28.10.2013

Cuando el decrecimiento tiene que llegar a la ciudad

La ciudad se ha convertido a lo largo de los últimos 30 años en un elemento clave para comprender las dinámicas de crecimiento económico impulsadas por la globalización y es, a su vez, el escenario principal donde se pueden ver las consecuencias sociales de dicho modelo económico.

No son pocas las investigaciones que centran su estudio en el papel clave que desempeña la ciudad dentro de la globalización económica. Cada autor ha ido definiendo el protagonismo de las ciudades: ciudad mundial (Friedmann y Wolff), ciudad global (Sassen) o ciudad multiplicada (Muñoz, 2008). Estas definiciones se centran en la capacidad de las ciudades para concentrar sectores económicos estratégicos que permiten la organización y control de la economía global.

En todas estas definiciones la ciudad queda ubicada en el centro neurálgico del proceso globalizador convirtiéndose de esta manera en el actor principal dejando atrás al Estado como unidad de análisis. Neil Brenner (2003) analiza muy bien el re-escalamiento del Estado en el que, según él, no ha perdido poder sino que adquiere un papel diferenciado frente a la ciudad que se convierte en el nodo de acumulación de capital. De este modo, el capitalismo se orienta a las ciudades pues los estados ya no suponen un nivel de diferenciación territorial suficiente (Harvey).

Por lo tanto la globalización ha ido reconfigurando los paradigmas clásicos de los actores internacionales colocando a las ciudades en un papel protagonista. En un momento en el que predominan los entes difusos del capitalismo como son la propia globalización, los mercados o el sistema financiero, las ciudades territorializan el modelo capitalista globalizador y son los lugares donde mejor se puede analizar el desarrollo del neoliberalismo y sus impactos sociespaciales. Dichas consecuencias se materializan en la profundización de la desigualdad, la polarización social y la segregación espacial sustentada en los modelos de movilidad, de hábitat y de ordenación del territorio.

Bajando del modelo teórico a la práctica, es fácil distinguir que la ciudad ha ido creciendo de manera ilimitada reproduciendo uno de los dogmas del modelo económico dominante, a mayor crecimiento, mayor bienestar. Nos ubicamos, de esta manera, en la ciudad como espacio de reproducción del capitalismo. Se ha llegado al colapso de un modelo basado en el crecimiento sin límite que parece estar estancado sin saber muy bien hacia dónde ir. Reproducir la misma estructura de crecimiento supondría chocarse, más temprano que tarde, con los límites biológicos del planeta y con futuras y previsibles crisis.

Con este escenario de fondo esconveniente tener en cuenta teorías que llevan años gestándose y cuando todo parece ir bien nadie escucha y son acusadas de apocalípticas pero en momentos de búsqueda de explicaciones y alternativas se mira hacia ellas con cautela y curiosidad. El decrecimiento es una teoría que lleva años anunciando el fin de ciclo al que ahora hemos llegado. No es una teoría oportunista que aparece como una tabla de salvación sino que lleva años avisando de los excesos del modelo económico y sus consecuencias irreversibles.

El decrecimiento surge de analizar la realidad existente que se ha centrado en producir, consumir y crecer. El pensamiento decrecentista cuestiona de raíz el modelo actual tanto en lo económico como en los valores asociados al modo de vida actual.

En el ámbito económico cuestiona, en primer lugar, el dogma que ha perdurado durante muchos años que establecía que el crecimiento económico era fuente de bienestar social. A menudo este mito se ha extendido como realidad al observar que nuestro entorno crecía, había empleo, miles de viviendas brotaban del suelo, aumentaba la producción de coches para las nuevas carreteras, se acrecentaba el consumo generalizado, años felices en resumen. Este dogma asocia el bienestar a la sobreacumulación, al siempre más estableciendo un muro insalvable entre el objeto o bien que se consume y el origen del mismo. Manido ejemplo es el de la industria textil y las fábricas esclavas de donde procede la ropa que vestimos. Pero muchos son los ejemplos, que además de atentar contra la dignidad y los derechos humanos (en nombre del crecimiento económico), atentan contra el futuro de manera irreversible al expoliar las materias primas que tenemos al alcance de la mano sin tener en cuenta su capacidad de regeneración y el disfrute de las mismas por generaciones venideras. La idea dominante del sistema económico actual es hacernos creer que crecer es sinónimo de más. Este reduccionismo que vincula el crecimiento a parámetros meramente económicos ha calado hondo en la sociedad. ¿Es sensato celebrar el crecimiento económico a costa de destruir el entorno natural? A generalizar esta idea han contribuido los indicadores que se han utilizado para comprobar el desarrollo y crecimiento de un país o ciudad. El PIB, la balanza comercial, el consumo energético, entre otros, han servido para decir que un territorio estaba más o menos desarrollado o había crecido en mayor o menor medida. Son ilustrativas las palabras de Carlos Taibo para señalar la paradoja de estos indicadores, “cuando destruimos un medio natural y hacemos que sea, entonces, más escaso, pareciera como si estuviésemos creciendo venturosamente; cuando, por el contrario, procuramos preservar ese elemento natural y nos empeñamos en garantizar sutiles equilibrios medioambientales y, con ellos, los derechos de las generaciones venideras, ello no tiene, en cambio, ningún reflejo en el PIB”

Que esta idea haya calado sobremanera en la sociedad puede ser considerado como una gran victoria del modelo económico dominante en el terreno del imaginario colectivo. Es complicado romper esa asociación inconsciente entre lo económico y el crecimiento. Si a esto sumamos que el hiper consumismo se ha convertido en el estilo de vida dominante vemos como el sistema económico actual ha triunfado en la expansión de valores asociados al consumo y en el imaginario colectivo que vincula lo positivo, el avance, lo bueno, a lo económico. La palabra decrecimiento, como señalan algunos de sus teóricos (1), tal vez no sea la más afortunada pero tiene ese toque efectista y provocador. El oído salta alarmado al escuchar esa palabra que apuesta por ir en sentido contrario al que hemos estado yendo en las últimas décadas. Es chocante el concepto porque intenta romper una asociación de ideas muy extendida basada en la productividad y el consumo. El uso del lenguaje es lo que define las ideas, por lo tanto, la lucha en el terreno del lenguaje es clave.

En la esfera de los valores el decrecimiento también ha centrado el foco crítico. Frente al afán acumulador, individualismo, egoísmo e indiferencia que están presentes día a día en las relaciones sociales, el decrecimiento apuesta por implantar una serie de erres. Revaluar, reconceptualizar, reestructurar, relocalizar, reducir y reutilizar (2) son algunas de las propuestas de transformación de la sociedad que plantea. Apostar por valores que apuestan por lo colectivo, generar cambios semánticos y de imaginarios, apostar por el cambio de estructuras productivas y relacionales ligadas al cambio de valores, adaptar la escala actual a lo local y al ser humano, disminuir nuestro impacto en la naturaleza y el consumo son un breve, muy breve, desarrollo de las erres mencionadas. La conjugación de estas propuestas formarían lo que Latouche ha denominado como “círculo virtuoso” que, si se desarrolla, nos encaminaría a un periodo de transición entre el modelo actual en fase de colapso y un nuevo modelo basado en el respeto de lo común y una mentalidad colectiva en la que se pensaría una forma diferente de producir y de consumir como decía André Gorz.

Es necesario intentar acercarse al decrecimiento desde una perspectiva urbana, porque es en la ciudad donde el sistema económico actual llega a su máximo exponente y porque en pocos años las ciudades ya albergaran más habitantes que el medio rural según diversos estudios. En la esfera de los valores las ciudades se han convertido en las abanderadas del individualismo, la velocidad y la incomunicación. Es por tanto una obligación acercar las teorías decrecentistas al medio urbano que está creciendo ilimitadamente, como pretende el capitalismo.

La ciudad, como espacio de consolidación del capitalismo, se ha visto transformada al ritmo del crecimiento económico generando grandes extensiones de continuidad urbana, carreteras para conectar esta metropolitanización y se ha consolidado la segregación especial entre centro y periferia. Por otro lado, el medio urbano se ha convertido en el nicho perfecto para el desarrollo del principal de los tres pilares que sustentan el sistema económico actual. Estos tres pilares, a saber, crédito fluido, publicidad y obsolescencia planificada, hacen que el capitalismo y su cultura asociada al consumo, se haya extendido de manera casi viral. Es impensable pensar la ciudad actual sin publicidad. Esta lacra invasora del espacio público ha encontrado en la ciudad y sus espacios comunes el soporte ideal para expandir sus tentáculos e intentar persuadir a la gente con modelos ideales y ficticios de triunfo vital y reconocimiento social. Transportes públicos, carteles en edificios, pantallas gigantes, invasión de plazas con eventos de marcas han hecho que el espacio público se haya mercantilizado y cualquier actividad que se pretenda realizar en la vía pública que no quede reglada a través de un contrato comercial, es susceptible de crítica y castigo. La industria de la publicidad se ha convertido en uno de los elementos clave para desarrollar el denominado terciario decisional en las ciudades y para expandir la ideología del sistema económico dominante. La ciudad es también el espacio de la fast culture que impregna las relaciones sociales, la alimentación, el ideal de lo efímero y la inmediatez.

Hace tiempo que la ciudad dejó de ser un lugar abarcable, pensada a la escala de las personas. Coches, carreteras, aeropuertos, grandes centros comerciales están desplazando al ser humano del espacio público y convirtiendo a las personas en transeúntes productivos que trabajan y consumen. Personas asépticas con el medio que no tienen cabida en el espacio público más que como lugar de paso.

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Las ciudades se han convertido en grandes caladeros del sector servicios lo que ha supuesto una distribución desequilibrada del sector agrario e industrial a las periferias urbanas locales, en el “mejor” de los casos o a las periferias globales. Esto supone un exceso absurdo que, amparándose en los criterios económicos de máximo beneficio, hace que se consuman productos que vienen desde miles de kilómetros cuando ese mismo producto se produce a escasos kilómetros. Esta fórmula acentúa la explotación de países productores en los que se producen alimentos y productos de forma latifundista e intensiva a bajo coste y se consumen en occidente. Esto está acabando con la autonomía y autosuficiencia de las ciudades al depender de la producción externa.

La escasa literatura sobre el decrecimiento urbano se centra en estos puntos en común: la movilidad, vivienda, escala humana, autosuficiencia, ecoeficiencia, frenar al crecimiento y rehabilitar, relocalizar actividades, cambios en la participación y valores democráticos.

La movilidad debe ser la base del cambio de modelo en la ciudad. Estamos acostumbrados a ciudades plagadas de coches y de asfalto en las que el abuso del uso del coche es flagrante. Por todos es sabido los aspectos negativos del abuso del coche: contaminación, accidentes, atascos, uso abusivo y deterioro del espacio público tanto para circular como para aparcar los vehículos. El paso hacia el decrecimiento debe ser reducir la movilidad a través de los coches y favorecer y apostar por una movilidad limpia y respetuosa con el medio como puede ser la de la bicicleta, el caminar o una importante y bien planificada red de transporte colectivo y público. Otra consecuencia del modelo de movilidad actual es el urbanismo disperso que está articulado a través del vehículo privado. Este modelo de urbanismo hace cada vez menos densa y más extensa la ciudad. Esto quiere decir que se dotan grandes extensiones de terreno e infraestructuras para que viva muy poca gente que además es dependiente del coche. Tras cada alternativa propuesta por el decrecimiento, como se verá, hay una serie de valores y principios. En el caso de la movilidad se apuesta por una movilidad compartida, sana y alejada de la prisa y la velocidad, elemento que parece demasiado arraigado a la vida urbana.

La vivienda se ha puesto como elemento clave en la lucha decrecentista por haberse convertido en un elemento de especulación vinculado, en no pocas ocasiones, a casos decorrupción. En España se ha visto mejor que en ningún otro sitio las consecuencias de la burbuja inmobiliaria. Las respuestas que están surgiendo en el ámbito de la vivienda van vinculadas a procesos de okupación y lucha contra los desahucios. El decrecimiento apuesta por cambiar la concepción de la vivienda como un bien de uso y no como bien especulativo, por lo tanto lucha por hacer efectivo el derecho a la vivienda facilitando el acceso a este bien básico.

Conseguir ciudades autosuficientes en las que los recursos no vengan desde miles de kilómetros es una reivindicación basada en la necesidad de relocalizar la producción. Además de dar un paso hacia la soberanía alimentaria se está haciendo una apuesta por un modelo diferente de consumo que apueste por lo local, la cercanía y la reducción de intermediarios. En este sentido se ubican las reivindicaciones de aprovechar los “vacíos urbanos” (solares) y zonas posibles para establecer huertos urbanos. Esta idea apunta a romper la polarización que ha supuesto la división rural y urbana. El decrecimiento apunta la necesidad de ruralizar la ciudad y demostrar que el medio rural y urbano no son incompatibles. Esta vinculación del campo y la ciudad trae consigo una ruralización de los valores urbanos como puede ser el trabajo comunitario, el compartir y el aprendizaje colectivo.

Las ciudades no han parado de crecer llegando a convertirse en lugares inabarcables y alejadas de la escala humana. Frenar este crecimiento es necesario para alejarse de modelos que favorecen la burbuja inmobiliaria. Es necesario apostar por la rehabilitación de la ciudad ya existente en lugar de crecer sin límite. De esta manera se conseguiría revalorizar lo existente, recuperar parque inmobiliario y cambiar el imaginario actual que solo valora lo nuevo como algo positivo.

En la esfera política el decrecimiento también tiene propuestas para el entorno urbano. La escala de la ciudad y como se ha planteado la participación ciudadana institucional han alejado a la ciudadanía de los poderes públicos y de la posibilidad de intervenir en la gestión de lo público. El decrecimiento apuesta por democratizar la ciudad acercando la capacidad de decisión a la ciudadanía. Ejemplos como los presupuestos participativos de Porto Alegre o las asambleas barriales pueden ser un principio de ejercer la democracia directa. Se ha planteado que el tamaño actual de las grandes ciudades haría imposible una democracia directa pero, como señala Paola Bonora, hay que abordar la cuestión no desde la dimensión sino desde la identidad. Si hay proyectos basados en lo local, dentro de una gran ciudad, no es excusa el tamaño ya que se pueden coordinar proyectos basados, incluso, en la actual división administrativa de las ciudades (barrios, distritos, etc.) Hacer a los ciudadanos participes en la construcción de la ciudad que habitan es otra gran apuesta del decrecimiento.

Hay experiencias prácticas que se están llevando a cabo que apuestan por limitar el tamaño de la ciudad y llevar una vida basada en la lentitud, son las conocidas como “slow cities” (3). Otro ejemplo son las “ciudades en transición” (4) que se están extendiendo por varios países del mundo y hacen una apuesta firme por intentar alejarse del modelo económico actual.

La reivindicación del uso del espacio público de una manera no mercantilizada es otra demanda del decrecimiento centrada en el entorno urbano. La lógica del mercado ha conseguido robarnos el espacio público a la ciudadanía y ha calado en mucha gente la idea de que el uso de los lugares públicos solo es legítimo si se paga por ello. Esta reclamación lleva implícito un cambio en la concepción de lo común como algo a defender y mantener en manos del conjunto de la ciudadanía alejándolo del modelo que entiende lo público como modelo de negocio.

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La necesidad de pararse a pensar
Este artículo, lejos de ser un estudio en profundidad sobre el decrecimiento, quiere ser un repaso somero de la teoría del decrecimiento y su posible adaptación al medio urbano. Recoge las principales inquietudes y líneas de trabajo abiertas sobre el tema y pretende generar debate sobre la viabilidad de transformar las ciudades actuales (las grandes y las no tan grandes) en lugares más cercanos a la ciudadanía y respetuosas con el medio ambiente.

El decrecimiento no es una teoría unitaria basada en dogmas, más bien son incorporaciones de reivindicaciones de ecologistas, movimientos sociales y economistas críticos. Esta variedad hace que cada autor tenga su propia visión sobre como realizar la transición desde el modelo actual al modelo decrecentista.

Un aspecto no tratado en el artículo, pero que es de especial relevancia, es la llamada a la responsabilidad individual como compromiso con el cambio. Estamos acostumbrados a pensar que nuestros actos individuales no tienen repercusión en el funcionamiento del planeta. Solemos considerar que nuestra forma de consumir, de comer o de movernos por la ciudad son actos sin repercusión alguna, como si fuéramos elementos que viven en un medio y no lo alteramos con nuestros actos. Nos vemos como seres asépticos ajenos al entorno. El decrecimiento hace un llamamiento para que se politice la vida cotidiana porque tenemos una gran responsabilidad en la situación en la que se encuentra el planeta y las ciudades. Solo una sociedad concienciada puede observar que el ritmo de vida actual tiene unas consecuencias nefastas y que con cambiar determinados comportamientos se puede actuar a favor de reducir la huella ecológica (5) actual y abandonar, poco a poco, el modelo económico en el que vivimos.

Porque con la connivencia de muchos se ha desarrollado un modelo urbanístico predador del medio, un modelo de consumo uniformizante y desproporcionado así como un abuso energético e irresponsable. El decrecimiento supone un grito que llama a salir de los parámetros establecidos en los que el beneficio económico articula toda la sociedad. Convertir las ciudades en algo mejor, más cercano, más saludable, más adaptadas a las personas, más democrática, es, en definitiva, la aspiración del decrecimiento urbano.

Es ahora el momento de saber frenar y repensar el modelo en el que queremos vivir. Es muy ilustrativa la metáfora del caracol que se suele acompañar el discurso decrecentista. El caracol va construyendo su concha de forma constante en espirales hasta que llega un momento en el que frena en seco. El caracol llega entonces a un punto de inflexión, si sigue creciendo, su concha se convertirá en un lastre más que en elemento útil y de protección. Parece que el momento de parar y pensar en nuestro punto de inflexión ha llegado, si seguimos creciendo, cualquier paso que demos estará encaminado a solventar los errores generados por el exceso. Demostrado ya que el crecimiento no genera de forma automática el bienestar (si así fuera viviríamos en una especie de paraíso) es necesario saber frenar y apostar por un cambio de modelo. Hay que pensar alternativas diferentes a lo que ha hecho que nos encontremos donde y como estamos. Es obligado convertir la ciudad en campo de batalla contra el modelo dominante pues la ha convertido en el espejo cruel de un sistema injusto. Una ciudad diferente ayudará a tener un modelo diferente.

Notas:
(1) Paul Ariès habla del decrecimiento como una palabra obús que busca dinamitar el lenguaje establecido y poco objetivo que utilizamos.
(2) Serge Latouche explica el uso del prefijo “re-“ como respuesta a una sociedad basada en lo “hiper-“ como es el hiperconsumo, la hiperproducción, etc.
(3) Para obtener más información sobre estos proyectos es conveniente visitar el siguiente sitio web http://www.cittaslow.org/
(4) “Plantean la necesidad de crear resiliencia, es decir adaptar las ciudades para que sean capaces de absorber los choques que provocarán el techo del petróleo y el cambio climático” Florent Marcellesi. Más información en el siguiente enlace http://movimientotransicion.pbworks.com/w/page/21695346/Movimiento%20de%20Iniciativas%20de%20Transici%C3%B3n
(5) En palabras de Ewing “huella ecológica es un indicador que mide la capacidad de los ecosistemas para producir materiales biológicos útiles y absorber los residuos generados por los seres humanos”

Fuente > http://www.laciudadviva.org/blogs/?p=19263

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