28.4.2008
Para bien de todos
Arquitecturas benefactoras. Dos obras públicas en el área de Córdoba (Argentina), combinan la calidad en el diseño con la mejora de las condiciones de vida sintonizando con el entorno urbano y el paisaje
En la década de los años noventa, la ciudad argentina de Córdoba ya era modélica por su política de espacios públicos, equipamientos y recuperación de áreas degradadas. Fueron los años de la realización de docenas de pequeños y grandes parques, de rehacer tramos del río Suquía y de crear una serie de centros de participación comunal, los CPC, que proyectó Miguel Ángel Roca, articulando a través de los diversos volúmenes el complejo programa de los centros municipales de barrio, que han conseguido una auténtica descentralización de la vida administrativa municipal. En los últimos años, lamentablemente, esta acción pública ha quedado postergada en aras de intervenciones monumentales muy discutibles, de dudoso gusto y utilidad, como el Centro de Ocio en la antigua Cárcel de Mujeres del paseo del Buen Pastor o la reconversión del Palacio Ferreyra en Museo Superior de Bellas Artes que, junto a otros equipamientos como el remodelado Museo Provincial de Bellas Artes Emilio Caraffa, se plantean como una pretenciosa 1/2 legua de oro cultural.
Por lo tanto, la antigua onda benefactora se ha ido fuera de Córdoba, en cuya región destaca una obra reciente magnífica: la granja didáctica proyectada por Mónica Bertolino y Carlos Barrado, dentro del complejo turístico promovido por el sindicato de las gasolineras, cerca de la ciudad de Capilla del Monte.
Pabellones didácticos
El proyecto fue iniciado en el 2003, ha ido realizándose por fases y destaca la reciente finalización de dos preciosos pabellones didácticos, para producir pan y para albergar animales, que están situados en ángulo, alrededor de un espacio natural, sintetizando la arquitectura brutalista de Le Corbusier con los pabellones transparentes y livianos de Mies van der Rohe. La obra de Mónica Bertolino y Carlos Barrado destaca por su apuesta por un diseño radical que parte de una mirada a lo cotidiano distinta a la habitual y que tiene como principal objetivo la experimentación de formas y materiales en relación con el medio ambiente.
Podemos considerar que su obra se refiere a tres conceptos básicos: la naturaleza como fuente de inspiración, como contexto y paisaje donde situar las nuevas intervenciones como lugar al que retorna la arquitectura para mejorarlo; el énfasis en la experiencia de los sentidos, como base de una arquitectura relacionada con las proporciones y percepciones del ser humano; y la exploración, a partir de las posibilidades de la técnica, de materialidades que remitan a un mundo primigenio, imperfecto y lleno de huellas y marcas, recreando la estética del arte povera y rememorando arquetipos como la cabaña primitiva.
Estos dos pabellones esenciales responden al método creacionista que el arquitecto y profesor César Naselli ha impartido durante décadas en Córdoba enseñando cómo trabajar las formas, los materiales y la incidencia de la luz natural; y se asemeja a la arquitectura que el también argentino Rafael Iglesia realiza en Rosario. Las referencias cultas que impregnan la obra de Bertolino y Barrado son inagotables: los hornos de forma orgánica, junto al pabellón más abstracto, rememoran los cubículos para visitas en la entrada del convento de La Tourette proyectado por Le Corbusier y Iannis Xenakis; ciertas relaciones con la luz y la vegetación se asemejan a los interiores en los vestíbulos del conjunto de gobierno en Brasilia, de Oscar Niemeyer; las separaciones naturales hechas con maderas son similares a las utilizadas por Juan O’Gorman para proteger con vegetación el solar de las dos casas que proyecto para Frida Kahlo y Diego Rivera en México DF En definitiva, cualquier detalle de estos dos pabellones nos remite o al mundo de las trenzas y fractales de lo orgánico o al mundo abstracto del racionalismo y la técnica. Por estas razones, esta obra brilla a la luz del pensamiento teórico contemporáneo: tiene que ver con la defensa de la ornamentación y textura que propone Karsten Harries en The Ethical Function of Architecture (1997) como ética para una arquitectura posmoderna, y sintoniza totalmente con el pensamiento de Juhani Pallasmaa, expresado especialmente en su libro Los ojos de la piel (2005), con la defensa de una arquitectura para todos los sentidos, que percibimos, tocamos y sentimos no sólo con el sentido de la vista. Por esto, podemos atribuir a cada uno de los pabellones un valor arquetípico: el pabellón que alberga un espacio miesiano, hecho con la materialidad de la arquitectura de Le Corbusier, se refiere a lo humano como ideal de espacio vacío y puro, ordenado y académico, configurado por el cristal que todo lo deja ver, pero que no permite que quede ninguna huella ni rastro. El pabellón de los animales es telúrico, está semihundido, su suelo es el propio terreno que pisan los animales; las columnas se alternan aleatoriamente, las de hormigón armado, que sostienen la cubierta, y las de troncos, que delimitan los recintos de cada grupo animal: en esta arquitectura vernácula, el dentro y el fuera se interrelacionan.
La incidencia de la luz
La otra pieza se sitúa dentro de la ciudad de Córdoba y constituye el último de la serie de los CPC. Este no se ha realizado ya como sistema de edificios autónomos, sino como cubículos dentro de un espacio ya existente, el mercado Norte, con la voluntad de recuperarlo y revitalizarlo.
Sus autores son Ian Dutari y Santiago Viale. Dutari también se ha formado en el Instituto de Diseño de César Naselli y continúa asimismo la tradición de la arquitectura con vocación pública de Miguel Ángel Roca. En las obras de Dutari y Viale predomina el énfasis en la incidencia de la luz a través de filtros, diafragmas, celosías y lucernarios, y la insistencia en la experiencia sensorial en la arquitectura. La luz natural es tomada como la materia constructiva que hace visible las texturas intensas y los planos abstractos de la madera y el hormigón. Con esta intervención, realizada en el año 2001, se ha remodelado el antiguo y degradado mercado Norte, que a finales del siglo XIX había sido una plaza de mercado y en 1927 se convirtió en un mercado cubierto. Ha sido este edificio el que se ha remodelado, mejorando cualitativamente sus condiciones de luminosidad, funcionalidad, limpieza e imagen gráfica, e instalando en el entrepiso vacante las oficinas descentralizadas del municipio – el CPC del mercado Norte. Es un nuevo ejemplo de sumade sinergias, que consigue revitalizar el patrimonio arquitectónico de un edificio colectivo tan simbólico como un mercado, reforzando su relación con un barrio popular, en el borde norte del área central de la ciudad, y enriqueciendo su carácter como lugar de intercambio social, económico y recreativo. Además de introducir los nuevos servicios municipales, se han recuperado los puestos típicos del mercado y se han implementado los espacios para la comida al mediodía. Con ello se conforma una nueva tipología: el mercado-centro de participación ciudadana, como base para la rehabilitación social del barrio. La obra de estos arquitectos de Córdoba, de una generación próxima a los cincuenta años, formada por Mónica Bertolino, Carlos Barrado, Ian Dutari, Santiago Viale, Esteban Bondone, Ana Etkin y otros, sigue defendiendo los espacios y edificios públicos como contrapartida al modelo segregativo que está destruyendo lo urbano como construcción social (tal como han aprendido de Miguel Ángel Roca); y siguen confiando en la capacidad regenerativa y sensorial de una arquitectura de volúmenes básicos, de filtros y lucernarios, de materialidad sencilla y texturas diversas, que intenta mejorar las cualidades de la vida humana sintonizando con el entorno urbano y con el paisaje (algo que han desarrollado en la escuela de procesos creativos de César Naselli). En definitiva, una arquitectura que es benefactora tanto en lo individual como en lo colectivo.