29.8.2013

Las tres esperanzas, por Arquine

La Real Academia Española define esperanza como un estado de ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos. Ésa es quizá la historia que se esconde tras el proyecto de la Escuela Nueva Esperanza en Manabí, Ecuador. Una comunidad ubicada en la playa, en el campo, en un sitio apartado de otros pueblos, donde la pesca y la agricultura son la base del sustento diario. Un lugar que carecía de escuela y donde la mayoría de sus habitantes eran analfabetos.

En este escenario, surge una pequeña escuelita que funcionaba en una cabaña y que muy pronto resultó pequeña para la cantidad de niños, por lo que se decidió emprender la construcción de un nuevo local, como una nueva esperanza, donde se utilizaron los materiales y la lógica constructiva empleada por los habitantes locales para sus cabañas. Un proyecto donde “la diferencia radica en la concepción y conceptualización del espacio, como un lugar para una educación que fomenta el aprendizaje por medio de la acción”.

Ésta fue la premisa de AL BORDE —participante del Congreso Ciclos en Querétaro— un estudio colaborativo y experimental fundado en Quito, Ecuador, en 2007, y enfocado a resolver necesidades reales a base del material disponible —sean recursos sociales o materiales físicos— integrado por David Barragán, Pascual Gangotena, Marialuisa Borja y Esteban Benavides. Fueron ellos quienes, en 2009, hicieron posible el deseo de esta comunidad de tener una escuela; entendían, a partir del principio de la enseñanza activa, que el espacio debía estar “íntimamente relacionado con el ambiente natural que le rodea, donde los niños despierten su imaginación, su creatividad, su deseo de aprender nuevas cosas, y no un espacio donde los niños se sientan reprimidos”.

Esta primera escuela se construye con 200 dólares en un lugar donde no hay luz eléctrica ni alcantarillado ni agua potable, ni teléfono o algún otro sistema de comunicación. Allí, con una mano de obra rica en voluntad, pero sin calificación, una de las premisas era ser capaces de sacarle provecho al error. Las palabras de “el profe” luego de finalizado el proyecto se resumen en esperanza y orgullo: “En el aprendizaje de los niños ha habido un gran cambio, desde el abrir la puerta y entrar a la escuela es un motivo de descubrimiento para ellos, una lección de física. El espacio es amplio en todo sentido, por lo que los niños se sienten más libres, encontrando cada cual un lugar en donde desarrollar su actividad. El modelo y la estructura transmiten un ambiente de frescura e imaginación que han favorecido el desarrollo de actividades artísticas y académicas”.

Para 2011 la comunidad quería progresar, entendido esto como la búsqueda del crecimiento personal, como la posibilidad de compartir y resolver problemas de manera conjunta. El encargo fue entonces de un espacio multifunción, un lugar desde donde podían despegar acciones para el desarrollo del conocimiento y la riqueza individual. Se trabajó a partir de un sistema simple de complejidad mínima, adaptable a la topografía, la materia e incluso a los cambios en el diseño que la obra insinúa, sin escalas ni centímetros. La asignación de las labores las determina el placer de ejecutarlas, la perfección se logra con la práctica. Sólo al habitar el lugar se podría definir si lo construido requeriría de modificaciones. Los límites son difusos, las aristas se transforman para diluir de manera constante el interior y el exterior, de esta segunda esperanza.

En 2013 se ejecuta una tercera etapa de este proyecto. Ahora el encargo es el aula de pre-escolar y la casa para los profesores invitados. Según palabras de David Barragán, en cada etapa del proyecto, de manera consciente o inconsciente, se han ido empujando los límites.Siguiendo conversaciones se decide que AL BORDE no sean los constructores del proyecto sino, más bien, los guías de un proceso. La comunidad ha comenzado a experimentar y ahora las nuevas casas de los pescadores utilizan como referencia las plantas octogonales o paredes inclinadas que los ensayos constructivos arrojaron como resultado en los dos primeros proyectos de la escuela. “Ante la sorpresa de que esto sucede, decidimos nuevamente saltar al vacío y, junto con el profesor, plantear unos talleres cuyo fin sea la construcción de los proyectos requeridos. Lo interesante es que no hay límite de edad. En el primer taller el rango de edad fue de 10 a 60 años. El desafío es cómo enseñar arquitectura en un entorno como éste, o qué es lo sustancial para enseñar, para que en un tiempo adecuado se puedan desarrollar las propuestas de diseño y, finalmente, su construcción. Los talleres son de una semana, una vez al mes. Todos los amigos arquitectos que pasen por Ecuador y que estén interesados en este proyecto, están invitados a ser profesores, para ser parte de la última esperanza”.

Fuente > Texto publicado en Arquine No.65

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