5.1.2012

¿Ciudades para todos?

Stepienybarno realiza un breve análisis sobre si nuestras ciudades son realmente para todos o no. Creemos que ahí está una de las claves para entender si nuestro urbanismo está más o menos sano.

Muchas veces se intentan hacer grandes análisis sobre las ciudades, explicando miles de conceptos y variables, lo cual está muy bien, pero, creemos que en tan magno intento, en muchas ocasiones, se deja de lado una parte más inmaterial de las mismas, pero que tiene una importancia máxima para garantizar la empatía urbana de la que nos hablaron hace poco Dpr _Barcelona.

Hasta la llegada de la crisis todos, prácticamente sin excepción, hemos vivido una realidad ficticia que nos hizo pensar que las ciudades y el urbanismo eran algo bien diferente a lo que realmente era. A la desidia de muchos arquitectos y técnicos por pensar cómo hubieran debido crecer nuestras ciudades, se unió  la avaricia de muchos promotores que ha dejado patas arriba media España. Todo se pintó de color de rosa; que las hipotecas eran una tontería y que la clase media podría vivir como los ricos en chaletes de lujo con jardín. Mientras tanto, los centros de las ciudades se fueron desvitalizando en favor de monstruos comerciales que nos vendían el espejismo de una belleza inmaculada y pulcra. Eso sí, vigilada  por señores con pistola y con el derecho de admisión siempre bien presente.

Durante toda esa bonanza económica se ha primando la hipocresía frente otros valores, ya que, como comenta Jordi Borja, incluso hay una ordenanza que establece como bien jurídico el “derecho a no ver” a aquellas personas que puede resultar desagradables al ciudadano normal. Es más fácil cerrar los ojos que enfrentarse al problema e intentar solucionarlo. A su vez, comenta el urbanista catalán que “en las sociedades urbanas acomodadas se ha generalizado un miedo permanente y exagerado y las autoridades y medios de comunicación han legitimado un discurso securitario y una práctica de represión preventiva que ha conducido a multiplicar las exclusiones sociales y a aumentar la psicopatología colectiva”.(1)

Si seguimos apostando por asépticos espacios públicos cada vez más privatizados y quedando a  expensas de que las terracitas de verano llenen con migajas las maltrechas arcas de nuestros ayuntamientos, no habremos sido capaces de coger el toro por los cuernos.  Tenemos que recuperar y mantener el espíritu del barrio que basa su  esplendor en su espacio público y éste, evidentemente, no puede depender de las sombrillas de Coca cola sino de las posibilidades que brinda a sus vecinos para interactuar y fortalecer las relaciones. Y de esta forma se dará lugar a espacios realmente seguros, mucho más, sin duda, de los que nos garantiza la presencia de las videocámaras que veíamos en  nuestro último post sobre “la ciudad del miedo”.

En esta misma línea reflexionaba Ethel Baraona (Dpr_Barcelona), en su estupendo post Arquitectura del Miedo – Arquitectura de la Guerra, “Otra forma de control e imposición de miedo es el uso abusivo que los gobiernos hacen de los sistemas de vigilancia. El ciudadano medio vive su libertad coartada por la falta de intimidad y la constante vigilancia de sus actos. En la exposición Panel de control. Interruptores críticos para una sociedad vigilada, realizada en el Centro de las Artes de Sevilla, se plantean nuevas perspectivas sobre el control social como tecnología de poder.”

Así, mientras que una parte de la población se ha sentido a salvo, levantado grandes muros y vallas donde poder relacionarse con sus iguales, otra queda condenada al fango urbano de la ausencia de oportunidades. Este control orweliano, por parte de determinadas clases sociales y  el  destierro hacia las zonas con menos oportunidades de otras menos favorecidas, no hace más que poner en evidencia la decadencia de nuestra sociedad. Lo diferente, independientemente de la realidad, se ha catalogado como negativo y peligroso, mientras que lo semejante se ha creído positivo. Siguiendo esta idea, Joan Macdonald comenta que, “eso genera resentimiento del que tiene menos hacia quien tiene más, y miedo, muchas veces infundado, del que tiene más, que teme que se lo roben. Nuestras clases medias y altas tienen la paranoia de que los pobres son malos por definición. Y al revés. Y eso se traduce urbanísticamente en condominios cercados con vallas eléctricas.” (3)

A cambio, como consecuencia de esta actitud, hemos obtenido una absoluta ausencia de mezcla cultural, social y económica, gran cantidad de urbanizaciones y cientos de barrios que han muerto del propio sopor que les ha producido mirarse siempre en el mismo espejo. Debemos aceptar que nuestra sociedad es totalmente heterogénea y responde a, cada vez más, diversos patrones, siendo esta diversidad uno de los mayores tesoros que encierran nuestras urbes. Necesitamos una ciudad donde todos tengan cabida. Basta ya de hacer apología del automóvil; que no nos vendan la moto de los coches eléctricos como la nueva panacea. Es el momento de apostar por el peatón y la bicicleta en primer término y por el transporte público en segundo. Solo desde ahí, los niños, las mujeres, la tercera edad tendrán posibilidades de disfrutar de sus entornos urbanos y, poco a poco, los espacios públicos volverán a ser apropiados por la ciudadanía. Si esto se hace hibridando el mundo digital y sus enormes posibilidades a través de las redes sociales y las nuevas tecnologías, mejor que mejor.

Pintar todo de color de rosa, como comentábamos al principio de este artículo, y evitar el conflicto entre sus ciudadanos no es otra cosa que asumir una falsa comodidad. Si se diese por buena la diversidad, como afirman pensadores como Bauman o Augé, ésta va de la mano del conflicto y, aunque a veces incomoda, es la única estrategia que nos permite avanzar en busca de mejores espacios urbanos.

(1) Extracto del artículo “Derecho a la inseguridad” de Jordi Borja (Director del programa Gestió de la Ciutat de la Universitat Oberta de Catalunya).
(2) “Muchos analistas detectan paralelismos entre la sociedad actual y el mundo de 1984, sugiriendo que estamos comenzando a vivir en lo que se ha conocido como sociedad orwelliana. El término orwelliano se ha convertido en sinónimo de las sociedades u organizaciones que reproducen actitudes totalitarias y represoras como las representadas en la novela (la novela fue un éxito en términos de ventas y se ha convertido en uno de los más influyentes libros del siglo XX.)” Desde _ wikipedia
(3) Entrevista de Anatxu Zabalbeascoa a Joan Macdonald, para El Pais.com

Fuente > http://www.laciudadviva.org/blogs/?p=12684 

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