2.3.2007

Para la Ciudad, concursos

Publicado el 27 de febrero en el Suplemento de Arquitectura del Diario Clarín.

Con el veto del Jefe de Gobierno a la nueva ley para la transparencia en la contratación pública de servicios profesionales de arquitectura, urbanismo e ingeniería civil se congela una instancia que se percibió como fundamental para cambiar la modalidad de adjudicación de las nuevas obras en la Ciudad.

La historia cuenta ya con un par de años. En junio del 2005 cuatro instituciones cerraron un documento que luego fue llevado al senado y votado. Tanto el CPAU, la SCA, el CAPBA como el CPIC acordaron un proyecto en el que se pautaban tanto los concursos de arquitectura del modo más ortodoxo como los de proyecto y precio, pasando por otras modalidades ya consolidadas, pero con la obligación de recurrir siempre a los asesores y jurados de la SCA. ¿Qué pasó? El Jefe de Gobierno, en uso a sus atribuciones, vetó esta flamante ley por considerar que tres puntos no cumplen los requisitos y no se adaptan a las normativas. Si bien se espera que se puedan sortear estas cuestiones de forma, la idea es llevar a la administración pública transparencia en los actos adjudicatarios de las nuevas obras y cortar con la modalidad de generar planteles de arquitectos cada vez más grandes en cada repartición.

Con este dato como punto de partida es bueno preguntarse: ¿Qué se espera de un concurso? Simplemente, un debate de ideas y soluciones apropiadas. Para lograrlo se requiere del compromiso concretado en una verdadera apuesta a la creatividad, no sólo de los participantes sino de los asesores y los funcionarios que ejercen de comitentes y de los jurados que evalúan con ojos audaces las propuestas. Sin un acuerdo entre partes en ese sentido el resultado no diferirá demasiado de las propuestas más convencionales. Pero cuando todas las partes actúan con independencia de criterios se puede llegar a un resultado tan innovador como inesperado. Hay barreras que superar y convenciones que desmantelar.

Por eso los concursos no sólo son un método transparente y justo para todos, sino un campo que permite ir para adelante, el cual se hace difícil de encontrar en las encomiendas particulares más recurrentes. No nos podemos quedar sólo en la confección de una norma a seguir; todo lo contrario, los proyectos deben ser libres y genuinamente audaces.

Además, salta a la vista que no se puede estar en dos lados al mismo tiempo. O se trabaja desde la función pública, aportando el material necesario para definir las necesidades, o se proyecta. Si se es autor y comitente simultáneamente es casi imposible que salga algo bueno, ya que es mucho más cómodo mover la frontera de las pautas requeridas que andar tocando el proyecto. Y si bien existen honrosas excepciones al respecto son al fin y al cabo simplemente excepciones. El que fija las pautas no ejecuta el proyecto. A pesar de que esto es tan sencillo que suena a obvio, este es el mayor error y el más común de los arquitectos que ocupan circunstancialmente un puesto público. Aún así la lista de los argumentos para no realizar un concurso es cada día mas larga.

Si queremos reafirmar lo dicho basta con leer el comienzo del libro de Leonardo Benévolo «Historia de la arquitectura del Renacimiento» en donde se toma como punto de inflexión el llamado a concurso para la realización de modelos para la cúpula de Santa María dei Fiori. El autor marca la parábola de esta notable intervención, desde el proyecto hasta la concreción de la obra, como el momento culminante del Renacimiento florentino. Es que con el llamado a concurso por parte del poderoso gremio de artesanos de la lana en 1418, se opta por una modalidad que marca la tendencia de este fructífero período: una arquitectura de autor y el comienzo de la visión actual de nuestra disciplina.

Característica primordial del final del Medioevo, la firma de un trabajo trajo consigo la valoración por el cambio, por lo nuevo y por volcar en una obra de arquitectura todo lo que se había experimentado previamente en los oficios y en la producción artística en particular. La ciudad de Buenos Aires fue en ese sentido el lugar de innovación por excelencia que luego marcó el camino por el cual transitaron otras ciudades y provincias de nuestro país.

Esperemos que corregidos los tres puntos vetados por el Jefe de Gobierno, nuestra ciudad vuelva a marcar el rumbo a seguir en materia de concursos y transparencia.

Matías Gigli, Arquitecto y miembro de la comisión de Concursos de la SCA.

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