17.2.2010
Rescatemos la memoria de un gran maestro
A la edad de 92 años falleció en EE.UU. Eduardo Catalano.
A casi setenta años de su graduación como arquitecto en la Escuela de Arquitectura de la UBA, lo que ocurrió en las vísperas de la Navidad de 1940, partió a su último viaje nuestro querido amigo y maestro, Eduardo Catalano.
Con una personalidad inquisitiva y cultivada a través de múltiples lecturas, Catalano se propuso desde el comienzo arriesgarse solo y trabajar con pautas severas de adhesión a la modernidad. Esto en un tiempo en el que todavía reinaba el eclecticismo inspirado en ecos del Beaux Arts. Alcanzó a formar parte de esa cohorte de profesores de lujo que creó una escuela singular en Tucumán, con figuras como Eduardo Sacriste, Vivanco, Le Pera, Zalba, Oneto, los italianos Tedeschi, Calcaprina y Rogers, y Horacio Caminos, con quien consolidó una amistad que más tarde daría origen a una sólida sociedad profesional.
Su partida no originó una resonancia como se merecía. Porque además de la obra que deja (la mayor parte en los Estados Unidos, donde la casa Raleigh, 1943-1954, motivó un elogio de Frank Lloyd Wright), y en Buenos Aires está reducida a los pabellones grandes de la Ciudad Universitaria (mal llamada así, ya que el proyecto completo -que dimos a conocer con el arquitecto Daniel Casoy en Arquitectos made in Argentina, primer tomo de AAM- incluye dormitorios, biblioteca central y el equipamiento de un Campus), la sede municipal todavía llamada «Mercado del Plata» y la embajada de los EE.UU. en la capital, es preciso dejar constancia de su pensamiento y de la poesía que brillaba en sus reflexiones y su modo de ser. Creó además la Floralis Genérica, una escultura móvil que donó a la ciudad que lo vio nacer, de la que guardaba muchos gratos recuerdos y a la que iba a donar otra, la Pirámide de Agua, con motivo del Bicentenario.
Hay dos libros de lectura recomendable: La Constante es el que yo ponderé y al que acudo a menudo, y Arquitecturas?, su último texto editado por El Ateneo.
Aunque junto con mi esposa tuvimos con él una sólida amistad, nunca logré tutearlo. Tuvo como vecino durante muchos años en su casa de Cambridge al cuentista Enrique Anderson Imbert, y sin embargo se trataban de usted. Era su manera, pero ahora, con su imagen y la de Perla muy presentes, puedo decirle con emoción: No te vamos a olvidar, Eduardo, y gracias por tu bonhomía y tu talento y tu amistad!
Foto: Daniel Casoy
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