12.9.2010

Edificios que crean plazas

La voluntad de los edificios públicos debería ser ofrecer espacio público. Por tanto, otro aspecto clave de la calidad del espacio público aparece cuando este está potenciado por edificios públicos, con sus plataformas y sus pasarelas, pórticos, vestíbulos, zaguanes y patios, aportando espacios y servicios, actuando como anexos y nexos del espacio público: en definitiva, cuando los edificios públicos actúan como plazas cubiertas, espacios de transición, intermedios entre dentro y fuera, de límites permeables y transparentes.

De ello hay una buena tradición en la arquitectura moderna. Desde la Ópera de Sydney (1957-1973) de Jörn Utzon, que aporta una gran plataforma monumental, hasta la nueva Ópera y Ballet de Estocolmo, del equipo Snohetta, el más reciente premio Mies van der Rohe de arquitectura europea, que se ofrece como cubierta inclinada transitable, que actúa como una gran plaza, pasando por el Lincoln Center en Nueva York, el nuevo Gran Teatro de Copenhague o el Foro Internacional de Tokio proyectado por Rafael Viñoly.

El Centro Pompidou en París (1972-1977) de Renzo Piano y Richard Rogers, hasta su reforma de los años noventa, había sido una especie de condensador al que se podía acceder libremente y ascender por su escalera mecánica hasta la parte alta y, desde allí, contemplar el París histórico. En aquella época, el 25 por ciento de los visitantes hacía solo este recorrido y salía del edifico sin haber entrado en las salas; lo utilizaba como un mirador hacia el espacio público.

De hecho, los valores que destacamos del espacio público se superponen con otros, como, por ejemplo, la ciudad de Bolonia, que ya destacamos por su estrategia territorial, es emblemática también por la rehabilitación de su trama histórica, con intervenciones como la reconversión del gran edificio de la antigua bolsa en un centro cultural, con un horario de atención muy amplio y acceso totalmente libre.

Otro ejemplo ya clásico, de estructura similar al Centro Pompidou, es la mediateca de Sendai, en Japón (1995-2001), proyectada por Toyo Ito. Al convocar el concurso, después de una legislatura precedente llena de corrupción, la intención fue la de demostrar la vocación social de una administración municipal democrática, ofreciendo a la ciudad un edificio símbolo de transparencia, honradez y cultura. La mediateca está planteada como una especie de superposición de plazas o jardines, en un edificio de acceso libre y gratuito. Los usuarios disfrutan de una planta baja que, en verano y cuando no llueve, está totalmente abierta a la avenida de los keyakis (los árboles autóctonos que inspiraron la forma de la estructura) y de unas plantas superiores en las que se pueden sentir como si estuvieran dando un paseo por las plataformas de un parque elevado lleno de reflejos.

Mediateca de Sendai
Fotografía: Federico Lerner

Toyo Ito pensó estos espacios interiores como la experiencia del recorrido por un jardín de sensaciones, como lo son también el Palau de la Música de Lluís Domènech i Montaner o el pabellón de Mies van der Rohe, ambos en Barcelona. Aunque en sus trabajos posteriores no lo haya conseguido, Toyo Ito intenta que su obra se inspire en la manera como los seres humanos se han situado siempre en jardines y bosques, plazas y playas, definiendo con ramas, telas o sombrillas, límites policromos, livianos y provisionales.
También la arquitectura brasileña está llena de este tipo de espacios, como los edificios modernos que crean pórtico en sombra para los viandantes, incluidas muchas obras de Oscar Niemeyer, tales como las marquesinas del parque de Ibirapuera en São Paulo. Algo que el arquitecto ha aportado al proyecto de Centro Niemeyer en Avilés. Sin olvidar la tradición urbana de los pórticos, que en ciudades lluviosas permiten pasear resguardados, o de las pérgolas con glicinas o buganvilias, que en los climas cálidos dan sombra orgánicamente.
En São Paulo existe uno de los edificios públicos que más actúan como un gran espacio abierto a todos, especialmente los jóvenes, todos los días de la semana. Es el popular Centro Cultural São Paulo CCSP, también conocido por el nombre de la avenida Vergueiro junto a la que se sitúa. Con más de 50.000 metros cuadrados, este gran edificio horizontal se disuelve en la topografía del terreno y está conformado como una inmensa plaza cubierta, de distintos niveles, llena de vegetación en su interior. Su jardín más importante preserva los árboles que originariamente había en el solar inclinado y su techo verde es accesible y actúa como solarium. Está en la zona central de la ciudad y una de las salidas del metro da directamente a una rampa que accede a la gran plaza cubierta.

Centro Cultural São Paulo CCSP
Fotografía: Montaner / Muxi

Alberga multitud de servicios culturales: museo, espacios para exposiciones, salas para cursos y debates, un sistema de bibliotecas llenas de luz natural, teatros, salas de cine y salas de música y danza. Cuando se hizo el concurso en 1976 fue promovido como una gran biblioteca. Depende de la secretaría municipal de Cultura de la ciudad de São Paulo y fue proyectada por Luiz Benedito Telles y Euri-co Prado Lopes, bajo la influencia del Centro Pompidou de París. Las obras se iniciaron en 1979 y se inauguraron en 1982. En sus grandes espacios interiores dominan sistemas de columnas de acero de directrices inclinadas, pasarelas, estructuras ligeras para las cubiertas, todo pintado de azul con grandes fachadas de cristal. La ausencia de barreras y su carácter totalmente abierto lo convierten en uno de los centros culturales más democráticos y acogedores de mundo: las actividades son gratuitas o con precios bajos, y cada mes acceden casi 70.000 personas.

Reforzar ejes urbanos
Concluimos el recorrido en Oporto, ciudad que se remodeló a principios del siglo XXI con motivo de la capitalidad cultural, apostando por edificios públicos en contacto con nuevos parques, rehaciendo plazas y aceras de calles empinadas y reforzando ejes urbanos, y culminando con la construcción de la Casa de la Música (2001-2005), proyectada por Rem Koolhaas (OMA).


Casa de la Música en Oporto, acceso público al edificio
Fotografía: Ricardo Schwingel

La Casa de la Música es un gran volumen abstracto, asimétrico y recortado, blanco y expresivo, frente a la Rotunda da Boavista. No deja de ser un mega-objeto aislado, siguiendo la tradición moderna de objeto autónomo, depositado como algo extraño en un lugar urbano. Sin embargo, crea a su alrededor una gran plataforma pública y se ha convertido en un gran centro cultural y social, símbolo de la modernización y el vanguardismo arquitectónico de una ciudad como Oporto, que tenía una buena base urbana y paisajística y que es el contexto de obras de Álvaro Siza Vieira, como la facultad de Arquitectura o la Fundación Serralves, en las que el espacio abierto articula las distintas partes y pabellones de cada conjunto o de intervenciones urbanas clave como de de Manuel de Solà-Morales en el Passeio Atlántico (1999-2002).

Casa de la Música en Oporto, terraza mirador
Fotografía: Ricardo Schwingel

Siguiendo la voluntad de Rem Koolhaas y los criterios de los responsables de la Casa de la Música, los visitantes pueden acceder libremente, y se les permite que fisguen por escaleras, rellanos, foyers y salas de ensayo. Rem Koolhaas propone que, en cierta manera, a pesar de su extrañeza con el entorno, con una forma exterior compleja, inestable y sorprendente, la Casa de la Música ofrezca un interior estable y confortable al visitante, que se perciba como un paseo por un fragmento interior de Oporto, lleno de sistemas de escaleras que recorren los volúmenes interiores, con diversas áreas de recepción y descanso, y con miradores, uno de ellos recubierto incluso con los tradicionales azulejos, desde los cuales contemplar la ciudad. Su forma, además de cumplir las necesidades de un auditorio, actúa como una gran cámara fotográfica desde la cual ver Oporto. De hecho, Rem Koolhaas, siempre que tiene la ocasión, propone que los edificios públicos, e incluso privados, ofrezcan espacio público. Es lo que consiguió con la magnífica biblioteca pública de Seattle (2000-2004) y es lo que propuso para la tienda de Prada en Nueva York (2003): que la gente entrase a pasear y mirar, como si estuviera en una prolongación de la calle, sin necesidad de consumir.
En definitiva, la gran aportación de estos edificios es ser ellos mismos espacio público, permitiendo que sus interiores superpuestos se entretejan con el cotidiano andar de las personas por la ciudad.

por Josep Maria Montaner y Zaida Muxí
publicado en La Vanguardia el 23 de junio de 2010

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