17.9.2020
Seguir construyendo el patrimonio, la arquitectura contemporánea en los centros históricos
La calle es el espacio urbano más común y el elemento que define la configuración de las ciudades en complemento perfecto con esos otros espacios que llamamos plazas. Pero la calle y la plaza no se forman con trazos en el suelo sino con edificios que los definen como espacios.
Cuando una ciudad tiene un buen tiempo de existencia son los edificios los que dan forma y carácter al espacio urbano. En ese sentido, la arquitectura tiene un papel esencial en los centros históricos y por eso muchos creen desde hace varias décadas que las características propias obtenidas en los períodos precedentes no deben ser alteradas. Pero resulta que la ciudad es como un organismo vivo que crece y se transforma a tal punto que, dado que no todo llega a conservarse, se construyen nuevas intervenciones sobre las ruinas de antiguas estructuras cuando estas no desaparecen en el abandono de los solares vacíos de las ciudades mal gestionadas. Este es el caso de algunos centros históricos latinoamericanos.
Antes que Jan Gehl ya el arquitecto Rob Krier se había referido al espacio urbano (público) como aquel espacio intermedio entre edificios del que la arquitectura moderna había prescindido, al menos en el esquemático urbanismo de la Carta de Atenas. Y entonces, con las repercusiones de la gestión de algunos emblemáticos centros históricos como el de Bolonia, se hizo extremadamente rígida la normativa para las nuevas intervenciones en las zonas monumentales. De esa manera es que en las normativas más conservadoras no solo atosigan la creatividad arquitectónica contemporánea con la exigencia para guardar las alturas de las edificaciones vecinas si no que se descarta resaltar algún volumen edilicio sobre lo existente o a veces se obliga a trabajar con las proporciones y el diseño de las fachadas colindantes. Incluso, de manera irónica, se alude a la necesidad de expresarse contemporáneamente y a no replicar los elementos formales del pasado mientras que se prohíbe utilizar materiales, formas, texturas o colores que no tenga una relación directa con su contexto histórico o el ambiente monumental.
Se entiende así la ciudad como una gran pieza artística que no debe ser alterada, un objeto para la contemplación pero no para ser vivido y por tanto transformado. Se entiende entonces que resulte difícil gestionar estos centros y darle el uso propio de una centralidad urbana donde debería seguir promoviéndose la vivienda y todos los usos que hacen de la ciudad el ámbito de convivencia y desarrollo de una sociedad. No digo que no se conserven los monumentos ni que dejen de peatonalizar algunas calles estratégicas, pero no podemos anhelar una ciudad anclada en un momento de la historia cuando, para beneficio de sus habitantes y visitantes, las generaciones de gestores y arquitectos que pasen podrían dejar testimonios vivos de una época a través de la arquitectura transformando para un uso actual muchos deteriorados espacios urbanos que ahora parecen condenados por su pasado… ¿No somos los habitantes del presente capaces de construir el patrimonio del futuro?
Ya en la modernidad hay ciertas transformaciones que siendo un tanto radicales hoy no las vemos tan catastróficas, entre otras cosas porque son parte de nuestro patrimonio moderno. Por ejemplo, el Edificio Atlas en Lima (1955), de los arquitectos Weberhofer y Álvarez-Calderón, empalma con el Teatro Segura de una manera elegante, a pesar de manejar otro tipo de escala. Hoy no plantearíamos una solución similar, pero tampoco es posible decir cuál edificio es más valioso que el otro. El Edificio Girasol en Madrid (1966), de José Antonio Coderch, sigue en cierta manera las alturas de sus vecinos pero tiene una propia expresión y propuesta espacial hacia la calle provocando lo que podríamos llamar un contraste educado. En estas propuestas se busca el diálogo, más allá del contraste radical o de la imitación.
Aunque no hay pruebas que demuestren el desprecio de la arquitectura moderna por el contexto histórico, desde ella siempre se planteó el contraste. En la modernidad se asumen unos valores diversos y parece ser más importante dejar huella de lo contemporáneo, de la pertenencia a un tiempo más que a un lugar. El edificio multifamiliar que proyectó Niemeyer en la Plaza de la Libertad en Belo Horizonte, completado en 1960, es un alarde de fluidez tectónica y visual que contrasta radicalmente con los edificios históricos cercanos. Sin embargo, su contemplación en ese contexto singular nos lleva a preguntarnos si la calidad auténtica de la arquitectura es preferible a la uniformidad, si el funcionalismo escultórico es preferible al academicismo tardío que está presente en casi todos los centros históricos de Latinoamérica. En todo caso, desde una perspectiva contemporánea podemos decir que hubiera sido penoso que el maestro brasileño hubiera tratado de integrarse formalmente con sus vecinos preexistentes.
Por otro lado, la imitación parece ser la pauta para la normativa de algunos países. Siguiendo unos antiguos criterios ya comentados, se producen edificios que se elevan como moles sobre el perímetro de sus linderos y tratan de imitar, con revoques, pinturas y composiciones inadmisibles para nuestro tiempo, la arquitectura de hace un siglo o más. En un hotel que se acaba de construir en el Centro histórico de Piura, antigua ciudad del norte peruano, un bloque macizo y uniforme se maquilla con ventanas verticales, revoques y colores para tratar de asemejar un edificio histórico anodino junto a la legendaria Iglesia de San Francisco y frente a la Casa Espinosa. En contraposición, podemos poner como ejemplo la intervención de Gonzalo Moure para el Complejo del COAM de Madrid, terminado el 2012, donde fuera de la operación urbanística del proyecto se deja muy clara la aportación de la construcción contemporánea. Esto se hace evidente en la perspectiva de la Calle de la Farmacia donde un bloque de concreto, vidrio y acero irrumpe en el contexto buscando un diálogo generacional con la arquitectura, enriqueciendo así la cualidad espacial de la calle. El diálogo espacial y formal parece ser esa tercera vía que debemos buscar en la arquitectura y en las intervenciones contemporáneas para dotar de mejor calidad de vida urbana a los centros históricos, también por la calidad espacial integral de los mismos edificios. Ellos serán después nuestro patrimonio.