1.8.2010

Tematización en la hiperciudad

Puerto Madero en Buenos Aires, Battery Park en Nueva Yorky, el paseo de Santa Lucía en Monterrey son tres ejemplos de operaciones urbanas destacables, pero desconectadas de su contexto.

Otro tipo de uso del proyecto del espacio público es cuando este se utiliza, de manera tematizada, para generar un proyecto de hiperciudad: un fragmento urbano que pretende poseer intensamente los atributos de la ciudad; un enclave que, generalmente, tiene cierto carácter de exclusividad, no ayuda a disminuir las desigualdades sociales, sino que las evidencia y acentúa.
Esto es lo que se ha hecho en el caso del espacio público de Puerto Madero, en Buenos Aires, realizado en los años noventa, remodelando las 167 ha del viejo puerto. Un precioso diseño de mobiliario y piezas urbanas no consiguen hacernos olvidar que estamos en un fragmento exclusivista y temático de la ciudad, rehecho sobre los antiguos terrenos y canales portuarios. Los antiguos almacenes han servido para instalar restaurantes caros y la operación urbana, para potenciar la construcción de torres de viviendas, oficinas y hoteles de lujo.
La gran paradoja es que este espacio público de exclusividad, totalmente segregado del resto de la ciudad por la inexistencia de transporte público, la dificultad de acceso peatonal y unos aledaños totalmente abandonados, ha sido creado con dinero público, ya que es la Corporación Pública la que lo urbanizó y lo mantiene para disfrute de los ricos. La calidad del proyecto y del mantenimiento del espacio pseudopúblico contrasta con el abandono general del resto de Buenos Aires. Y es que en Puerto Madero el espacio público tiene la función de garantizar la rentabilidad de los inversores. Este fragmento de “ciudad privada por la que pasan calles que no pueden dejar de parecer públicas”, se basa en la segregación que configuran unos muros invisibles y simbólicos y que controlan más de 500 cámaras de vigilancia. Es la ciudad plató para los anuncios.
En este espacio de hiperciudad se da otra paradoja: cada mediodía, centenares de trabajadores y oficinistas utilizan el pulcro y precioso mobiliario urbano, los muretes y escaleras del espacio libre, para tomar comida preparada en casa, ante la imposibilidad económica de comer cada día en los restaurantes turísticos de lujo, la única posibilidad existente, y sin tiempo para salir de esta isla de intensa ciudad exclusivista.

Torres de viviendas en Puerto Madero, Buenos Aires
Foto: MONTANER/MUXÍ

Es también lo que ocurrió en Nueva York con el área de Battery Park, que es un ejemplo emblemático de borrado de memoria y que ha sido analizado certeramente por la socióloga Christine Boyer.
Se trata de un lugar de situación estratégica y privilegiada de Manhattan, que estaba destinado a la construcción de vivienda social, según el plan general de 1979, y en el que se decidió más tarde promocionar un centro financiero y una zona de viviendas de lujo, dedicados a los sectores próximos a las finanzas de la cercana Wall Street. El resultado final se articula en torno a un gran centro comercial y de negocios, proyectado como un escenario cinematográfico, con una falsa variedad y con una falsa memoria.
En el interior de Battery Park hay una aparente diversidad de restaurantes y comidas, cuando todos pertenecen a las mismas empresas y franquicias. Una vez terminado el centro comercial y de negocios, en 1988, durante cinco días, se promovieron fiestas y celebraciones de inauguración, para crear una falsa tradición como legitimación retórica, una imago o falsa historia que intenta colar para tapar la memoria de lo que allí existió y de lo que allí se había previsto. La fiesta es imprescindible en estos barrios de laboratorio para que la población los integre en su imaginario urbano.
Tras el funcionamiento de este nuevo espacio laboral para la élite de las finanzas, se promovió el Battery Park City, que es el área propiamente de viviendas. De esta manera se ha construido un barrio de lujo, lleno de filtros y barreras poco visibles, denso de cámaras de vigilancia y policía. Algo extraño flota en el aire; estamos en Nueva York pero nos sentimos en un sitio genérico en el que falta la diversidad real de la gente y de las actividades que se encuentran en sus calles.
Sentimos que hemos entrado en una especie de vacío sanitario, una burbuja urbana sin ruidos, ni colores, ni olores. Una pura escenografía sin una acción real.
Y, además, se han introducido nuevos símbolos históricos falsos, como el monumento dedicado a los irlandeses inmigrados a Nueva York por causa de las hambrunas del siglo XIX, hecho con piedras procedentes de Irlanda e imitando ermitas reales de las islas, y aunque no tiene nada que ver con la preexistencia patrimonial del entorno crea un simulacro difícil de descifrar.

Memorial de los inmigrantes irlandeses en Battery Park, Nueva York
Foto: MONTANER/MUXÍ

Un ejemplo más reciente ha sido el parque lineal construido en la ciudad mexicana de Monterrey, el paseo Santa Lucía, para unir el recinto del Fórum 2007, realizado en la antigua Fundidora de Acero, con el centro histórico y colonial de la ciudad. Este eje se ha convertido, junto a las calles comerciales de la ciudad colonial y la llamada Macroplaza, en uno de los escasos lugares donde la ciudadanía de Monterrey puede pasear y relacionarse.
En el caso de Monterrey, a diferencia de Buenos Aires y Nueva York, que tienen una tradición de espacios públicos, la aportación del parque Fundidora y el Paseo Santa Lucía tiene un aspecto positivo, al romper su marcada tendencia de ciudad global en la que, como en Los Ángeles, Miami o Atlanta, se circula por autopistas y predominan los enclaves: las torres de apartamentos, hoteles y oficinas, los conjuntos corporativos, los shopping centers y las urbanizaciones cerradas.
El Fórum de Monterrey, a diferencia del de Barcelona, optó por revalorizar uno de sus patrimonios industriales más emblemáticos: el parque Fundidora, de unas 148 ha, un parque que ya existía y que cuando la fábrica dejó de funcionar, por la presión ciudadana, se convirtió en un parque urbano.
El Fórum 2007 no apostó tanto por el hormigón y los nuevos contenedores, tal como se hizo en el caso del Forum 2004, sino que se decidió situar el arte y la cultura en los antiguos hornos y naves industriales, reforzando el parque y creando el nuevo eje fluvial y paisajístico del paseo Santa Lucía.

Paseo de Santa Lucía de Monterrey
Foto: MONTANER/MUXÍ

Río artificial
Este nuevo paseo fluvial, de dos kilómetros de longitud, se desarrolla a lo largo de un río artificial que tiene 1,20 metros de profundidad y es navegable por pequeñas lanchas turísticas.
Va desde el que fue el manantial y núcleo inicial de la ciudad, donde quedan mínimos vestigios históricos y se levantan dos nuevos museos, hasta el parque Fundidora. Tiene cuatro tramos diferentes.
Si partimos del parque Fundidora hacia la ciudad, el primer tramo forma parte del gran parque, es amplio, con puentes generosos y nuevos recintos para pequeños parques. Sin embargo, en esta gran área ya se están situando nuevas torres administrativas. El segundo tramo se sitúa en el solar de una antigua fábrica que fue derribada para conseguir el nexo entre el parque Fundidora y la estructura urbana de Monterrey. Cuando termina este segundo tramo, se atraviesa una puerta y se entra en el tejido urbano con sus construcciones y su tráfico. Este tercer tramo más urbano, de menor amplitud, se desarrolla junto a los barrios aledaños sin establecer nexos claros. El último tramo, ya mucho más urbano, es más angosto, queda a una cota inferior del resto de la ciudad y se desarrolla sinuosamente junto a muros de contención y pasarelas que unen ambos lados del que fue uno de los canales originarios de la ciudad y que el paseo de Santa Lucía rememora.
En esta parte, junto a los dos museos y cerca de la Macroplaza, se sitúan terrazas de restaurantes turísticos, desde los cuales se ve el canal y el paso de las lanchas turísticas.
En cada uno de estos tres casos estamos frente a operaciones urbanas destacables. La de Puerto Madero, por la recuperación patrimonial y por la calidad de su diseño y mobiliario urbano. La de Battery Park, por su pretensión de tener edificios con cualidades de sostenibilidad, firmados por grandes despachos prestigiosos. Y el eje fluvial de Santa Lucía, por haber aportado a la ciudadanía un nuevo espacio verde de conexión, para pasear, hacer ejercicio, lugar de juego infantil y de encuentro juvenil.
Sin embargo, en los tres casos comprobamos que las cualidades del espacio público se han utilizado para crear una especie de ciudad temática, una hiperciudad desconectada del contexto. Puerto Madero es una isla de superlujo dentro de un entorno metropolitano de miseria y crisis. Battery Park es un barrio de lujo para viviendas y oficinas exclusivas, donde estaba programada vivienda social. El paseo de Santa Lucía, sin negar sus aportaciones a la calidad de vida de Monterrey al ser un germen de reclamo del espacio público abierto, no deja de ser una anécdota urbana, que considera el espacio público un simple paso, fácilmente controlable, un eje temático artificial, extraño al entorno, que no condensa la diversidad, conflictos y oportunidades de las energías urbanas.

Por Josep Maria Montaner y Zaida Muxi

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