25.6.2019

Cusco, paisaje histórico

Por las calles del Cusco, igual que en todas las ciudades antiguas del mundo se propaga el vicio de la nostalgia, atravesar a pie el corazón de la ciudad desentraña un viaje simultáneo por las distintas edades del mundo andino, cambiando de improviso el tiempo cronológico por el mágico.   

“Amo cierta sombra y cierta luz que muy juntas, creo yo, azulan”
Jorge Eduardo Eielson-Reinos

Se dice que el Cusco de los Incas se trazó siguiendo la trayectoria de las estrellas; Como si se tratara de un ser vivo, las estrellas hicieron visibles los centros energéticos, órganos, venas y arterias de un animal alimentado con la sangre del sol, su piel con surcos de piedra tallada que dejan sentir el pulso vital de una bóveda cósmica, es así como sucedieron las estaciones y ciclos sobre su lomo que nacía rodeado de otros seres hechos montañas y valles primordiales.

La piel de la ciudad muestra una arquitectura nacida durante la invasión española, que debe su desarrollo estilístico a los setecientos años de influencia de Oriente Medio en la península Ibérica; arquerías, zaguanes y patios centrales con fuentes dibujados con piedra, cal y terracota, emulando a los estilos occidentales con los que los españoles acababan de reconciliarse antes de desembarcar en América. Existe una arquitectura mestiza profundamente emparentada con el estilo mudéjar, se puede registrar una evolución de trescientos años entre los primeros solares en los que se dividió la ciudad y las casonas sobrevivientes del siglo XIX.

El espíritu del Cusco colonial es la superposición, templos católicos coronan antiguos recintos ceremoniales incas y desde el eclecticismo resultante se gestó una muy nueva y propia arquitectura barroca cusqueña, de particularidades impensables para cualquier constructor español de la época. Las relaciones de los templos católicos con el espacio público es un desarrollo propio del encuentro entre la arquitectura incaica y el urbanismo renacentista; la encontramos por ejemplo claramente definido en el emplazamiento del templo de San Cristóbal en las ruinas del antiguo recinto de Qolcampata.

Una característica que define la configuración de la ciudad del Cusco es la escasez de referentes arquitectónicos definidos durante la edad republicana, como está testimoniado en los grabados de George Squier en el siglo XIX, de esta época nos queda la calle san Francisco, Av. Baja sembrada de balcones con estilo napoleónico, como en todas las ciudades latinoamericanas el siglo XX trae la arquitectura historicista de influencia francesa manifestada en los distintos arcos que encontramos por la ciudad como el de la plaza San Francisco, la armadura del mercado de San Pedro con características de la arquitectura de la ingeniería, el boulevard republicano de la av. Pardo concebido a las orillas del Rio Saphy. El punto culminante de este proceso llegó con el terremoto de mayo de 1950.

La tragedia del terremoto coincidió con la aparición del espíritu de la modernidad; que llevaba dos siglos de germinada en el mundo occidental, este modo de concebir el mundo nunca llegó a asentarse en los ideales locales, lo que genera sentimientos encontrados.

La modernidad se ha entendido desde valores escenográficos y nos provee de refugio sentimental para madurar nuestros procesos individuales de mestizaje, bastaría ver nuestra tan conflictuada arquitectura contemporánea, nuestro modo de apropiarnos del espacio público durante las fiestas.

El terremoto de 1950 marca el inicio del tiempo en el que todavía habitamos, pero más que ser una excusa para el ascenso de la modernidad ha sido una especie de exfoliación del animal antiguo en el que habitamos, al sacudirse de las distintas capas de tiempo y polvo pudimos volver a ver sus entrañas vivas integradas en distintos periodos, esta simultaneidad de capas es orgánica y sus elementos característicos están lejos de ser prótesis.

El Cusco estuvo cerca de alinearse a los ideales metropolitanos de streets y avenues en los que creía el mundo de mediados del siglo pasado, sin embargo, existen episodios como la mutilación de la calle Santa Catalina y la destrucción de la trama urbana del distrito de Santiago cuyo punto más álgido fue la dramática destrucción de la casa donde se encontraba el histórico Balcón de Herodes; todo para aproximarnos a u paradigma de ciudad planteada para la circulación vehicular, nació en esta época la av. De la Cultura a manera de una cola contemporánea del animal legendario, el nombre de esta extensión del Cusco nace del idealismo moderno que alude a las avenidas europeas que descentralizan los centros históricos con alternativas de centros culturales donde las distintas sedes institucionales interactúan, la Universidad nacional, museos de arte contemporáneo que no llegaron a existir y las grandes unidades escolares.

Hablar de la contemporaneidad en la ciudad implica hablar de la av. De la Cultura y de la gestación de un poblador urbanita habitante de supermarkets y edificios de departamentos, con sueños proyectados desde aceleradas revoluciones mediáticas, pero de corazón primordial. La avenida es en sí misma una analogía al camino del Capac Ñan, que era el nombre que tenía el antiguo camino inca que comunicaba a los distintos territorios del imperio Inca desde donde nuestros antepasados amarraban al sol, el cusqueño de hoy todavía mide cuan soleado o nublado está el día dependiendo de cuán visible está el nevado Ausangate cuando camina hacia el este.

Volver al centro del Cusco en estos tiempos donde el espíritu común es la nostalgia, enterrados los ideales modernos en los campos de Europa, descubrir en nuestro propio corazón o quizás ombligo los latidos del animal proverbial que habitamos, verlo correr bajo la lluvia, jugar con las nubes y el viento, hacernos invisibles con él a la intemperie de sus muros, propone un ejercicio interesante ser nosotros la ciudad y el Cusco el animal que nos habita, reconocer a todos nuestros habitantes interiores mientras acariciamos con los ojos su melena oxidada.

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