14.2.2006

Patrimonio, Turismo y Desarrollo Sostenible

Sobre el necesario vínculo entre el patrimonio y la sociedad V


Reflexiones críticas sobre Patrimonio, Turismo y Desarrollo Sostenible

Marcelo Martín
Arquitecto, gestor cultural, responsable del Departamento de Comunicación del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico (Sevilla, España)
Correo-e: valleymar@teleline.es (personal), boletin@iaph.junta-andalucia.es (revista PH)

Desde hace ya varios años venimos asistiendo a la presentación y representación del concepto de ?Patrimonio como factor de desarrollo? (que puede o no incluir el adjetivo de sostenible). Su explicitación dentro del ámbito de la gestión del patrimonio tiene hasta ahora, al menos en nuestro ámbito auntonómico, resultados visibles y efectivos muy por debajo de las horas de cursos, debates, jornadas de sensibilización así como de los numerosos documentos, más o menos rigurosos que se han publicado, por lo que pretender formalizar otro aporte más al tema desde la perspectiva esclarecedora o declamativa es una pérdida de la oportunidad.

Cuando nos abocamos a esta tarea de reflexión de una forma acorde con el espíritu de la época, iniciamos nuestro trabajo por medio de la Red. Escribimos en el casillero de ?búsqueda avanzada? los términos patrimonio +desarrollo + sostenible y obtuvimos resultados que creemos superan la capacidad de un investigador nato y por tanto demoledor para alguien como el que esto escribe. Encontramos más de diez mil documentos posibles de visitar, de los cuales indagamos unos cuatrocientos y, finalmente, encapsulados en un disquete, nos quedamos con veinte de todos ellos, siendo conscientes que lo ingente de la tarea hacía que se nos quedara muchísima información en el tintero (informático). Esto nos da una idea apro-ximada de la importancia que el tema tiene y de la envergadura que el patrimonio y el desarrollo tienen a la hora de plantearnos una acción responsable sobre nuestra realidad patrimonial concreta.

La gestión integral del patrimonio, dentro de las actividades terciarias, se configura como el sector más sensible desde el punto de vista de la conciencia de su propia tarea, pero al mismo tiempo el que menos fuerza y experiencia posee a la hora de integrarse en procesos dinámicos más generales de desarrollo social y económico, y frente a las presiones que los grupos económicos realizan a la hora de producir rentabilidad monetaria de un recurso. Esto debería considerarse improbable por parte de los políticos al frente de la gestión cultural en general y del patrimonio en particular. Sin embargo, la gran cantidad y variedad de profesionales técnicos y agentes que intervienen en el proceso de gestión patrimonial (investigación, conservación-restauración, documentación, legislación, formación y difusión), no por menos informados, pero sí por crédulos por positivistas y alentadores de nuevas perspectivas de trabajo y desarrollo, no alcanzan a vislumbrar en todos sus alcances el cuidado que debe tener el sector a la hora de introducirse en dinámicas de desarrollo social y económico como puede ser el turismo.

Comencemos por procurarnos algunas definiciones y algunos puntos de partida que no necesariamente pasa por la declamación de principios y sí por ver en toda su brutal realidad lo que significa introducirse en el desarrollo y el turismo sostenible.

El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) define el desarrollo humano sostenible como el desarrollo que no solo genera crecimiento económico sino que distribuye sus beneficios de forma equitativa; regenera el medio ambiente en lugar de destruirlo; le brinda a las personas la capacidad de autogestión en lugar de excluirlas. Le da prioridad al pobre aumentando sus opciones y oportunidades y les provee la oportunidad de participar en la toma de decisión en torno a cuestiones que les afectan. Es desarrollo por el pobre, por la naturaleza, por la creación del empleo y en pro de la mujer.

La Comisión Mundial de Ambiente y Desarrollo define al desarrollo sostenible como aquel que satisface las necesidades del presente sin comprometer la habilidad de las futuras generaciones para satisfacer sus propias necesidades; mientras que otros dicen que desarrollo sostenible es un proceso de cambio progresivo en la calidad de vida del ser humano, que lo coloca como centro y sujeto primordial del desarrollo, por medio del crecimiento económico con equidad social y la transformación de los métodos de producción y de los patrones de consumo y que se sustenta en el equilibrio ecológico y el soporte vital de una región. Este proceso implica el respeto a la diversidad étnica y cultural regional, nacional y local, así como el fortalecimiento de la plena participación ciudadana, en convivencia pacífica y en armonía con la naturaleza, sin comprometer y garantizando la calidad de la vida de las generaciones futuras (ALIDES, Alianza para el Desarrollo Sostenible, 1994).

Ahora podemos tomarnos un poco más en serio el pensar en nuestra herencia cultural y su gestión ya no en el marco profesional sino en toda su implicancia social. No vamos a referir nuevamente aquí que el patrimonio forma parte de nuestra identidad, etc, etc. Sino mejor cómo la herencia natural y cultural se ha convertido en un objetivo del turismo a escala mundial y que es al mismo tiempo una oportunidad positiva y una amenaza concreta también a su preservación.

La crisis petrolera de principios de los años setenta estaba encuadrada, en realidad, en un proceso mayor que tenía su inicio a fines de la segunda guerra mundial y cuyo epicentro era el rápido crecimiento económico de los países industrializados, países que dibujaron un modelo que fue trasladado mecánicamente a la periferia del sistema económico mundial. El desarrollo era entonces un problema estrictamente económico y los desequilibrios se esperaba corregirlos con la propia dinámica de dicho desarrollo. Falacia que hasta hoy se mantiene y que agudizó las desigualdades entre países y entre distintas capas sociales en el mismo núcleo del desarrollo. Dicho modelo, sustentado en la utilización indiscriminada de tecnologías contaminantes, agota los recursos naturales sin capacidad de regeneración y luego es trasladado, en su faceta más ortodoxa, a los países subdesarrollados.

La crisis del modelo ha llevado a la revisión del concepto de desarrollo y al rechazo de la idea de crecimiento puramente económico. En esta dinámica se incluye también el reconocimiento de la importancia de tomar en cuenta el desarrollo cultural de cada pueblo.

El renacimiento del liberalismo económico, con sus estrategias de reducción del estado y la desregulación parece ignorar las enseñanzas del pasado. Pero la contundencia de los efectos del desarrollo como la contaminación y el agotamiento de los recursos naturales no renovables conduce a lo que se denomina desarrollo sostenible como superación de la dicotomía desarrollo y medio ambiente natural y cultural.

El desarrollo humano se da en un entorno familiar, social, cultural y medioambiental. Luego necesita de un compromiso político en torno de valores y criterios compartidos, lo que se conoce como trilogía del bienestar: estabilidad política, crecimiento sostenible y políticas sociales que atiendan la igualdad de oportunidades. Desde esta perspectiva existe hoy consenso para conciliar la globalización con la construcción de un tejido productivo y social articulado, de tal manera que el crecimiento económico contemple la necesidades básicas de la población.

El peligro de la pérdida total o parcial de nuestra herencia cultural, material e inmaterial, es tan grave como la pérdida de la salud pública, la identidad, la libertad de expresión o el acceso a una vida digna. El derecho a su acceso por parte de la sociedad es similar también a esos otros derechos humanos irrenunciables. Si mis derechos como ciudadano terminan donde comienzan los de los demás, mis derechos sobre el Patrimonio acaban donde comienzan los derechos de investigar y conservar ese patrimonio para el futuro. Entonces ¿cómo se entiende también el desarrollo sostenible a partir del patrimonio como otro eje fundamental?

El turismo es un destacado medio de intercambio cultural y tiene la potencialidad de reconocer una faceta de rentabilidad económica en el patrimonio natural y cultural. Es una fuente altamente estimada para muchas economías nacionales y regionales y no negamos su capacidad dinámica de desarrollo cuando se gestiona adecuadamente. Lo que no puede perderse de vista es la cantidad de efectos no deseados que trae consigo el turismo frente a otras fuentes de desarrollo:

– Los procesos de intercambio entre culturas diferentes trae también aparejados problemas de pérdida de identidad cultural y desestimación de los sistemas de valores tradicionales de la comunidad anfitriona. Esto se traduce en muchos casos en detrimento y pérdida de prestigio social de actividades laborales del sector primario (agricultura, pesca, ganadería, etc) con resultados, en países de menores recursos, de criminalidad, alcoholismo, prostitución y consumo de drogas.
– El crecimiento del sector turístico trae aparejadas expropiaciones forzosas de la tierra de las comunidades locales, pérdida de acceso a playas o parajes naturales por parte de la población autóctona; limitaciones del poder adquisitivo para trabajadores locales que dependen del sector primario; trabajo infantil en campos informales de la economía turística (sin contar con la explotación en países paraíso del turismo sexual).
– Los ingresos de divisas no siempre repercuten en el desarrollo local. Estos ingresos deben calcularse teniendo en cuenta el nivel de autosuficiencia del país o región anfitriona respecto de: productos, servicios e infraestructuras, niveles de reinversión del sector. Lo que se traduce en dificultades a la hora de organizar y controlar la explotación turística de acuerdo con intereses nacionales, sociales, culturales, medioambientales y económicos.
– Es una actividad con alta sensibilidad de la inestabilidad política, epidemias, catástrofes naturales y criminalidad. Esto implica una fuerte inestabilidad e intercambiabilidad de la oferta.
– El turismo no es la industria sin chimeneas. Tiene particular incidencia en el gasto de recursos combustibles no renovables y un alto índice de emisiones contaminantes cuyas cifras se duplicarán en los próximos quince años. El agua y su contaminación, así como los sistemas de tratamiento de aguas residuales y deshechos es otro grave problema que viene a sumarse a la necesidad de superficie y expansión en el territorio con sus consecuencias en el entorno cultural urbano y natural.

No tratamos de ser catastrofistas sino simplemente encuadrar la visión particular de la relación turismo -patrimonio en su justa medida y más acorde con una visión de la magnitud del problema en el que nuestro sector admite introducir la gestión del patrimonio natural y cultural.

Para compensar los impactos negativos del turismo existen muchos programas de trabajo a nivel mundial, nacional y territorial orientados hacia el concepto de sostenibilidad. Un turismo sostenible debe cumplir con criterios de sostenibilidad también en lo social, cultural, ecológico y económico. Debe tener una vi-sión a largo plazo y contribuir al entendimiento y la paz entre los pueblos; a la conservación del medio ambiente y de la identidad natural de los pobladores de los destinos turísticos y, finalmente, propender a un desarrollo económico y social justo y digno.

Resulta a mis oídos nuevamente declamatorio el párrafo anterior, porque nuevamente debemos enfrentarnos como sector abocado a la gestión de la complejidad que significa adoptar un turismo sostenible como oferta de nuestro legado, con responsabilidad y conscientes de su magnitud. Realicemos un listado de premisas que debemos tener en cuenta y que su puesta en marcha no depende de nuestra voluntad, ni siquiera de nuestra sola presencia y correcta actuación:

– Compromiso y cooperación entre los administradores locales y/o comunidades indígenas, los conservacionistas, los operadores turísticos, los propietarios, los responsables políticos, los responsables de planes nacionales de desarrollo, los gestores de sitios y monumentos y/o espacios protegidos y el resto de los agentes locales.
– Participación en la responsabilidad y en las estrategias.
– Aplicación del principio de subsidiaridad (las decisiones que competen a los ciudadanos, y su legado natural y cultural en este caso, deben ser tomadas por el nivel de gobierno o de decisión más próximo a éstos).
– Preservación del patrimonio natural y cultural sobre el que se fundamenta su actividad (es obvio pero no debemos dejar de recordarlo).
– Favorecer la coherencia con la planificación y las acciones que se llevan a cabo en el territorio.
– Desarrollo de una oferta basada en la autenticidad, calidad de la experiencia y sensibilización hacia la protección y conservación del medio natural y cultural.
– Reinversión de parte de la rentabilidad económica en investigación, protección, interpretación y formación.

De la lectura que hicimos de los documentos que encontramos en la Red podemos afirmar que existe una ética del turismo sostenible. Esto implica el compromiso de trabajar para conseguir una mejor contribución del turismo a la protección y a la valorización del patrimonio; de adoptar una ética comercial basada en el respeto por el cliente y el establecimiento de una política de precios justa. La ética también estará presente en la política de acogida, favoreciendo el acceso a los espacios protegidos a todos los públicos y, en concreto, a los estudiantes, a los jóvenes, a los ancianos y a los discapacitados.

La realización de un programa de turismo sostenible debe contemplar:

– Diseño del programa a partir de una estrategia compuesta por acciones concretas.
– Conocimiento del cliente (marketing). Clarificar el perfil del usuario respecto de los objetivos de protección e identificación de nuevos segmentos del mercado (discapacitados, tercera edad, jóvenes, familias con bajos recursos, etc.)
– Gestión de calidad. Esto implica la previsión cuando proceda de centro de visitantes, equipamiento e infraestructura turística, servicios y productos, promoción y servicios posventa.
– Oferta turística específica que favorezca el descubrimiento y la interpretación del patrimonio.
– Sensibilización del visitante: educación e interpretación; información; marketing y promoción responsable.
– Formación de los agentes intervinientes a nivel local.
– Preservación y mejora de la calidad de vida de la población local.
– Protección y valoración del patrimonio natural, cultural e histórico
– Conservación de los recursos naturales
– Contribución económica del turismo a la conservación del patrimonio
– Desarrollo económico y social: apoyo a la economía local y desarrollo de nuevas oportunidades de empleo.
– Control de la frecuencia turística: flujo de visitantes, canalización del flujo; control de tráfico.
– Gestión e integración del equipo turístico.

Marco conceptual
Hace unos veinte años, un destacado grupo de arquitectos latinoamericanos, del que tuve el privilegio de formar parte, reflexionaba acerca de muchas de las que hoy son certezas respecto de la globalización, la pérdida de las identidades culturales por la imposición económica y tecnológica, y la urgente necesidad de buscar soluciones acordes para dar respuesta a las demandas de nuestra profesión.

Del cúmulo de encuentros y textos que se produjeron a lo largo de varios años me es grato y oportuno traer aquí el concepto de lo que entonces denominábamos la modernidad apropiada, un intento consciente de crear una categoría de análisis de nuestra realidad que, por un lado, no nos permitiera evadirnos en la nostalgia y, por otro, nos comprometía con un presente y un futuro concretos, a la hora de buscar respuestas válidas a las exigencias sociales y culturales, y que no tuvieran repercusiones en el medio natural y cultural de la región.

No pretendíamos crear un ismo arquitectónico más, ni siquiera un modo estilístico de producción sino una actitud frente al hacer, una forma de reflexión que nos facilitara hacer propio lo que nos llegaba de la globalidad pero al mismo tiempo ejerciendo una actitud crítica que nos permitiera comprender qué era lo apropiado y qué no lo era, de cara a la diversidad cultural y espacial de nuestro continente, ?de modo que la proposición de búsqueda de una modernidad apropiada como actitud común a los arquitectos implicaba por definición, la exigencia de la diversidad para cada realidad?1.

Esta experiencia, que sigue viva en mis reflexiones acerca de lo que sucede en el mundo de la cultura y en particular del patrimonio donde me muevo, viene a cuento al pensar en una forma apropiada de vincular al patrimonio con la sociedad y en particular cuando decidimos incorporar la gestión del patrimonio a dinámicas sociales y económicas que trascienden la escala habitual de nuestra tarea. Apropiada en su triple concepción: en cuanto adecuada, a la realidad de que se trate, útil a ella, a su servicio y consistente y armónica con ella; en cuanto hacerla propia, a condición de que hagamos discriminaciones previas y un esfuerzo crítico por saber lo que es conveniente a nuestra realidad y que sepamos adaptar e incorporar pertinentemente todo aquello que nos llega; en cuanto propia es decir en tanto forma parte indisoluble de nuestra identidad, idiosincrasia y tradicional forma de expresarnos.

Portugal, el sur de España e Italia y Grecia comparten no sólo un espacio vital mediterráneo y una cultura básica subyacente sino también una forma de supervivencia cultural a la colonización que tiene muchos puntos en común frente a los conceptos, hoy un tanto dejados de lado pero no por eso menos vigentes, de centro y periferia. Relativizando, somos periferia europea, pero también centralidad mediterránea.

Nuestra experiencia autonómica a la hora de incorporar nuevas tendencias en la gestión del patrimonio nos obliga a plantearnos esta óptica de lo apropiado para nuestra realidad. No se trata de una actitud conservadora ni mucho menos regresiva. Es necesario no repetir actitudes acríticas y poco reflexivas frente a lo que nos llega como el dictado de lo que debe y no debe hacerse en Patrimonio. Hoy resulta impensable no comprender también el patrimonio como factor de desarrollo, pero también reflexionamos poco sobre el cómo ejecutarlo y qué consecuencias traerá aparejado para su conservación.

Muchas sociedades periféricas se han planteado una y otra vez la posibilidad de saltarse etapas en su devenir social y económico, como por ejemplo el dar un salto tecnológico y pasar por alto la industrialización. No parece descabellado aceptar que esta idea pueda servirnos también a nosotros, europeos meridionales. Pero esta dinámica no puede trasladarse a la gestión del patrimonio sin más. En esta tarea no podemos saltarnos etapas. No se puede plantear sin adecuaciones el traspaso de una gestión sustentada en la protección y conservación de los objetos (el medio natural y cultural) a otra basada exclusivamente en el desarrollo social. No parece adecuado plantearse sin intermediaciones el patrimonio como eje de un desarrollo social y económico a partir de la explotación turística obviando posibles situaciones de abandono de ese patrimonio desde la perspectiva de la investigación y la conservación. Y valga como ejemplo esclarecedor el hecho verificado de querer pasar del museo tradicional, sin almacenes adecuados o con vitrinas descontextualizadas (por poner solo dos ejemplos) a la incorporación de la informática interactiva para los visitantes.

La naturaleza compleja y plural del patrimonio natural y cultural implica ?una gestión integral que articule investigación y gestión, produzca conocimiento y utilidad práctica , aproxime pasado y presente. (…) La gestión integral implica comprender el trabajo en torno del patrimonio como una cadena o sucesión de trabajos que se inicia con la identificación y recuperación del registro, continua con su estudio y valoración, ofrece soluciones a la administración actual de los bienes que lo integran, posibilita su revalorización y rentabilización como recurso cultural y culmina con la difusión?.

La difusión es interpretación. Es la actividad que permite convertir al objeto patrimonial en producto patrimonial, a través de un proyecto que integre la interpretación en si, es decir la materialización de la definición conceptual del bien convertido en mensaje apropiable e inteligible, y la comunicación, comprendida como un proceso de identificación y satisfacción de las necesidades del usuario, y que implica un conjunto de actividades destinadas a dar a conocer, valorar y facilitar el acceso a la oferta cultural.
En resumen, deben converger las disciplinas que trabajan en la producción de conocimiento como en la gestión de esos productos culturales. Abogamos por un desarrollo sin saltarse etapas. En este contexto no vamos a tratar aquí todos los aspectos enunciados sino solo aquellos en los que podemos aportar una reflexión.

Sobre el concepto de valor
El conocimiento de la historia posee en sí mismo todos los elementos de los que es parte el proceso de formación de la conciencia que de si tiene una comunidad. La apropiación de la historia a través de sus testimonios materiales e inmateriales es una labor compleja, en la que se pretende comunicar cómo los objetos, las tradiciones o el paisaje no tienen valor por lo que son, sino por lo que representan (objetos, signos). La valoración de un objeto no radica en su mayor o menor antigüedad y belleza, conceptos meramente subjetivos basados en prejuicios, sino en la medida que nos informa de los aspectos históricos (económicos, sociales, de mentalidad, etc.) de la época que se pretende enseñar. Respecto de los valores, podemos estructurarlos al menos en dos aspectos radicalmente opuestos en el campo del patrimonio: el valor del consumo de los objetos patrimoniales o, por el contrario, el valor que presenta para la identidad cultural de la comunidad o el valor de uso.

En el primer caso, el valor de consumo, se consideran prioritarios aquellos bienes que presentan atractivos ya sea por su valor artístico relevante o simplemente por su originalidad, curiosidad o extravagancia. En este caso la presencia de la población será evaluada positivamente en tanto contribuya a reforzar la imagen pintoresca y será tratada como un objeto de consumo más o desechable en tanto no agregue nada especial al carácter del sitio. El tratamiento del patrimonio se inclinará, desde esta perspectiva, a congelar situaciones ?valiosas?, para lo cual se propondrán restauraciones o arreglos más o menos escenográficos, que ?pongan en valor? los elementos considerados de mayor atracción y por tanto crear una falsa identidad. No pueden admitirse en este caso cambios creativos que pongan el patrimonio al servicio de la población existente. El valor queda directamente relacionado con la productividad económica, con lo que se confunde valor estético y originalidad genuina con extravagancia o decorativismo superficial.

Si, por el contrario, la trascendencia se asocia a la consolidación de la identidad cultural del grupo social, el patrimonio adquirirá valor en función de su capacidad como elemento de identificación y apropiación del entorno inmediato y del paisaje por parte de la comunidad. Las teorías y métodos, tanto para la determinación de los bienes culturales como para su tratamiento, conducirán a operaciones de rescate y conservación más creativas. Los valores por reconocer serán entonces los que hacen a cuestiones relacionadas con las vivencias sociales, con la historia de la comunidad, esto es, al papel que el objeto ha desempeñado en la historia social. Se debe atender también a la lectura que de este patrimonio hace la gente, es decir, la lectura de ese objeto donde el individuo reconoce el hábitat de un determinado grupo sociocultural y, finalmente, a la capacidad para conformar su entorno significativo, a conferir sentido a un fragmento urbano, etc. Si el patrimonio es considerado como apoyo para la memoria social, uno de los valores fundamentales por considerar será la presencia de sus habitantes. Al poner en primer plano la capacidad de identificación y apropiación por parte del grupo social, este grupo pasa a ser considerado como protagonista de cualquier operación que se emprenda: la intervención en el patrimonio tenderá al arraigo y desarrollo de la población, evitando a toda costa su expulsión, o su marginación.

Por otro lado, al considerar a los habitantes como parte fundamental del patrimonio, se compromete al reconocimiento de la necesidad de cambio, de adaptación a nuevas necesidades, nuevos hábitos, transformaciones funcionales, etc. Por eso el congelamiento de situaciones edilicias o urbanas no puede ser la meta de la conservación y de un proyecto de turismo cultural, se plantea la necesidad de hallar en cada caso la solución que permita el delicado equilibrio entre la preservación de la identidad y los necesarios cambios.

Sobre la gestión del patrimonio
Cualquier idea relativa al desarrollo con el patrimonio como eje fundamental debe contemplar equilibradamente los tres pilares sobre los que se sustente la gestión del mismo: investigar, conservar y difundir. La investigación y conservación del patrimonio debe tener un lugar destacado como generadoras de empleo. Normalmente las consideraciones respecto a la generación de trabajo, local o regional, dentro de un proyecto de turismo cultural soslaya la posibilidad de creación de puestos de trabajo en el área profesional estructamente patrimonial. La comunidad local también tiene incorporados historiadores, arqueólogos, restauradores, arquitectos y demás profesionales que, desde un ámbito cercano y reconocido, pueden incorporarse laboralmente al proyecto con la doble dimensión de la calificación del desarrollo local y como generación de impulsores internos del propio emprendimiento.

Debe contemplarse también los conceptos de fragilidad y autenticidad del patrimonio, muy en particular a la hora de gestionarlo en función de recursos turístico culturales, e íntimamente ligados a la conservación y la investigación.

No parece ilógico plantearnos una moral patrimonial. El capital en sí mismo no es negativo, pero en su gestión se adolece muchas veces de una ética o de unos principios que superen el concepto de la mera rentabilidad.

La tendencia que la presión del turismo ejerce sobre la gestión del patrimonio condice a algunos políticos y promotores financieros a una visión bastante frívola del propio patrimonio. ¿Cuáles son los límites de la reproductibilidad de objetos o inmuebles (simulacros culturales) como medida de aportación al turismo patrimonial? Las últimas tendencias son la inversión a mediana y gran escala apostando por el simulacro cultural. En este caso se tiende más a producir lo que ahora da en llamarse ?centro de interpretación?, producto mediático sin demasiadas preocupaciones por la investigación de los contenidos ni la respuesta del público, que la adecuación o creación de museos locales o comarcales, con todo lo que ello implica a la hora de gestionar y formar una colección de objetos coherente y bien documentada, presentada y conservada. Otra modalidad es la de producir ?parques temáticos? antes que resolver adecuadamente las mejoras que los centros históricos, los yacimientos arqueológicos o los parajes naturales singulares demandan, aún cuando las inversiones son desproporcionadamente superiores (compárese la inversión en el teatro de Sagunto versus el parque temático Terra Mítica).

En el caso de los yacimientos arqueológicos no se pueden escenificar los emergentes materiales para el visitante como objetivo primodial; debe realizarse un trabajo interdisciplinar y complejo donde tengan prioridades también la conservación y la investigación y no una mera realización de itinerarios, señalizaciones más o menos atrayentes, insertar una tienda, unos sanitarios y una cafetería. Porque:

– los itinerarios deben surgir de la comprensión del sitio, de su correcta excavación, de su documentación y de la consolidación y conservación de las estructuras arquitectónicas
– la señalización no consiste en la orientación física del visitante sino en de brindar una información científicamente válida, comprensible y documentada
– las construcciones anexas deben ser acordes con la demanda y no interferir con la comprensión global del yacimiento y su entorno
– los productos de venta al público no son sourvenirs sino objetos de calidad testimonial y didáctica
– un yacimiento o un inmueble no acaba en los límites de una valla o las paredes de un edificio; debe tenerse en cuenta el entorno mediato e inmediato, natural y cultural, objeto también de investigación y conservación.

Sobre la interpretación
La Carta Internacional sobre Turismo Cultural, redactada por ICOMOS, dice que los aspectos individualizados del patrimonio natural y cultural tienen diversos niveles de significación, algunos de valor universal, otros de importancia nacional, regional o local. Los programas de interpretación deberían presentar esos significados de manera relevante y accesible para la comunidad anfitriona y para el visitante, usando métodos apropiados, atractivos y actuales en materia de educación, medios informativos, tecnología y desarrollo personal, proporcionando información histórica, cultural, además de información sobre el entorno físico.

La interpretación y presentación de los programas debería proporcionar un alto nivel de conciencia pública y el soporte necesario para la supervivencia del patrimonio natural y cultural a largo plazo. Los programas de interpretación deberían proporcionar el significado de los sitios del Patrimonio y de sus tradiciones y prácticas culturales así como ofrecer sus actividades dentro del marco tanto de la experiencia del pasado como de la actual diversidad cultural de la comunidad anfitriona y de su región, sin olvidar las minorías culturales o grupos lingüísticos. El visitante debería siempre estar informado acerca de la diversidad de los valores culturales que pueden adscribirse a los distintos bienes patrimoniales.

Los programas turísticos deberían alentar la formación de los intérpretes y guías del sitio provenientes de la propia comunidad anfitriona, para aumentar la capacidad de la población local en la presentación e interpretación de sus propios valores culturales.

Los programas educativos y de interpretación del patrimonio entre las personas de la comunidad anfitriona deberían involucrar a los intérpretes locales. Los programas deberían promover el conocimiento y el respeto de su patrimonio, animando a los hombres y mujeres de la comunidad a interesarse en el cuidado y la conservación del mismo.

Sobre la reinversión de recursos
Los legisladores deberían promover medidas para una equitativa distribución de los beneficios del turismo de modo que éstos sean repartidos entre los diversos países o regiones, aumentando los niveles de desarrollo económico y contribuyendo a erradicar la pobreza cuando así sea necesario.
La gestión de la conservación del patrimonio y de las actividades turísticas debería proporcionar beneficios equitativos de carácter económico, social y cultural a los hombres y mujeres de la comunidad anfitriona, a todos los niveles, a través de la educación, la formación y la creación de oportunidades de empleo a tiempo completo.
Una parte significativa de la renta proveniente de los programas turísticos en sitios con patrimonio, deben dedicarse a la protección, conservación y presentación de los propios sitios, incluyendo sus contextos naturales y culturales. Cuando así sea posible, los visitantes deberían ser informados acerca de esta distribución de la renta.

Consideraciones finales
¿Cuál es el límite adecuado para un proyecto cultural que tiene al Patrimonio como factor de desarrollo, comparado con un proyecto turístico de ocio y rentabilidad monetaria? El Patrimonio contiene, entre muchos otros dos objetivos fundamentales: ser apropiable como objeto de disfrute por la sociedad y ser fundamento de investigación para el conocimiento. Por tanto parece inviable el concepto de privatización del bien; se puede afirmar que es uno de los pocos recursos totalmente públicos que existen en nuestras sociedades. Lo que puede compartirse entre el sector público y el privado es la explotación de ese bien, pero siempre dentro de los límites que marcan las necesidades de investigación, protección y conservación.

Existen estudios y propuestas, dentro del concepto de sostenibilidad, del uso y disfrute del Patrimonio natural y cultural que superan el mero hecho del control de los visitantes. Este tema parecía ser la única premisa por cumplir a la hora de desarrollar un proyecto de turismo patrimonial, cuando ya hemos podido comprobar la cantidad e intensidad de variables que deben ser tenidas en cuenta en este tipo de propuestas. De todas ellas queremos destacar en este final tres premisas:

– Diversificación de la oferta cultural. Una estrategia turística de patrimonio no puede basarse en la sobreexplotación de los grandes monumentos, yacimientos arqueológicos o parajes naturales excepcionales, no solo porque agotaríamos el recurso por su destrucción sino porque, además, no cumpliríamos con una premisa básica del desarrollo, que es su correcta planificación y distribución en el territorio.
– Creación de una oferta turística específica. El pueblo, el monumento o el espacio protegido deberán ser objeto de generación de productos y actividades turísticas que favorezcan el descubrimiento y su interpretación. Dichos productos, auténticos y de calidad, deberán ser identificados como prestaciones específicas ligadas a ese patrimonio y generar recursos rentables sobre todo para la población local con márgenes razonables de donde puedan extraerse también recursos para la conservación y la investigación.
– Sensibilización de los visitantes. La educación medioambiental y la interpretación del patrimonio constituirán una prioridad en la política turística del territorio. En dicho contexto, se propondrán actividades o equipamientos relacionados con el patrimonio y el medio ambiente a los visitantes, a la población local y, en concreto, a los visitantes jóvenes y a los escolares. Asimismo, el espacio protegido asistirá a los operadores turísticos en la elaboración del contenido pedagógico de sus actividades. Esto es muy importante, los gestores patrimoniales y las administraciones para las cuales trabajan no pueden sustraerse de la responsabilidad de la producción de estrategias, objetivos y contenidos de todos aquellos productos mediáticos destinados al público en su encuentro con el patrimonio en su tiempo de ocio.

Acabemos con una de las frases iniciales para nuestra memoria. La gestión integral del patrimonio, dentro de las actividades terciarias, se configura como el sector más sensible desde el punto de vista de la conciencia de su propia tarea, pero al mismo tiempo el que menos fuerza y experiencia posee a la hora de integrarse en procesos dinámicos más generales de desarrollo social y económico, y frente a las presiones que los grupos económicos realizan a la hora de producir rentabilidad monetaria de un recurso. Debemos vislumbrar en todos sus alcances el cuidado que debe tener el sector a la hora de introducirse en dinámicas de desarrollo social y económico como puede ser el turismo, y decimos cuidado y no negar sus posibilidades.

Invierno 2001

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