21.5.2013

Procesos extremos en la constitución de la ciudad. De la crisis a la emergencia en los espacios mundializados 1

Partamos de una aclaración previa: el planteamiento que les traigo es una hipótesis para la comprensión de los procesos urbanos en la contemporaneidad que surge del cruce entre miradas rescatadas de una bibliografía abierta a diferentes campos de conocimiento, y que busca poner en relación la investigación sobre espacios urbanos producida desde localizaciones muy distantes aun cuando parecería que, en principio, deberían responder a dinámicas económicas, sociales o culturales sustancialmente diferentes. Hipótesis que, por su extensión iremos publicando en post sucesivos, al hilo de la investigación que llevamos a cabo en la actualidad.


Al Ittihad Square, Abu Dhabi, United Arab Emirates. © Cortesía Manoel Rodrigues Alves.

Este requerimiento inicial nos lleva a reflexionar sobre la existencia de conexiones entre las respuestas socioespaciales de diferentes escenarios urbanos, entendidas como efectos de los mismos procesos, que se distribuyen en un registro de variables de respuestas que llegarían a alcanzar rangos opuestos. Por poner un ejemplo y concretando ya en nuestro campo más cercano de intereses, si en el polo sudamericano, y dentro de la realidad brasileña, se están experimentando en la actualidad dinámicas de expansión y crecimiento urbano, y en Europa, concretamente en España, estaríamos situados en la situación opuesta de contracción, recesión o decrecimiento, la hipótesis consistiría en detectar respuestas socioespaciales en ambas localizaciones que fueran asimilables desde su pertenencia a una lógica complementaria.

El establecimiento de similitudes espaciales en diferentes localizaciones y dinámicas urbanas es también una hipótesis de partida de Francesc Muñoz en su libro Urbanalización[1] donde, a partir de la existencia real -o al menos visible- de un paisaje común, encuentra una serie de claves de lectura de los procesos que originan estos paisajes, como factores que operan en la estructura profunda de la ciudad contemporánea. Sin embargo esa tesis aparece paradójicamente refutada en el prólogo mismo del libro por alguien tan reconocido como Saskia Sassen[2]:

“La urbanización contemporánea se caracteriza cada vez más por una homogeneización del paisaje urbano, alimentada en parte por el hecho de que las ciudades están pasando a ser economías de servicios asociados, dado el fuerte crecimiento de los servicios profesionales hasta el turismo global y el redescubrimiento del sector cultural. Sin embargo, esta idea común de la homogeneización del espacio económico urbano no tiene en consideración un punto crucial. Olvida, o confunde, la diversidad de trayectorias económicas mediante las cuales las ciudades y regiones se orientan hacia esas economías de servicios y que existen aún cuando los resultados visuales finales puedan parecer similares. Este análisis, superficial, basado en la constatación de la existencia de paisajes homogeneizados, fácilmente lleva a una conclusión posiblemente falsa: que los paisajes visualmente similares surgen de la convergencia económica porque supuestamente todas las economías de servicios son más o menos iguales. En realidad esos paisajes homogeneizados pueden ser función de la convergencia de las prácticas arquitectónicas y urbanísticas, más que el resultado de economías similares”.

Merece la pena detenerse en el planteamiento de Sassen porque lo que se evidencia es un debate profundo en el campo de la geografía y la sociologías urbanas. El problema surge ante la evidencia de la homogeneidad[3] entre diferentes paisajes urbanos pero frente a esa realidad, la necesidad, el reclamo de la especificidad de esos mismos escenarios arraigándolos en la diversidad de su dinámica económica, social o cultural. Divergencias que quedan enmascaradas por esa aparente homogeneidad, y es esa veladura, esa opacidad de la realidad frente a su envoltura edificada, la que parece molestar a Sassen, de ahí que responsabilice a arquitectos y urbanistas de esa homogeneidad puramente visual, que proviene de una práctica profesional técnica globalizada, más que de una homogeneización completa a niveles económicos, sociales o culturales.

Salvando las componentes culturales y sociales implícitas del paisaje, y entendiendo el prejuicio de Sassen hacia la arquitectura y urbanismo como responsables de todos los desaciertos posibles a nivel urbano y territorial, como un recurso bastante frecuente en las disciplinas menos técnicas que a veces olvidan que el desarrollo territorial no es un campo de acción exclusivamente técnico, sino fundamentalmente político y económico, un prejuicio que atribuye además al narcisismo ególatra de los profesionales el desorden y el descontrol formal y espacial de las ciudades, y que probablemente tiene justificación en algunos casos, entendemos que el argumento esgrimido no explicaría en absoluto la homogeneidad y la molesta convergencia visual que a la autora no le queda más remedio que admitir.

Pero la reticencia de Sassen a reconocer esa homogeneización del espacio urbano y del territorio no es algo episódico, sino una idea subyacente en una buena parte de los estudios postcoloniales, y que se desprende del propio planteamiento de partida del presupuesto postcolonialista: el desmontaje del concepto de modernidad emanada de Europa frente a una modernización incorporada desde múltiples realidades locales y en diferentes momentos a lo largo del periodo colonial. En ese sentido autores como Doreen Massey detectan que la necesidad de distanciarse de ese impulso homogeneizador no es otra que emanciparse respecto a la alienación que supone asumir directamente los productos de la cultura técnico-racionalista, puesto que inhibe la posibilidad de las diferencias culturales. En palabras de Massey:

“Mi argumento es que esta narrativa de la globalización no está verdaderamente espacializada. Es una historia contada como algo universal desde la posición geográfica del que habla. Es una imaginación que ignora las desigualdades, roturas y brechas de base sobre las que se construye. Hace aparecer, de nuevo, una diferencia espacial real dentro de la homogeneidad de una secuencia temporal (al final todos estaremos globalizados de igual manera) y por tanto encubre la posibilidad de una diferencia real. Se trata de una historia de la globalización que sigue teniendo necesidad de espacializarse. Y así como la revisión postcolonial de la historia previa de la modernidad la desestabilizó significativamente, así también una espacialización genuina de cómo pensamos la globalización debería permitirnos contar una historia enteramente diferente”[4]

Desde esta perspectiva, el debate alcanza una dimensión diferente. Por un lado, la homogeneidad globalizadora que apreciamos en el espacio urbano y en el territorio se impone sobre unas condiciones de partida que quedan arrolladas, subsumidas, desbordadas por flujos que construyen una realidad sobre esa otra realidad que es la que las hace posibles. Hasta que punto este proceso homogeneizador se ha entendido como un proceso impositivo, deslocalizador y productor de desarraigo dan cuenta un buen número de pensadores, entre los que recordamos a G. Marramao, S. Zizek o E. Lizcano[5]. Esta posición tiene mucho más peso que el simple rechazo de una homogeneidad visual fruto del gusto o de la moda de los diseñadores del espacio, para adquirir una dimensión reivindicativa que reflexiona sobre las bases constituyentes de esa globalización impuesta, para rescatar otros modos, otras posibilidades de generación del espacio urbano y del territorio.

No obstante, en este proceso argumentativo lo que quedaría pendiente es hacer visible cómo se articulan concretamente esas diferencias y cómo se insertan en el paisaje urbano, o urbanal, como Muñoz lo denomina. Dicho de otro modo, si se admite la irreductibilidad de las diferencias de las que hablan estos autores y que se además se reclaman como necesarias, no solo deberían verse, sino además se tendría que reflexionar sobre ellas. En esa línea puede leerse la estrategia argumental del propio Muñoz cuando alude a la gestión de las diferencias de los espacios urbanos:

“Es por eso que, en realidad, los espacios urbanos no son idénticos pero sí tan similares como la gestión de esas peculiaridades o rugosidades propias del lugar permite. Esta tensión entre lo local y lo global se acaba decantando, de forma diferente según los casos, más hacia un extremo u otro. Son así las dosis de globalidad y localidad las que acaban caracterizando la realidad urbana de unos lugares similares pero diferentes a un tiempo, encuadrados de todas formas en los límites de lo genérico, dentro de las coordenadas del proceso de urbanalización”[6].

No dejan de ser interesantes los términos empleados por Muñoz, puesto que parecen identificar lo activo y lo reactivo con lo global y lo local respectivamente. Hablar además de las convergencias técnicas como una especie de mecanismo parecido al de los ecualizadores de sonido, que amortiguan y equilibran las diferentes gamas de divergencias espaciales, parece dar la razón a Sassen en esa responsabilidad de la arquitectura hacia la producción de ese paisaje homogeneizado donde los matices se plasman en traducir los logos de las marcas internacionales a alfabetos no occidentales, o en achinar los ojos del logo de los restaurantes Kentucky Fried Chicken.

En este punto abandonamos momentáneamente esta línea de reflexión para introducir un nuevo vector de la mano del filósofo alemán Peter Sloterdijk[7], en su hipótesis sobre la constitución misma de los modos culturales:

“Dado que las páginas que siguen tratan de la vida como ejercicio, conducen, en correspondencia con su objeto, a una expedición hacia el universo poco investigado de las tensiones verticales del hombre. El Sócrates platónico había descubierto ese fenómeno para la cultura occidental cuado dijera, expressis verbis, que el hombre es el ser que potencialmente es `superior a sí mismo´. Yo traduzco esta indicación por la observación de que todas las `culturas´, `subculturas´ o todos los `escenarios´ están construidos sobre diferencias-guía con cuya ayuda el campo de las posibilidades de comportamiento humano se ve subdividido en clases polarizadas. Así las `culturas´ ascéticas (en el sentido primitivo de la palabra) conocen la diferencia directriz o diferencia-guía de lo perfecto versus lo imperfecto, las `culturas´religiosas la de lo sagrado versus lo profano, las aristocráticas la de noble versus villano, las militares las de valiente versus cobarde, las políticas la de poderoso versus el privado de poder, las administrativas la de superior versus subordinado, las atléticas la de excelencia versus medianía, las económicas las de abundancia versus carestía, las cognitivas versus ignorancia, las sapienciales la de iluminación versus ceguera. Lo que estas diferenciaciones directrices tienen siempre en común es la toma de partido por el primer valor de los dos indicados, que en el campo correspondiente funciona como un atractor, mientras que al otro polo de la alternativa le compete la función de un valor de repulsión o una magnitud de esquivamiento…..

…la antropología, si no quiere estar, con su discurso, al margen de los vectores esenciales de la conditio humana, no debe seguir dejando fuera de su consideración la realidad de tales magnitudes.”[8]

Zara en calle Toro, 28 (Salamanca) Vía

El argumento que Sloterdijk desarrolla tiene visos de estrategia logocentrista, algo que despues del postestructuralismo resulta demasiado tentador para cualquier aficionado a la deconstrucción, pero, guardando esa opción para cuando tengamos que revisar críticamente nuestra propia hipótesis, revisemos lo que nos desvela el texto. Resulta especialmente útil la equiparación entre los términos cultura, subcultura y escenario, porque si cuando usamos las palabras sociedad o cultura no tenemos ninguna resonancia espacial directa, sin embargo, el término escenario si llama a la puerta de nuestra memoria espacial. Si cambiamos en la frase de Sloterdijk los términos culturales por términos puramente espaciales la frase quedaría como sigue: “Yo traduzco esta indicación por la observación de que todas las `ciudades´, `pueblos´ o todos los `territorios´ están construidos sobre diferencias-guía con cuya ayuda el campo de las posibilidades de apropiación espacial se ve subdividido en clases polarizadas.”

Esta manipulación interesada del texto de Sloterdijk permite introducir en el pensamiento espacial una variable nueva: la existencia de una serie de atractores y repulsores espaciales, que operarían como vectores jerárquicos que tensionarían ciudades y territorios, modelándolos según diferentes polarizaciones. ¿Qué pasaría si pudiésemos encontrar, o proponer un conjunto de diferencias-guías, atractores o, como las denomina Sloterdijk, tensiones verticales (espaciales) en la conformación del espacio que nos rodea? Creo que ese intento de definición podría ayudarnos en la comprensión de los procesos urbanos y es la tesis sobre la que construiremos nuestra hipótesis de trabajo: así probaremos a explorar la tensión del consumo de la saturación versus desustanciación, la tensión de la imagen de la realidad versus la representación y la simulación, y por último la tensión del uso de la apropiación y la privatización versus la exclusión y el extrañamiento.

Por último no puedo abandonar este apartado de consideraciones previas, sin acercarme a las categorías temporales que, inevitablemente afectan a este tipo de acercamientos socioespaciales. Ya Doreen Massey en su texto reconoce la necesidad de trabajar simultáneamente con las categorías espaciales y las temporales, no podría ser de otro modo, cuando al hablar de modernidad, globalización y postcolonialismo, hacemos referencia a coordenadas temporales que no se corresponden en las diferentes localizaciones. Huyssen[9] indica que no tiene sentido hablar de posmodernidad en localizaciones donde no se ha experimentado la evolución entre modernidad y posmodernidad, y simplemente aceptan el desarrollo técnico, o el crecimiento económico y sus correlatos socioculturales, como un todo homogéneo sin discriminar sus procesos internos de transformación.

Hay todavía otro factor a tener en cuenta y es la necesidad de asociar temporalmente la evolución de la ciudad a diferentes etapas del desarrollo de la modernidad. De la ciudad a la metrópolis, a la megápolis o a la postmetrópolis de Cacciari[10], hay casi tantos descriptores para nombrar la ciudad contemporánea como los que se buscan para describir la época que vivimos, sobremodernidad, postmodernidad, hipermodernidad, modernidad líquida. José Luis Pardo[11] aporta una reflexión interesante sobre esa sucesión de términos:

“…la pluralidad de este tipo de fórmulas sucesivas y alternativas, rápidamente agotadas sin embargo (como los `neo-´, los `post-´, los `micro-´, los `ultra-´, los `intra-´, los `trans-´, los `tele-´, los `tardo-´, etc) pudiera tener que ver con una cierta imposibilidad y una cierta impotencia de los tiempos modernos para pasar, para dejar paso a otros tiempos que no sean ya modernos. Esto es lo que significaría este rápido desgaste, estos intentos de pasar. Pero por otra parte, el hecho de que los intentos se multipliquen y los rótulos emerjan unos tras otros también debe de expresar, en cierto modo, el angustioso deseo de los hombres modernos de asistir al final de nuestros tiempos y de inaugurar una nueva época que, en cierto modo, estos prefijos solo intentan anticipar e intentan adelantar, siendo todo ello el testimonio del reiterado fracaso a la hora de habilitar un tiempo que sea nuevo y, sin embargo, la necesidad de crear constantemente nuevos rótulos con la esperanza de que esta vez el nuevo rótulo tenga éxito y de verdad anticipe o adelante un tiempo que ya no sea exactamente un tiempo moderno…”

“…¿no podría ser que esto de `estamos transitando hacia un nuevo paradigma´fuera el emblema genuino de una de las principales experiencias de la modernidad, la experiencia de la transición, la experiencia de la transformación –aunque sea mucho más difícil el pensar hacia qué estamos transitando o desde dónde nos estamos transformando-, incluso hasta el punto de que estas preguntas (¿hacia qué? ¿desde dónde?) sean preguntas superfluas porque, de alguna manera, estamos instalados permanentemente en la transición?”

Este planteamiento, en cierto modo, nos sitúa en una perspectiva convergente con las miradas de Massey, Huyssen o Maillard, puesto que unifica las aparentes diferencias en una comprensión totalizadora: tenemos la experiencia del cambio, de la diferencia continua, de la disimilitud cultural y social, pero es justamente esa superposición de diferencias acumuladas tanto espaciales como temporales la que caracterizaría la modernidad más genuina, que se reconocería no en un único paradigma estable sino en la evolución y transformación contínuas de la aplicación del paradigma científico técnico a localizaciones espaciales y culturas muy diferentes.

El afán de nombrar de modo específico cada variación del modelo en el espacio o en el tiempo, según el propio Pardo, como también la incertidumbre sobre el destino hacia el que nos encaminamos, son características inevitables de la conciencia moderna que intenta racionalizar su posicionamiento respecto al pasado como medio de certificar la distancia respecto al mismo, y es el crecimiento incesante de esa distancia entre pasado y presente el que nos produce la certidumbre de nuestra modernidad, y la experiencia del pasado como algo “que ya no podemos resucitar, puesto que en cuanto tales, es decir, en cuanto perdidos, en cuanto irrecuperables, están preservados en su propia perdición y en su propia irrecuperabilidad y permanecen asidos a nuestra experiencia del tiempo…”[12]

McDonald's de Moscú (Rusia) Vía http://globalizadoyo4a.wikispaces.com/macdonalizacion

La conciencia de nuestra compleja relación con el pasado, inequívocamente ligada a la experiencia moderna, no es solamente un problema temporal, sino se convierte también en un problema espacial, puesto que detrás de este extrañamiento que describe Pardo, se atrincheran las diferencias locales, por ejemplo en el uso del espacio, en la preservación del patrimonio o de la identidad de los lugares. Así en el análisis visual que proponemos a continuación, deberemos realizar recorridos temporales y espaciales, al hilo de la búsqueda de esas diferencias y simulitudes que nos permitan hacer visibles los procesos extremos de atracción y repulsión urbanos.

Referencias:
[1] MUÑOZ, F. (2008), Urbanalización. Paisajes comunes, lugares globales. Gustavo Gili. Barcelona.
[2] SASSEN, S. (2008), Ibid p 7
[3] Homogéneo, globalizado, común… la multiplicidad de adjetivos intenta describir las similitudes desde diferentes perspectivas que analizaremos más adelante.
[4] MASSEY, D.(2012) Un sentido global del lugar. Icaria, Barcelona, p151.
[5] ZIZEK, S. (2002) ¿Quién dijo totalitarismo? : cinco intervenciones sobre el (mal)uso de una noción . Pre-textos, Valencia, MARRAMAO, G. (2006), Pasaje a Occidente: filosofía y globalización. Katz editores, Buenos Aires, LIZCANO, E. (2006), Metáforas que nos piensan: sobre ciencia, democracia y otras poderosas ficciones. Ediciones Bajo cero, Madrid.
[6] MUÑOZ, F, Ibid p. 198
[7] SLOTERDIJK, P., Has de cambiar tu vida. Pre-textos. Valencia 2013.
[8] SLOTERDIJK, P., Ibid, P.28-29
[9] JARQUE, F. “El olvido es siempre la sombra de la memoria. Entrevista a Andreas Huyssen” Diario el Pais 23/4/2011. La entrevista hace referencia al libro HUYSSEN, A. (2011) Modernismo después de la posmodernidad. Gedisa, Barcelona.
[10] CACCIARI, M. (2011) “La ciudad territorio (o la post-metrópoli)” en ARENAS, L. Y FOGUÉ, U. ed.(2011) Planos de (Inter)sección: materiales para un diálogo entre filosofía y Arquitectura. Lampreave, Madrid.
[11] PARDO, J.L. (2011) “Disculpen las molestias, estamos transitando hacia un nuevo paradigma”, en ARENAS, L. Y FOGUÉ, U. ed.(2011) Planos de (Inter)sección: materiales para un diálogo entre filosofía y Arquitectura. Lampreave, Madrid. P. 354-355
[12] Ibid p 362

Fuente > http://www.laciudadviva.org/blogs/?p=17354

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