.
Perdemos seguridad. El maestro es aquél que nos quita, una tras otra, las provisiones acumuladas. Quedamos sin nada entre las manos.
Puede ser llamado pobreza, pero también libertad.
El maestro hace libre. Nos enfrenta a un territorio en el que no hay ningún sendero trazado, de ilimitada extensión, y que debemos recorrer solos.
Eso acerca a la tercera palabra.

MUERTE.

¿Qué significa que Enric Miralles esté muerto?
-porque está muerto, ¿verdad?
Hay que cuidar el lenguaje, en este territorio límite, y para conviene tener la ingenuidad de quien oye y usa por primera vez una palabra, y la humildad de quien acepta ser usado por las palabras.
¿Muerto es lo que no está en vida? ¿Que esté muerto significa que ya no está vivo?
No exactamente.
Muerto es lo que ya no puede vivir por sí mismo, lo que, de seguir siendo tiempo vivo, requiere del apoyo en otros.

¿Cómo puede hacerse eso? Actuando en dirección contraria a como ocurre en los hospitales. Ahí ceden los órganos de los muertos, para que los vivos puedan seguir viviendo.
Se trata de llegar a hacer lo contrario: cederle todo nuestro cuerpo a quien ha muerto, para que éste pueda seguir viendo por nuestros ojos, hablando por nuestra garganta, trabajando por nuestras manos.
Para que su modo de imaginar, sentir, proponer siga estando en pie, en activo entre nosotros.
Para que siga viviendo.
Que, mientras nosotros vivamos, Enric Miralles pueda seguir haciéndolo a través del modo en que nosotros vivamos.

Recuerdo ahora dos frases, leídas en autores dispares.
Una es un verso de Borges. «Somos los que se van». Escrito de otro modo, en un poema posterior, resultaba: «Sólo el que ha muerto es nuestro».
La otra frase es de un ensayo de John Berger: «Los muertos son la imaginación de los vivos».

Ambas frases me resultan enigmáticas, porque no encuentro modo de determinar el sujeto y el objeto que quedan a lado y lado del verbo «ser».
¿Somos nosotros quienes nos vamos, o substituimos a quienes se han ido?
¿Imaginan y crean los vivos a los muertos, o producen los muertos la imaginación de los vivos?
¿Poseemos al que ha muerto, o ha sido lo nuestro lo que ha muerto?
No quiero palpar demasiado estas frases, para mantener abierta mucho tiempo esa proximidad entre nosotros -un «nosotros» del que todos, también «ellos», formamos parte… »

Saludos para todos los que dan vida a esta revista.

Hugo Canez
Huancayo
Perú

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