21.1.2019
Diseño sin revolución
“Arquitectura o revolución”, escribió Le Corbusier en 1923. Es una época convulsa, apenas cinco años antes el mundo había visto triunfar la primera revolución obrera en Rusia.
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La revolución –como sus hermanadas rebelión y revuelta– es un espacio para el caos, invierte el orden establecido con una masa social entremezclada y devenida en multitud. Le Corbusier, amante de la línea y del orden, y aún pidiendo la necesidad de un diseño que mejore la calidad de vida de la clase obrera en sus escritos, sólo ofrece una alternativa: arquitectura.
“Se puede evitar la revolución”, nos confirma.
¿Qué era la arquitectura para Le Corbusier?
Eso que debía evitar la revolución. ¿Cómo? Consiguiendo un entorno nuevo y confortable para los requerimientos de la sociedad surgida tras la revolución industrial. Sin embargo, desde un estricto punto de vista material, la arquitectura también puede ser definida por muros — y huecos en estos: ventanas, puertas, etc. — y suelos. Ambos definen la forma en la que el cuerpo puede moverse por el espacio: limitando los desplazamientos horizontales, variando los puntos de vista verticales.
¿Era esta condición de la arquitectura la que podría evitar la revolución, su imposición de limitar la movilidad?
Foucault nos advierte que, en realidad, ni el arquitecto ni la arquitectura tienen realmente autoridad sobre el cuerpo1: yo puedo usar herramientas para abrir muros, puedo desplazarme entre huecos, etc… un pensamiento similar al que expone Geoff Manaugh en su último libro, A Burglar’s Guide to the City, en el que invita a movernos por la arquitectura como en un juego de ladrones y policías.
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