1.9.2022
El derecho a una ciudad lúdica, por Roca Gallery
Lo que pueden enseñarnos los deportes alternativos, como el skate, sobre la vida urbana.
El skate siempre ha sido netamente urbano: las calles asfaltadas, las aceras, los bordillos de granito y los skateparks son su entorno natural. Nace de las posibilidades del urbanismo moderno del hormigón. Pero ello no significa que los skaters acepten sin más esos espacios como límites definitorios; a diferencia de las líneas de los campos de deportes, como las redes de las canchas de tenis o los límites de los campos de golf, los skaters consideran su territorio como algo en constante proceso de adaptación y modificación.
Cuando en la década de los noventa surgió el skate como actividad propiamente callejera (antes, se restringía básicamente a las zonas residenciales de la periferia o a los skateparks prefabricados), era una práctica radicalmente contracultural. Los skaters se veían a sí mismos como una subcultura independiente que transformaba anodinos bancos, bordillos, escalones o barandillas en su terreno de juego; planteando implícitamente, al hacerlo, una profunda crítica de las ciudades concebidas únicamente para el trabajo, el consumo y el transporte, en vez de como lugares acogedores donde el placer cultural y físico fueran igual de importantes.
A medida que, en las décadas de los 2000 y los 2010, el skate se fue integrando debido a una pluralidad de factores, como una mayor variedad de sus practicantes, la comercialización, el branding y su reconocimiento oficial como deporte olímpico, esta crítica pasó a un primer plano. De hecho, actualmente el skate se han convertido en parte integral de numerosas ciudades avanzadas.
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