14.2.2006

Marc Augé y la seducción de lo obvio

Por Luis J. Grossman

Como ya sucedió en anteriores visitas (esta es la cuarta que Augé realiza a la Argentina), la palabra del pensador francés fue seguida con mucho interés en los numerosos encuentros promovidos para escucharlo en la semana que estuvo entre nosotros.
El discurso de Marc Augé se diversificó en múltiples escenarios, ya que en una especie de maratón intelectual disertó primero en un coloquio con el doctor Francisco Delich, director de la Biblioteca Nacional, después le tocó hablar en la Academia del Sur, el Centro Franco Argentino de Altos Estudios, la Feria del Libro y la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Belgrano. Lo que es mucho si se tiene en cuenta que esta actividad comenzó apenas descendido del avión y se desarrolló en apenas cinco jornadas.

Tal como aconteció en los otros viajes, fueron sus libros los que dieron origen a los diálogos y los interrogantes. En su primera llegada, el tema fue promovido por ?Los no lugares. Espacios del anonimato?; En el diálogo con Delich el hilo se ligaba con ?La guerra de los sueños?, y en sucesivas conferencias la atención giró hacia ?El viaje imposible? que tiene como subtítulo ?El turismo y sus imágenes?. Para el que tenga interés en consultar por sus medios estos ensayos, todos fueron editados por Gedisa.

Perogrullo está lejos
Después de escuchar a Augé en las reuniones públicas y en otros encuentros más privados ?almuerzos o tertulias- uno advierte en los asistentes un cierto mohín de ?¿esto tienen que venir a decirlo desde París?. Y ciertamente, algunos comentarios de nuestro huésped parecían retrotraer a viejas experiencias porteñas hoy olvidadas.
Uno de los comentarios de Augé, al aludir al inevitable tema de la seguridad (o inseguridad, para decirlo mejor) que protagoniza este momento argentino, puede llamar la atención. En París ?señala Marc- se puso en funciones lo que se da en llamar Policía de Proximidad, un sistema aplicado en los barrios hace unos tres o cuatro años y que funciona muy bien.
Consiste en ubicar agentes de policía (que son siempre los mismos y circulan dentro del barrio) que se ganan la confianza e incluso la amistad de los vecinos. Conocen los problemas, detectan cualquier irregularidad o presencia sospechosa y transmiten seguridad.
Al escuchar esto, más de uno comentará que se habla del ?vigilante de la esquina?, una imagen del paisaje porteño que era típico hasta mediados del siglo veinte.

Otra referencia aportada por Augé provocó reacciones similares: se trata de la Feria callejera, nada menos. En efecto, como uno de los medios aplicados para recuperar la vida en las calles es la puesta al exterior de los puestos de venta, en algunos casos los locales que ya están instalados sacan la mercadería a la calle en tanto que otros se instalan en ella. El sistema se aplica tres veces por semana y se levanta a las 13 horas, después de lo cual se lava cuidadosamente la calle y no queda huella alguna de lo que pasaba algunas horas antes.
Son dos recursos, efectivamente, ya conocidos por los porteños que suman más de cincuenta años de edad. Tanto el vigilante del barrio como la feria callejera. Pero lo cierto es que, en la medida que en Europa los problemas aparecieron antes (la delincuencia, la droga, la violencia), es comprensible que hayan apelado a ciertos recursos que parecían ya perdidos en el tiempo.
Tanto por la presencia de grandes establecimientos (super e hiper-mercados) como por el encierro de los ciudadanos encandilados por las facilidades de la informática, la intención de volver a socializar la calle es (debe ser) bienvenida.

En un medio donde para cada solución se plantea un nuevo problema, evocar a Perogrullo puede parecer primario pero resulta, en verdad, vivificante.
Por otra parte, este no es más que un aspecto de lo mucho que nos dejó Augé para el análisis y la polémica. Habrá más de un enfoque para reflexionar en próximos contactos.

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