5.9.2004
Reconstruir el rascacielos
Tras el 11-M, el rascacielos deja atrás su representación del optimismo estadounidense y busca nuevos caminos.
La masacre del 11-S, con la agonía caída de dos edificios de más de cien pisos, aniquiló la creencia en el triunfo babélico del rascacielos
FREDY MASSAD / ALICIA GUERRERO YESTE – 18/08/2004
El deseo de ostentar poder con torres, de cierta percepción fálica, se materializó a principios del siglo XX gracias a la tecnología industrial, principalmente por la producción de estructuras ligeras, resistentes a la gravedad y al viento, y la invención del ascensor. Los primeros rascacielos aspiraban ser imagen de fuerza atendiendo a la primacía del diseño y la búsqueda de proporciones y belleza. Las del Flat Iron, primer rascacielos que se erigió en Nueva York. Y, tal vez el más interesante, por su futurismo art-déco, el edificio Chrysler. Gaudí y Loos fueron fascinados también por esta estructura, que enfrentaba al arquitecto a un reto a la vez tecnológico y simbólico. Un reto que continuará en el futuro. Nueva York precisamente, ciudad denominada de los rascacielos, acoge estos días ?hasta el 27 de septiembre?, una singular exposición en el emblemático Museo de Arte moderno (MOMA). Allí se presentan 25 proyectos que marcan la evolución de estos edificios. Son obras construidas, desechadas o simples proyectos de, entre otros, Eisenman, Foster, Gehry, Calatrava y Mier, previstos para Londres, Viena, Chile o Pekín…
El rascacielos aparece en el siglo XX, y es razonable pensar que los historiadores de la arquitectura deberán tener en cuenta el espíritu bélico del pasado siglo cuando analicen la razón del ser del rascacielos. Lejos de una Europa subyugada por el espíritu y la acción de dos guerras, los rascacielos americanos se levantaban como la marca conquistadora de una nueva hegemonía frente al viejo continente debilitado y frente al enemigo soviético durante la Guerra Fría. La masacre del 11-S, provocada y visualizada bajo la forma del mayor urbicidio concebible, la agonía y violenta caída de dos edificios de más de cien pisos, aniquiló la creencia en el triunfo babélico encarnado por el rascacielos. ‘Lo construido molesta, ya que limita el campo de las decisiones a unos parámetros perfectamente reglamentados. Y porque lo construido molesta, hay destructores. Y porque lo construido es improbable, y por lo mismo podrá construirse de otro modo, se dan destructores’ escribe Vilém Flusser.
Rem Koolhaas manifiesta estar actualmente ‘embarcado en una campaña para matar el rascacielos’ cuando tiene previsto alzar uno en Pekín. Koolhaas es plenamente consciente del impacto emocional que supuso el 11-S y juega al suicidio ético con un trauma cultural global tan reciente. Su lema comercial subversivo para potentados clientes orientales puede sonar perverso en Occidente.
Especialmente en Oriente Lejano, donde se han alzado los rascacielos más colosales de las décadas recientes, la necesidad de llegar cada vez más alto y el frecuente desprecio de los clientes a arriesgar han obligado al arquitecto a proyectarlos limitándose a ser un decorador de prismas o, como en el caso de las Torres Petronas, apelando a un regionalismo posmoderno.
Después del impacto del 11-S, la idea del rascacielos debe comenzar a ser comprendida como un hecho en sí mismo. Su creación debe surgir de la revisión de la concepción de estos gigantes de manera que se redescubra su belleza y capacidad de expresión del espíritu de nuestro tiempo. La convocatoria de reconstrucción de la Zona Cero, puso de manifiesto el hecho de que ciertos arquitectos reaccionaron al atentado con conceptos que representaban sentimientos de angustia e inseguridad. Imágenes de rascacielos como las torres abrazadas de 430 metros de Ocean North o la espiral infinita de Tom Kovac surgen de una inevitable dimensión emocional como conceptos de reflexión acerca de la vulnerabilidad desde la sensibilidad arquitectónica. En ambos proyectos, las ruinas de las Torres Gemelas hablan no sólo de su destrucción material sino de la pérdida de miles de vidas.
Al concebir el rascacielos que ocupará definitivamente el espacio de la Zona Cero, Daniel Libeskind se enfrentó a la dicotomía de mantener el lugar del atentado vacío para siempre o construir de nuevo. ?Llegué a barco a Nueva York cuando era un adolescente, un inmigrante, y como para muchos otros antes que yo, mi primera imagen fue la de la Estatua de la Libertad y el sorprendente skyline de Manhattan. Nunca he olvidado esa imagen, o su significado? dice Libeskind. La civilización siempre soñó con llegar alto. El mito de la Torre de Babel es símbolo del anhelo humano de acceder a un indefinido poder máximo. El idealismo y sentimiento del proyecto original de Libeskind tropezó controvertidamente con los intereses especulativos sobre la Zona Cero, que obligaron a readecuarlo para que los edificios volviesen a imponerse como dominios sobre el suelo, negando al rascacielos ?como, en medio del desconcierto, algunos arquitectos sueñan? restituirse como hito de ese delirio hoy confuso.