18.11.2008

La arquitectura como historia de la arquitectura

Notas sobre tradición y actualización. El comentario sobre una obra es un género textual conocido. Ante la obra, no importa si se trata de una producción literaria, arquitectónica o científica, el comentarista se enfrenta a dos tentaciones menores: la alabanza y la crítica. Cuando el comentario se convierte en alabanza, elogios y aplausos copan la escena. Entonces, el autor y su obra son bendecidos con diversos calificativos: excelente, realmente buena, sensacional.

Por el contrario, en otras ocasiones, el comentario, impulsado por razones más o menos dignas, deviene crítica en nombre del supuesto deber ser: no responde a tales o cuales pautas disciplinarias, es sencillamente mala, debería ser de otro modo. Si esto ocurre, no abunda el pensamiento. Más bien, todo lo contrario.Un poco más allá de la alabanza y la crítica, andar por una obra puede ser otra cosa. Por ejemplo, la ocasión para investigar a dónde nos lleva mirar desde ese mundo, qué hay de pensamiento en esa elaboración, qué consecuencias tiene pensar desde esa posición subjetiva. Distanciados de adulaciones y reprobaciones, la problematización puede ser una vía activa de lectura de una producción. Tratándose de arquitectura, resulta interesante volver a considerar la obra de Baudizzone, Lestard y asociados desde este registro.

Según esta perspectiva, ni la alabanza ni la crítica pueden ser estrategias pertinentes de lectura. Nos tienta otro recorrido. Justamente por eso, estas notas no son referencias directas a la obra sino preguntas, conceptos, observaciones que resultaron de recorrer la producción de este estudio. En definitiva, lo que sigue es una construcción conceptual que invita a sobrevolar la obra desde otras categorías. La sugerencia para el lector, entonces, es la siguiente: no hacer eje en un término específico de una de las obras sino pensar, a partir de alguna de las formulaciones que siguen, la especificidad y la potencia integral de esta producción arquitectónica.

I
Se sabe, en verdad sabemos, que la arquitectura de Buenos Aires «es arquitectura de ideas». Para nuestra tradición proyectual, la noción de «idea» no sólo constituye parte de un método de proyecto, sino que proporciona la clave de la noción misma de proyecto.
Si bien no hay dudas de que por ahí pasa nuestra tradición, hay dudas sobre qué significa esa filiación: qué es una tradición, qué es una tradición en el campo del pensamiento arquitectónico. Pero sobre todo, qué implica que nuestra tradición sea «una tradición de ideas». Tres preguntas pero, sin embargo, una. Una interrogación por la idea, una interpelación por la noción misma de idea.

La tradición nos invita, una vez más, a preguntarnos por el estatuto de la idea: qué es una idea para un arquitecto. Más precisamente, qué es idea (no una sino las que sean). Nos acostumbramos a pensar que las ideas son, en el terreno de la arquitectura y el diseño, buenas respuestas a grandes problemas. Es cierto que los problemas también pueden ser pequeños y las respuestas no tan buenas. Pero más allá de las variantes, el esquema conceptual es el mismo. En definitiva, un mundo de necesidades y respuestas. Si bien nos acostumbramos pensar en esa secuencia, a veces, nos sorprendemos andando por otros suelos. ¿Qué implica pensar ideas arquitectónicas un poco más allá de necesidades y respuestas? Para empezar, implica amarrarse a las formas que va adquiriendo la vida en cada situación. Nuestro asunto, entonces, no son las necesidades en general sino los problemas que emergen en una situación concreta. Más precisamente, los problemas que la vida le plantea al arquitecto en los únicos sitios en los que se los puedo plantear: este edificio, esas oficinas, aquella casa. Ahora bien, pensar una obra desde los problemas que construye (y no desde las necesidades que resuelve) exige un cambio de mirada: de las necesidades a los problemas, de las respuestas a las preguntas. De esta manera, el espesor de una obra se juega más en los problemas que arma, que en las respuestas que ofrece. No es que no importen las respuestas, es que sobre todo importan las preguntas: qué problemas construye, cómo construye sus problemas, cuál es el estatuto de los problemas que construye.
Nos vamos acercando de esta manera al estatuto de las ideas en arquitectura. Un proyecto es interesante en relación con el problema que construye, con el mundo que inventa, con las ficciones que imagina.

Según Ignacio Lewkowicz, gran pensador de lo contemporáneo, las ficciones son configuraciones que organizan y dan consistencia al lazo social. No se trata de mentiras, engaños o ardides sino, por el contrario, del medio específico en el que se despliega la vida humana. La existencia simbólica, en definitiva, está hecha de ficciones (políticas, sociales, culturales, artísticas, históricas), es decir, de operaciones y procedimientos simbólicos que producen y hospedan vida. Una obra, en este caso arquitectónica, es una máquina generadora de ficciones. En definitiva, construir un proyecto también implica construir ficciones. Por eso mismo, una producción arquitectónica puede ser pensada a partir de las ficciones que elabora, inventa y recrea. Si hacemos eje en las ficciones, hacemos eje en los mundos espaciales que procuran alojar vida. Nos preguntamos, entonces: cómo se vive en esos espacios, qué es la vida en esos sitios, qué implica vivir esos lugares. Nuevamente se nos aparece la «arquitectura de ideas».

Nos imaginamos entrando al Auditorio de Buenos Aires, recorrer sus pasillos, entrar en sus salas, a la manera de quien recorre un cuerpo, investiga sus órganos, llenos de música, danza y arte o recorriendo los caminos del parque de la Ciudad Universitaria entre las esculturas, y quedarnos frente al río, una experiencia que nos impone una nueva relación con nuestra historia, con nuestra vida. Uno podrá también, imaginarse trabajando dentro de una extendida planta de oficinas horadada por patios como un queso gruyere, al lado de una humanizante entrada de sol y la vista de un árbol, en la Ciudad Aerolíneas o entrando al interior de una caja de entretenimientos, también con un gran planta extendida y aturdido de ofertas de juegos, consumo, como en una ficción de la vida contemporánea. Recorrer la obra de Badizzone, Lestard y asociados es adentrarse en esos mundos simbólicos que alojan la vida de una manera singular. A eso nos referimos cuando hablamos de esa tradición.

II
Por definición, el espacio es el territorio del arquitecto. ¿Y el tiempo? Claro que sí, seguro que sí. Ahora bien, cómo pensamos el tiempo, qué es el tiempo para el pensamiento arquitectónico. Más precisamente, cómo trabajamos el tiempo y cómo nos trabaja.

Según cierto pensamiento filosófico, el tiempo (por no decir, la vida) está afectado por lo viejo y por lo antiguo, por lo reciente y por lo nuevo. «Mientras lo viejo no es lo antiguo, ni lo nuevo lo más reciente, sino que lo viejo nace viejo y lo nuevo lo es por la eternidad. Lo viejo no es lo anacrónico y lo nuevo no admite la lógica de la moda y el snobismo. Lo viejo sería aquello que está separado de la capacidad de crear. Siempre separado, siempre impotente. Lo nuevo, en cambio, es la añeja posibilidad de producción. Por eso, lo viejo es lo contemporáneo no renovado, y lo nuevo debe actualizarse» .

Cuando proyectamos, lidiamos con lo viejo y con lo antiguo, con lo reciente y lo nuevo. Sobre esto algo sabemos. Pero qué hacer con esa heterogeneidad temporal que se nos presenta, cuál es la tarea del arquitecto. La tradición arquitectónica, hecha de temporalidades diversas, nos confronta con un quehacer. Más allá del encanto o el desprecio, la relación con lo antiguo requiere su actualización. En definitiva, no hay vínculo con lo antiguo si no hay actualización. Pero la actualización no implica someter lo antiguo a lo nuevo sino, más bien, conectarlo e inscribirlo en la producción actual. Esto sería trabajar dentro de una tradición. Recreación, más recreación.

Los tiempos de cambio, como los nuestros, se obstinan en liquidar las tradiciones. También en el campo arquitectónico. No se trata de hacer un elogio de la tradición o de lo antiguo. Más bien, se trata de rastrear las situaciones en las que lo antiguo deviene insumo y nutriente de lo actual. Otra vez, la sugerencia es pensar la obra de Baudizzone, Lestard y asociados a partir de algunas preguntas: cómo trabajan sobre lo antiguo, cómo operan sobre ese material tan precioso para la creación.

La obra de Baudizzone, Lestard y asociados puede ser pensada como una suerte de historia de la arquitectura de los últimos 30 ó 40 años. O por lo menos, nos tienta pensarla así. Más o menos secretamente, late en ella una tensión ineliminable entre tradición y actualización. Por un lado, no puede renunciar (ni quiere) a la tradición que pertenece: la arquitectura de las ideas. Por el otro, hay voluntad de actualizar esa tradición en diálogo con lo nuevo en cada situación histórica. Pareciera que, para esta obra, la actualización de la tradición consiste en oponerla, una y otra vez, a las consideraciones de lo nuevo. Lo nuevo, entonces, resulta un nutriente activo de lo antiguo, de lo fundacional. Se trata de diversos contenidos para una misma forma originaria. Desde los primeros proyectos organicistas, como el auditorio de la ciudad de Buenos Aires, a los proyectos sistémicos, como la facultad de Avellaneda o las viviendas de Neuquén, pasando por las experiencias tipológicas de los barrios de vivienda como en Santa Fe, y las propuestas geométricas en Mendoza, hasta los proyectos más recientes, la experimentación topológica en Puerto Madryn, o los grandes contenedores portadores de potentes metáforas contemporáneas, como la Ciudad Aerolíneas o la Terminal de Cruceros. Todos ellos son expresión de ese impulso por confrontar y someter permanentemente la tradición a lo actual. Ahí reside la complejidad del pensamiento, su espesor, su carácter «experimental» y concreto a la vez. Allí anida su potencia. Por eso mismo, podríamos sugerir que la obra de Baudizzone, Lestard y asociados es una historia de la arquitectura, es una historia de nuestra arquitectura. Su originalidad y su potencia residen posiblemente en ese matrimonio, siempre problemático e intenso, entre lo antiguo y lo nuevo.

III
Recorrer una obra arquitectónica puede ser una empresa sumamente atractiva, también puede no serlo. Tratándose de la obra de Baudizzone, Lestard y asociados resulta intensamente interesante volver a andar por esos espacios. Además de los rasgos específicos de la obra, las razones del interés son varias. Ahora bien, cuáles son esos otros motivos. En principio, a dónde nos lleva, qué nos permite pensar, qué impresiones y sensaciones nos deja. Claro está que no se trata de una producción tibia. Más bien, se trata de una construcción que interpela una y otra vez.

Un poco más allá de los gustos y las preferencias personales, de las alabanzas y las críticas, Baudizzone, Lestard y asociados nos regalan la oportunidad de pensar y pensarnos como arquitectos.

Arq. Pablo Sztulwark
Agosto de 2006

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