9.8.2009

Patrimonio Arquitectónico a través del Croquis: Palacio del Congreso de la Nación Argentina

Algunas veces se ha dicho que Buenos Aires sería otra si sus habitantes y visitantes se dedicaran a observarla con la mirada dirigida hacia arriba. 
Es que la "planta baja" de la ciudad sólo muestra una de sus múltiples caras. Conforme se va ascendiendo, Buenos Aires posee muchos y distintos atractivos. Uno de ellos son las cúpulas de diferentes edificios de la zona de Congreso y Plaza de Mayo, que resumen en su concepción y estilo, la puja de distintas corrientes arquitectónicas de las primeras décadas del siglo y que, por lo tanto, sirven para construir nada más y nada menos que una parte de la historia.

La arquitectura del edificio del Honorable Congreso de la Nación tuvo su origen en los proyectos que se llevaron a cabo en 1895. Concurrieron a este concurso 28 arquitectos, tanto argentinos como extranjeros, algunos de los cuales residían permanentemente en nuestro país. Entre otros, presentaron proyectos los franceses Lefebre, Tronchet y Rey, Paul Henry Nenot quien se asoció con Carlos Morra; los italianos Sommaruga y Calderini, este último director de las obras del Palacio de Justicia de Roma; el austríaco Turner; el uruguayo Baeza Ocampo junto con Alfred Massue; los argentinos Avenatti, Emilio Agrelo, César González Segura, asociado con Emilio Mitre y el francés Gustavo Duparc; Bernardo Meyer Pellegrini, asociado con el alemán Servatius; Alejandro Christophersen, noruego, y Víctor Meano, también italiano, estos dos últimos radicados definitivamente en Buenos Aires.
Meano, antiguo empleado de la oficina del ya fallecido Francisco Tamburini, fue el ganador. En el jurado figuraban el senador Igarzábal, el diputado Doncel, el ex intendente Alcobendas, el ex presidente de la Nación Carlos Pellegrini y como asesor, el arquitecto Jacques Dunant. Este último, un profesional de mérito y destacada actuación quien, años más tarde reconocería que sus consejos y opiniones no influyeron mayormente en las decisiones del jurado.
El Congreso de la Nación es obra del arquitecto italiano Vittorio Meano, y tiene clara influencia italiana. 
El proyecto fue realizado en 1895, y recién en 1898 se comenzó la obra, que se inauguró oficialmente en 1906.
El caso particular de esta cúpula, cubierta de chapas de bronce, y terminada en forma de aguja, fue motivo de preocupación ya que esos elementos ejercían (y ejercen) un peso de muchas toneladas. Esto dio lugar a un trabajo previo de consolidación del terreno y además se construyó una bóveda invertida de bloques de granito, para neutralizar el empuje que produce la mampostería de la cúpula.
Estas construcciones encarecieron al doble su valor.

El linaje arquitectónico

«… como fondo magnífico de la Avda. de Mayo, se yergue… el soberbio Palacio del Congreso Nacional, proyecto de Víctor Meano… Es de nobílisimo estilo grecorromano, de proporciones perfectas, ofreciendo un aspecto de magnificencia severa y elegante.»
El proyecto de Meano se inscribe absolutamente en la corriente arquitectónica que reconoce como fundamental a tres ideas centrales: el academicismo, el eclecticismo y el clasicismo. Esta condición tripartita lo confirma como obra de arquitectura típica, característica, podemos decir paradigmática de la época de su creación: el fin del siglo XIX, y las primeras décadas del siglo XX.
El academicisimo es, implícitamente, una manera concreta y particular de crear arquitectura, un modo, un procedimiento y una disciplina de idear y de encarar el proyecto. Modo y método que a fines del siglo XIX tenia una añosa y respetable tradición que reunía y acumulaba a todas las experiencias y enseñanzas de las más prestigiosas escuelas de arquitectura de Europa. Como sistema de generar arquitectura, el academicismo se nutría de un vastísimo cuerpo de teoría., cuyos orígenes se remontan a la antigüedad y que a lo largo del siglo XIX había llegado a ser muy extenso, muy amplio , abarcante y también , bastante denso.
Las academias como instituciones dedicadas a la enseñanza de la arquitectura son un emergente de la cultura del Renacimiento, y por lo tanto, su origen es italiano. Sin embargo, desde comienzos del siglo XVIII el centro de la actividad académica de arquitectura, especialmente a nivel teórico, se fue desplazando de Italia a Francia. Es así como a fines del siglo XIX la escuela de arquitectura más famosa, la más prestigiosa y por consiguiente la de mayor influencia en el mundo entero fue la célebre Ecole des Beaux Arts de París.
El sistema de enseñanza de las academias de arquitectura se basaba en dos conceptos, dos nociones fundamentales: la composición y el partido. Naturalmente, el aprendizaje y el quehacer académico suponían muchas cosas más que la composición y el partido, pero estas dos ocupaban el lugar central.
La composición era el núcleo, el centro de las enseñanzas académicas era el ejercicio fundamental del aprendizaje de la arquitectura. En las escuelas, ocupaba el lugar central, el lugar que hoy ocupa el diseño. Yendo al fondo de la cuestión, podemos decir que la arquitectura era, en realidad, un ejercicio de composición. (El símil con la música es, obvio e inevitable). La manera de describir más claramente qué era, en realidad la composición, es diciendo que era la habilidad, la destreza con que el proyectista combinaba y concertaba las partes del edificio para formar con ellas un todo armónico y bien proporcionado.
Se hace necesario agregar, llegando a este punto, que ese «todo armónico y bien proporcionado» debía serlo de acuerdo con una serie de reglas, criterios y convenciones fundadas en ideas, la mayoría de antiguo origen, convalidadas por la tradición académica, tales como la escala, la simetría, la disposición, (la «dispositio» de los romanos), la euritmia, el orden, el estilo, la proporción y muchas cosas más, todas importantes, pero cuya elucidación seria prolongada y quizá tediosa.
Tradicionalmente, el academicismo estuvo ligado a los estilos clásicos de la arquitectura y a sus derivaciones clasicistas. Sin embargo, con el correr del tiempo aparecen nuevos y poderosos movimientos intelectuales que se reivindican y revalorizan a otros estilos, a otras arquitecturas. A partir de las ultimas décadas del siglo XVIII es El Romanticismo el que propone, como parte de una idealizada reválida del medioevo, una recuperación de los valores de la arquitectura gótica y románica. Y así sucesivamente, hasta que a mediados del siglo XIX casi no había arquitectura alguna que no hubiese tenido sus apologistas. Por cierto que al llegar el fin del siglo no había estilo arquitectónico que no tuviera escrito su panegírico.
La razón de ser del eclecticismo está en este reconocimiento de que todas las arquitecturas o por lo menos casi todas, poseen valores intrínsecos altamente estimables. Es decir que no son solo las arquitecturas de origen clásico las que reunían todas las virtudes, todas las excelencias.
A partir de la convalidación cultural el eclecticismo, que significa elegir, escoger, el arquitecto tuvo una razonable libertad de optar para sus obras por el estilo de su preferencia o por el estilo que se le ocurría como más conveniente para la obra que le tocaba realizar, elección que en la mayoría de los casos participaba su cliente. Cuando Víctor Meano tuvo que elegir un estilo para el edificio del Congreso Nacional, eligió el estilo clásico. Es cierto que eligió bien, es casi imposible suponer que pudiese haber ganado este concurso un edificio que no fuese clásico o clasicista.
Hacemos estos comentarios en torno del academicismo, del eclecticismo y del clasicismo para ubicar al edificio del Congreso Nacional como un objeto cultural cierto, auténtico y legítimo, característico de una manera particular de sentir, de pensar y de hacer la arquitectura, en un determinado tiempo de la historia. No es entonces un producto casual; más bien es el resultado de una necesidad cultural, un resultado tan vigoroso como lógico, el cual al ser plasmado en croquis a través del dibujo personal e intencionado, podemos interpretar su arquitectura revalorizando el patrimonio arquitectónico desde otro punto de vista, como arquitecto y artista.

Arq. Jorge Ignacio Quintana

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