14.2.2006
Sobre el necesario vínculo entre el patrimonio y la sociedad IV
Reflexiones críticas sobre la Interpretación del Patrimonio
Marcelo Martín
Arquitecto, gestor cultural, responsable del Departamento de Comunicación del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico (Sevilla, España)
Correo-e: valleymar@teleline.es (personal) boletin@iaph.junta-andalucia.es (revista PH)
El que no sabe lo que busca no interpreta lo que encuentra
Alberto Rex González
¿Quién dijo que todo está perdido?
Yo vengo a ofrecer mi corazón
Fito Paez
Hace unos veinte años, un destacado grupo de arquitectos latinoamericanos, del que tuve el privilegio de formar parte, reflexionaba acerca de muchas de las que hoy son certezas respecto de la globalización, la pérdida de las identidades culturales por la imposición económica y tecnológica, y la urgente necesidad de buscar soluciones acordes para dar respuesta a las demandas de nuestra profesión.
Del cúmulo de encuentros y textos que se produjeron a lo largo de varios años me es grato y oportuno traer aquí el concepto de lo que entonces denominábamos la modernidad apropiada, un intento consciente de crear una categoría de análisis de nuestra realidad que, por un lado, no nos permitiera evadirnos en la nostalgia y, por otro, nos comprometía con un presente y un futuro concretos, a la hora de buscar respuestas válidas a las exigencias sociales y culturales, y que no tuvieran repercusiones en el medio natural y cultural de la región.
No pretendíamos crear un ismo arquitectónico más, ni siquiera un modo estilístico de producción sino una actitud frente al hacer, una forma de reflexión que nos facilitara hacer propio lo que nos llegaba de la globalidad pero al mismo tiempo ejerciendo una actitud crítica que nos permitiera comprender qué era lo apropiado y qué no lo era, de cara a la diversidad cultural y espacial de nuestro continente, ?de modo que la proposición de búsqueda de una modernidad apropiada como actitud común a los arquitectos implicaba por definición, la exigencia de la diversidad para cada realidad?1.
Esta experiencia, que sigue viva en mis reflexiones acerca de lo que sucede en el mundo de la cultura y en particular del patrimonio donde me muevo, viene a cuento al pensar en una forma apropiada de vincular al patrimonio con la sociedad. Apropiada en su triple concepción:
? en cuanto adecuada, a la realidad de que se trate, útil a ella, a su servicio y consistente y armónica con ella;
? en cuanto hacerla propia, a condición de que hagamos discriminaciones previas y un esfuerzo crítico por saber lo que es conveniente a nuestra realidad y que sepamos adaptar e incorporar pertinentemente todo aquello que nos llega;
? en cuanto propia es decir en tanto forma parte indisoluble de nuestra identidad, idiosincrasia y tradicional forma de expresarnos.
Portugal, el sur de España e Italia y Grecia comparten no sólo un espacio vital mediterráneo y una cultura básica subyacente sino también una forma de supervivencia cultural a la colonización que tiene muchos puntos en común frente a los conceptos, hoy un tanto dejados de lado pero no por eso menos vigentes, de centro y periferia. Relativizando, somos periferia europea, pero también centralidad mediterránea.
Por extensísimas razones que no vamos a desarrollar aquí, el concepto de progreso asociado al de modernización, más propio de culturas septentrionales, fue aceptado como tal por la masificación de las aspiraciones a una vida libre y mejor; primero por efecto de demostración y luego por desarrollo interno, pero casi siempre de forma imperativa: adoptamos los desafíos de la modernización en forma acrítica y en muchos casos mimética.
Esta situación se ha visto modificada substancialmente con la incorporación a la superestructura política y económica de la Unión Europea, pero claro está, sin abandonar nuestros particularismos meridionales, que son mucho más destacados en el ámbito cultural.
Nuestra región no comparte el mismo concepto de patrimonio que el norte de Europa, prueba de ello son: la presencia del Estado como figura tutelar del legado histórico y natural; nuestros ?bienes culturales? frente al heritage anglosajón, la catalogación, la protección y la conservación-restauración como materias troncales de la gestión de esos bienes frente a los de comercialización y rentabilidad; son éstas, entre otras, las diferencias que hasta estos últimos años definen dos modelos y concepciones de nuestra herencia natural y cultural.
Deseo comentar aquí unos párrafos que el profesor Sandro Bianchi, del Istituto Centrale per il Restauro, incluyera en su conferencia hasta ahora inédita, con motivo del encuentro ?Los Institutos de Patrimonio y su papel en el próximo milenio? 2.
Desde los años ochenta, han hecho su aparición unos cambios aún más profundos que han modificado una vez más las referencias generales sociales y culturales. El primero fue la masificación del uso del patrimonio cultural. De objeto de goce por parte de una élite culta, como había sido especialmente hasta los años sesenta, con la explosión del turismo de masas, el patrimonio se volvió accesible para capas mucho más amplias de usuarios que dieron vida a un potencial económico casi desconocido que se ha convertido en un componente fundamental para el marco económico europeo en general y meridional en particular. Esta transformación ha sido, obviamente, muy bien recibida gracias a los beneficios generales que ha producido (pensemos en el desarrollo del sector turístico) pese a que en la región a la que me refiero, la gestión aplicada a este fenómeno deja todavía bastante que desear, especialmente en las administraciones de cultura que se han visto superadas en gran medida por este fenómeno. Podemos concluir parcialmente con Bianchi en que se ha producido un alejamiento entre una operatividad anclada en aquellos presupuestos conservacionistas y un contexto absolutamente nuevo. Muchos de los que pertenecían a las categorías técnicas ligadas a la elaboración de proyectos y a la ejecución de las intervenciones en el Patrimonio se encontraron inmersos en una especie de desestabilización.
?La restauración de un objeto o de un monumento no será ya, como lo era antes, una operación que ataña a un círculo reducido de intelectuales, a unos usuarios cualificados y restringidos desde el punto de vista numérico y, por tanto, sustancialmente indiferente a los parámetros socioeconómicos (no sólo los monetarios). Es una operación que dará lugar a consecuencias inéditas. La primera de ellas es el nuevo uso del bien restaurado y, por consiguiente, su inserción en el circuito económico. Esto cambia su naturaleza íntima -y en ello aparece una novedad explosiva para cuantos trabajan en el sector -, convirtiéndola en algo parecido a una intervención normal (pública o privada) en el territorio, encaminada a perseguir objetivos de desarrollo en el campo industrial o en el de los servicios. Por poner un ejemplo de sus consecuencias se puede citar la necesidad, ya hoy fuertemente sentida, de profundizar y racionalizar las relaciones entre quien tutela el patrimonio (la administración estatal) y quien gestiona el territorio (los entes locales territoriales) desde la fase de planificación y de proyección de las intervenciones, precisamente para garantizar una inserción armónica en el contexto socioeconómico. Planificar, proyectar y ejecutar un trabajo sobre un bien cultural que hoy pertenece de pleno derecho a un cuadro complejo y lleno de variables no puede ya ser lo mismo que hace veinte o treinta años? 3.
Tengo mis dudas, en general y salvo el caso italiano, que por parte de la ciencia económica el problema sea estudiado desde hace tiempo con la seriedad y la atención que merece un nuevo protagonista de la economía nacional.
En asociación a estas ideas tienen lugar otras vicisitudes de carácter programático como la consideración de la comercialización del patrimonio, el marketing cultural, etc. Comienza a suceder que también nuestros países encargan su patrimonio a gestores empresariales que introducen los conceptos de la mercadotecnia al patrimonio. Aunque para muchos políticos y administradores de la cultura esto puede parecerles acientífico, y a veces hasta vulgar, sin embargo recomiendan a sus gestores culturales que aprendan de ellos, alegando que se corre el riesgo de ?perder audiencia?. La gestión del patrimonio cuenta de este modo con el respaldo de profesionales de comercialización, financiación y estudios sobre preferencia de los visitantes, lo cual de por sí, no nos resulta totalmente inadecuado, en tanto y en cuanto no abandonemos nuestro patrimonio en manos de una concepción generalista, abonada de todas las técnicas del mercado que sean necesarias sino, por el contrario, aboquémonos a una plena concepción humanista de nuestro patrimonio, aún a riesgo de no parecer progresistas o ?vernos de lleno lanzados a la bancarrota?4.
El proyecto de la aplicación de la gestión empresarial al patrimonio, con todas sus vertientes positivas, comienza a desembarcar acríticamente en estas latitudes. La necesidad de la puesta al día del debate patrimonial desde todas sus perspectivas: investigación, documentación, intervención y difusión no puede dejar de lado esta problemática. Cuando el mercado se coloca por encima de las necesidades, la cultura, entendida como parte de ese mercado, hace inútiles todas aquellas empresas que no sean eficaces; así sucede que la investigación histórica pierde valor frente a una historia como supermercado de imágenes; las restauraciones cobran interés en la medida del marketing cultural y los centímetros de prensa que generan; la documentación sólo importa cuando se digitaliza y puede convertirse en productos interactivos de distribución masiva, y las disciplinas como la museología y las técnicas expositivas ingresan definitivamente en el campo de la comunicación.
Lo que da en llamarse el pensamiento único o el proceso de globalización sitúa en primer plano un predominio absoluto de la mercantilización de todo aquello que puede ser mercancía (recordemos lo del ?producto patrimonial? tan en boga) como un modo imperativo y que muchas veces queda encubierto por el concepto de eficacia (donde quizá fuera más apropiado la eficiencia o lo apropiado). Pero sobre todo ha surgido como consecuencia de esa transición paulatina de un modelo de gestión del patrimonio guiado por el imperativo conservacionista, a otro orientado por criterios de rentabilización, proceso que, en definitiva, creemos que se debe situar en la estela de uno más amplio (en el que estamos inmersos y por ello aún no se vislumbran con claridad sus límites y rasgos) de transición de un modelo de Estado moderno centrado en la administración de personas a un Estado postindustrial centrado en la administración de recursos y servicios 5.
El patrimonio tiene necesariamente dos límites: los derivados de la propia capacidad de acogida y el riesgo de convertir el binomio espacios naturales-patrimonio en el eje de una economía, cualquiera sea la escala territorial por considerar, en detrimento de las economías productivas posibles 6.