24.1.2007
Dos plazas y un edificio
publicado el 22 de enero de 2007 en La Nación
Los concursos de arquitectura organizados por la Sociedad Central de Arquitectos no son perfectos. Son como la democracia para los Estados: lo mejor que tenemos probado para poder discutir entre todos el devenir de un país. Los proyectos que los arquitectos presentamos a esos concursos tampoco reflejan el pensar de toda la matrícula; apenas el de aquellos profesionales que se animaron a invertir inteligencia, creatividad, tiempo y esfuerzo en aras de una idea a realizarse.
Dos plazas y un edificio fueron sometidos, durante 2006, a concurso, a pedido del gobierno de la ciudad de Buenos Aires, para los próximos festejos por el Bicentenario. Con el edificio, el Palacio de Correos, parece no haber discusión: se mantiene en pie la obra maestra de Maillart, haciéndose en su interior una operación de arquitectura contemporánea de primerísimo nivel. Los arquitectos Barés, Barés, Barés, Becker, Ferrari y Schnack reciclan el edificio, dotándolo de una nueva actividad con espacios más acordes a las necesidades actuales de cultura y esparcimiento.
Los premios otorgados a las plazas no han sido aceptados por la sociedad de la misma manera.
La primera plaza concursada fue la del Vaticano, la ubicada a un costado del Teatro Colón. El proyecto fue ganado por los arquitectos Gigli y Nieves. Los que se levantaron en contra de los cambios, principalmente desde el correo de lectores de este diario, pedían que se volviera literalmente al pasado, reproduciendo con la mayor exactitud posible el modelo de Thays, de hace dos siglos. Pero la verdad es que de esa plaza de Thays no quedaba ni el contorno. En su lugar, en las últimas décadas, se vio un horrendo estacionamiento. Y la sociedad porteña ha cambiado lo suficiente -en número y en actividades- como para necesitar un espacio nuevo, más despojado, lejos de parterres decimonónicos y farolas historicistas. La nueva plaza del Vaticano fue fácil de defender, y las obras marchan a toda máquina. Esperamos poder estrenarla a tiempo, en un futuro cercano. Muy bien diez felicitado a los ganadores del concurso, a la Sociedad Central de Arquitectos, al gobierno de la ciudad y a la sociedad toda por la discusión y el brillante final al que se está arribando.
Ahora hablemos de la segunda plaza, la Plaza de Mayo. También por ahí anduvo el genial Carlos Thays, aunque también su modelo original sufrió cambios que fueron realizados de a poco, silenciosamente, durante varios años. Digamos la verdad histórica: la Plaza de Mayo actual no es exactamente la que propuso Thays. Pero, a diferencia de la del Colón, está. Para el imaginario de la gente no hay que hacer un proceso de recuerdo como con la anterior plaza del Vaticano, que no servía ni como estacionamiento. Actualmente, hay una Plaza de Mayo que representa a un gran sector de la sociedad y es utilizada por mucha gente.
El proyecto ganador del concurso de arquitectura para reformar la Plaza de Mayo hace casi tabla rasa con lo que hay, salvo dieciocho árboles, cuatro fuentes y la Pirámide. Los jóvenes arquitectos Silvia Colombo, Ignacio Montaldo y Roberto Szraiber se posan en el minimalismo para crear, donde antes había una porción de verde urbano, una gran plaza seca. Berto González Montaner, el director de arq (suplemento de arquitectura del diario Clarín), fue el primero que le puso un mote: el «manifestódromo».
Las quejas se hicieron ver, esta vez, en los correos de lectores de todos los diarios y en cada uno de los suplementos profesionales. Todo el mundo está opinando, casi siempre en contra. La mayoría de las cartas se refieren a los cambios como una «afrenta a la memoria colectiva». Algunas son de arquitectos, otras de defensores del patrimonio, otras de ciudadanos comunes que se han sumado a la discusión como simples usuarios.
La queja del arquitecto Jorge Sarquís se basa en que la plaza actual tiene dos usos, uno a nivel país, que sirve al ciudadano para manifestarse, y otro a escala céntrica, que le sirve al oficinista para comerse un «sanguchito». En el nuevo concepto de plaza, el usuario doméstico desaparece, o, al menos, es maltratado por el urbanismo, ya que carece de lugares propicios para todo lo que no sea manifestar.
La defensa de la arquitecta Flora Manteola arguye que la Plaza de Mayo no es, claramente, una plaza barrial, sino que tiene el poder de un monumento cívico, con significado auténticamente central. El arquitecto Alberto Varas, uno de los jurados del concurso, también defiende el proyecto nuevo, hablando de un diseño «valiente» y un buen ejemplo de cómo alcanzar una visión de «patrimonio evolutivo».
Otro de los ejes de la discusión es el uso del verde en un lugar público del peso cívico de esta plaza. ¿Vale que haya verde en un sitio cuya finalidad primordial es la reunión de masas? Convengamos que políticamente parece más correcta una plaza seca, por el simple motivo de estar enfrentando a la Casa Rosada. El modelo de plaza política verde fue implantado por la propaganda napoleónica y su jardinero Haussmann. Plazas para que nadie pise (se rompen las flores) y en las nadie pueda exigir nada sin ser un criminal de la botánica.
Otro eje de discusión es la sustentabilidad del nuevo proyecto, que incluye un complejo sistema de iluminación que sirve como memoria de todas las plazas que existieron. «Swicheando» en distintos puntos del dial, podrán dibujarse en el nuevo solado la vieja plaza de la Recova, el proyecto de Prilidiano Pueyrredón de 1857, el proyecto del arquitecto Buschiazzo de 1883, el ya referido de Thays de 1894, la modificación con la Pirámide al centro hecha en 1912 y el segundo cambio con la ronda de las Madres de 1977. Asimismo, podrán encenderse todas las luces juntas para recrear el momento actual, o apagarlas. Los detractores dicen que si en la ciudad de Buenos Aires no se cambian las lamparitas de la iluminación urbana, menos van a durar estos foquitos en el piso. El vandalismo porteño hace que todo lo que técnicamente se puede romper deba ir a más de tres metros de altura.
Otros detractores al sistema lumínico aseguran que la plaza, así equipada, sólo serviría por las noches. Otros, que los manifestantes taparán con sus cuerpos las luces en el piso, logrando que nadie vea esos mapas de la historia. Una chica, por Internet, sugería que estaban hechos para los ovnis.
Auténticos defensores del nuevo lenguaje de la arquitectura, como el arquitecto Luis Grossman, se han mostrado parcos a la hora de defender un proyecto al que le faltará sombra, y en el que la modernidad «no (debería) pasa(r ) sólo por algunos trucos visuales».
Así estamos. ¿El nuevo proyecto es bueno o es malo? ¿Debe hacerse, o debe cajonearse en el olvido burocrático? De hacerse, habría un cambio tajante. ¿De quién sería la culpa si lo nuevo resultara peor que lo existente? ¿De los arquitectos que se arriesgaron a diseñar según su conocimiento y muñeca, para ganar en este caso un premio que parece un castigo? ¿Del jurado, que utilizó todo su saber para elegir este proyecto entre la variada oferta de diseños? ¿De la Sociedad Central de Arquitectos, por intentar trasparentar la contratación de la obra pública para obtener una nutrida selección de propuestas consensuadas por expertos, promotores y usuarios?
De ninguno de ellos. El de los concursos es el mejor de los modelos posibles, tanto como la democracia -repito- es también el mejor conocido. Con sus defectos, claro.
El problema aquí, más allá de que el proyecto de los arquitectos Colombo, Montaldo y Szraiber sea bueno o malo, es que se está planteando una sustitución de un espacio público por otro, sin que el primero esté degradado, en función de un festejo. La gente está acostumbrada a ver intervenciones en lugares muertos, no en lugares floridos. Además, la Plaza de Mayo queda en el mismísimo centro gravitacional del país, por decirlo así: más que nunca, a la vista del pueblo. De un pueblo que se manifiesta y piensa y opina y que, por tanto, nunca -como es usual en las democracias- logrará un consenso absoluto.
Como arquitecto, creo que era absolutamente necesario hacer un concurso para el edificio de Correos. También otro para la abandonada plaza del Vaticano. Los excelentes resultados están a la vista. La pregunta que me hago es: ¿la sociedad argentina estará preparada para renovar la Plaza de Mayo?
Toda opinión, como siempre, será bienvenida.