18.3.2025

Cuatro ventanas

Adolf Loos (1870-1933) fue un arquitecto a caballo. Nacido una generación después que Otto Wagner (1841-1918), y casi una antes que los modernos, pero perteneciente a la misma que Joseph Maria Olbrich (1867-1908), Josef Hoffmann (1870-1956) y los grandes arquitectos de aquella fascinante y decadente época de la Secesión de Viena, dejó pasar aquella brillante oportunidad de engancharse a los últimos coletazos de la Belle Époque pensando probablemente y con gran lucidez que si ya el viejo Wagner era un bello epitafio de tantas cosas1 esa Sezession era el epitafio de sí misma.


Adolf Loos. American Bar. Viena. 1908

Arquitecto de frontera, de final de un ciclo sin que aún naciera otro, de terrenos pantanosos y tierras movedizas, se irguió como un gran innovador, como una figura respetabilísima, casi heroica en muchos aspectos.

En sus primeras obras vemos aún el regusto final del decorativismo del Art Nouveau, pero el mismo año que construye el American Bar de Viena publica su famosísimo artículo «Ornamento y delito«.

Busca una arquitectura limpia, desnuda, carente de adornos innecesarios (que hasta el momento eran los que la dotaban de encanto) y se adentra en un camino que en muchos aspectos, ya lo hemos dicho, se nos antoja heroico. (Hay que ponerse en la época y en el ambiente).

La Secesión vienesa había alcanzado unas cotas de belleza insuperables. Es una delicia. Su propio pabellón, de Olbrich, con frescos de Gustav Klimt, es una preciosidad, una golosina. Adolf Loos hace algo muy difícil: pensar (en una época tan temprana) que esa belleza no es el ideal de la arquitectura, que esa no es la razón de la arquitectura; que la arquitectura no debe ser una golosina, ni un bollito, ni nada parecido.

Teniendo ya a su servicio y a su disposición todo aquel arsenal bellísimo dispuesto para ser usado, Loos renuncia a él y se aplica con dureza monacal y con obstinación a hacer casas muy desnudas, demasiado desnudas para la época, intolerablemente desnudas.2

Antes de que el Movimiento Moderno cuaje él se nos muestra como un pionero, como un premoderno.

Sin embargo, reconociéndole este mérito extraordinario y la importancia de su indagación, de su pensamiento y de su obra, también deberíamos reconocer que Adolf Loos no poseía un brillante talento arquitectónico. Se nota cuando un teórico pasa directamente sus teoremas a su arquitectura y carece del pulso suficiente, de la habilidad plástica y espacial para domarlos en cada proyecto concreto. Se nota que sus obras son demasiado áridas, demasiado rígidas, demasiado poco graciosas.

Son obras sinceras, precisas, necesarias y aleccionadoras. Son dignas del mayor respeto e incluso de admiración, pero no son edificios completamente logrados.

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