8.6.2006

Seattle: Los significados de la ciudad posmoderna

Por Joseph Maria Montaner y Zaida Muxí, publicado en el suplemento Culturas de La Vanguardia el 17 de mayo de 2006.

Por una serie de razones, posiblemente por su masa crítica, su cultura y sus recursos económicos, Seattle se ha convertido desde los años noventa en emblema de ciudad rica, culta y creativa, que trabaja en la dirección de la sostenibilidad, intentando conciliar los compromisos de la administración con la iniciativa de los ciudadanos. Seattle es la sede de grandes empresas, como Boeing, que conforma con sus factorías, almacenes, oficinas y museo todo un barrio, o como Microsoft, la gran multinacional de la informática. Y no fue casual que el movimiento antiglobalización tuviera su nacimiento mediático en Seattle, una ciudad con plazas y calles, con parques y espacios públicos, y cuya población es mayoritariamente joven: la media de edad en el 2000 era de treinta y tres años, y con un 88% de la población mayor de 25 años con estudios universitarios.

Ciertamente, Seattle tiene su barrio histórico, de cuando se configuró como ciudad comercial de frontera hacia Canadá a finales del siglo XIX. Es una parte restaurada y visitable, con una fantasmagórica pervivencia debajo la cota actual de las calles. Sin embargo, el Seattle contemporáneo de rascacielos de cristal se ha reinventado como ciudad moderna que confía en el planeamiento urbano, que otorga un lugar esencial a los espacios públicos y a los equipamientos. Seattle fue una de las primeras ciudades en recuperar una antigua instalación industrial, la fábrica de gas a partir de carbón construida en 1906 en la parte norte del Lake Union, convirtiéndola en un gran parque emblemático, con un museo al aire libre donde se explican las máquinas y con un centro de actividades, juegos y conciertos, proyectado en 1971 por Richard Haag, por encargo del Departamento de Parques y Recreación del Ayuntamiento de Seattle, que lo inauguró en 1978.

Justo después de la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro de 1992, Seattle fue la primera ciudad en iniciar en 1993 la definición de sus indicadores de sostenibilidad, convertidos en modelo para otras ciudades. Inmediatamente definió su General Plan Toward a Sustainable Seattle (1994-2014), revisado y actualizado en el Comprehensive Plan for Managing Growth (2004-2024). Es un referente por haber sido una de las ciudades norteamericanas que ha situado el planeamiento urbano y la participación ciudadana como los factores esenciales para contrarrestar y corregir la construcción tardocapitalista de la ciudad, de ideología neoliberal y sin regulaciones. En la base de esta defensa del planeamiento urbano frente a la ciudad neoliberal está la participación de la ciudadanía. Los indicadores de Seattle han sido un trabajo de sus habitantes, que han exigido al gobierno municipal un proceso de transparencia en todos sus planes urbanos, abiertos a modificaciones derivadas de los múltiples canales de debate.

Con los planes urbanos de Seattle se está intentando demostrar que un cuidado por el medio ambiente y la sociabilidad acaba siendo rentable económicamente para la comunidad y beneficioso para todo el planeta, sobre todo si se considera que el indicador de la calidad de vida vecinal amistosa e interconectada es tan importante como el PIB. Las estrategias promovidas por la Neighborhood Business District Strategy tienen como objetivos incentivar la vitalidad y creatividad en el trabajo; proteger el carácter de cada vecindario; mejorar los itinerarios urbanos con calles amistosas con los peatones, potenciando la existencia de comercios y frenando al máximo el dominio del coche y de los aparcamientos; introducir viviendas en los barrios de negocios y viceversa; y conseguir buenos diseños a través del desarrollo de la flexibilidad y la experimentación de nuevas volumetrías.

Por ello no es casual que Seattle, una ciudad prestigiosa por su capacidad para organizar eventos deportivos, musicales, culturales o económicos, con sus campus universitarios integrados en la ciudad, fuera elegida en 1999 sede de la magna reunión de empresarios y políticos, y que, al mismo tiempo, sus calles y parques, con sus facilidades para establecer contactos sociales y culturales, potenciaran un despliegue inusitado de grupos alternativos ?ecologistas, sindicalistas, anarquistas, movimientos vecinales y ONGs? representantes de aquellos sectores que se oponen a una concepción imperialista y exclusiva de la globalización. Los conflictos que estallaron durante la cumbre de la Organización Mundial de Comercio (OMC) en Seattle pusieron en evidencia hechos trascendentales cuyos significados se han de interpretar desde estas dos ópticas complementarias: el carácter propio de Seattle y los acontecimientos de Seattle como puesta en escena de las contradicciones del imperialismo globalizador. Una estructura urbana bien cohesionada sirvió de escenario para poner en evidencia las graves contradicciones del neoliberalismo en la gestión de las metrópolis, los territorios y los recursos, permitiendo identificar, aunque fuera muy fugazmente, a los representantes de los distintos bandos, incluyendo a las fuerzas policiales, defensoras desde siempre de los intereses de los poderosos. Todo un privilegio de visión en una época en la que se está haciendo tan difícil otorgar rostro a los protagonistas de la historia, con empresarios camuflados tras las siglas de las compañías transnacionales y proletariados explotados en lejanos países productores. Toda una esperanza en un período en el que se había proclamado el fin de las ideologías y de la historia y en el que para los intelectuales neoliberales no existía otra alternativa moderna que la lógica inapelable del mercado.

En Seattle se ha entendido que las ciudades dispersas, con suburbios, áreas monofuncionales y un centro sin vida cotidiana son insostenibles. Por ello, las políticas urbanas y los proyectos de las últimas décadas van encaminados hacia la mezcla social y de usos en todas las áreas. Algunos proyectos han visto retrasado su comienzo, como la antigua área industrial de Commons en South Lake Uinion, que fue contestada por los vecinos que entendían que lo que se proponía era una gentrificación y no una complejización de los usos y habitantes. A tiempo más ralentizado, esta zona ve como se transforman sus usos y áreas con una actividad participativa.

La ciudad también ha emprendido la construcción de una serie de edificios públicos emblemáticos, especialmente en su zona central, empezando por estadios deportivos en el extremo sur, mientras que en el extremo norte el área que había sido ocupada por la Exposición Universal de 1962 se ha convertido en un gran parque lúdico cultural, que cuenta con hitos como el Experience Music Project, museo de la música rock y el cine fantástico (1995-2000) diseñado por Frank Gehry. De los proyectos más recientes destaca en el DownTown la Biblioteca Pública (2000-2004) proyecto de RemKoolhaas y Joshua Ramus, excelente muestra de la arquitectura más contemporánea al tiempo que se convierte en un espacio de acogida que recibe a todos los habitantes de la ciudad a lo largo de sus más de diez horas de apertura todos los días de la semana. La ciudad guarda una pequeña joya contemporánea la capilla de San Ignacio, en el Campus de la Universidad de Seattle, obra del arquitecto Steven Holl.

La recuperación del Pike Market sobre el frente portuario de la Elliott Bay, punto turístico y cotidiano a la vez, o la construcción del Museo de Arte (1991) obra de Robert Venturi y Dennis Scout Brown, son todas acciones urbanas que buscan recuperar el centro como espacio de vida y negocio, de turismo y cotidianeidad. Este mismo museo sale a la calle con un proyecto de parque de esculturas que se prevé inaugurar este año 2006 y que comunica una zona residencial con el borde de la bahía. La revitalización del centro y la apuesta por la sostenibilidad se refuerzan con transporte público gratuito en toda el área histórica. Actualmente una de las apuestas más interesantes es la reformulación de un área residencial homogénea en High Point, al oeste de la ciudad, basada en la mezcla de usos y clases sociales diferentes, poniendo énfasis en la peatonalización, en la creación de zonas de encuentro e intercambio, en la búsqueda de la calidad arquitectónica y paisajística, y en su conexión con otros barrios.

Movimientos antiglobalización
Seattle como lugar de una política urbana continuada y como escenario de eclosión de los movimientos antiglobalización ha puesto en evidencia hasta qué punto la tendencia hacia la liberalización comercial mundial, implacablemente depredadora con toda normativa o regularización local, es totalmente incompatible con la sostenibilidad, con el respeto por el medio ambiente y por las diferencias culturales, y en qué medida agrava los desequilibrios regionales y las desigualdades sociales. En este sentido el urbanismo de Seattle, participativo y regulador, es una muestra de cómo hacer ciudad con bases locales, escapando de la aparentemente lógica ineludible de la ciudad global cuya planificación esencial viene determinada por los sistemas de finanzas.

Seattle se nos presenta como un posible modelo de ciudad posmoderna: es cuidadosa con los palimpsestos que quedan de su pasado y que responden a las diversas memorias de épocas y grupos sociales, y, al mismo tiempo, es una ciudad ultramoderna, con sus rascacielos en el Down Town, competitiva y participativa a la vez, con cierta sintonía con los principios del New Urbanism. La dialéctica entre continuidad y cambio es básica para afrontar con consistencia una realidad internacional en continua transformación, para contrarrestar con cultura crítica urbana unos mecanismos globalizadotes que nadie puede eludir, pero en relación a los cuales es posible contraponer el peso humano, creativo, social y político de cada ciudad.

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