7.8.2020
Aprender en la naturaleza no es llevar el aula afuera: que el protocolo no nos tape el bosque
Es el tema del momento: llevar las aulas al aire libre, como se hizo durante otras epidemias. Sin embargo, para que esta propuesta no resulte solamente en un pase de magia cosmético y paliativo, es necesario saber que educar en la naturaleza, al aire libre, no es lo mismo que mudar bancos y sillas al patio o al jardín.
Veo fotos antiguas que reproducen las filas y la maestra al frente, pero en el pasto, y me da tristeza. Deja en evidencia lo difícil que nos resulta imaginar como sociedad otra forma de educar que no sea en el formato del aula-caja.
Muchas veces, educar al aire libre depende más de actitud que de posibilidades. Como ejemplo, me rodean en el barrio, al norte del conurbano, al menos cuatro colegios privados con jardines enormes, incluso un bosque. No obstante, nadie los usa: todas las edades hacen sus recreos en patios cerrados de cemento o sintético. Hace unos treinta años, cuando mi marido era alumno de uno de esos, ir al bosque estaba permitido: pero solo en quinto año de secundaria, y en el horario donde se dejaba a los adolescentes fumar.
Se preguntarán qué hacemos en las zonas urbanas, donde el verde escasea. ¿Qué tal si en vez de turnarnos para usar el patio hacemos al revés, alternamos para entrar a las salas y aulas? ¿O usamos parques y plazas vecinos en clave diaria? Fuera de eso, antes de esta pandemia ya existían varios proyectos y escuelas que no se limitan a llevar pedagogía a la naturaleza, sino que eligen habitarla como escenario de aprendizajes y juegos a lo largo del tiempo, de manera integral y transversal. No es casual que casi todas las propuestas formales o no formales que conozco y que ofrecen una mirada pedagógica transformadora, trabajen de esta forma. Voy a contarles sobre algunas de ellas en Argentina.
Ronda al sol es el proyecto educativo de la ONG Alma Verde, con 10 años de trabajo en Monte Hermoso, en la costa bonaerense. Antes del aislamiento obligatorio hacían 4 encuentros semanales con niños/as de 2 a 10 años en distintos entornos naturales de los alrededores, “intentando que estén poco antropizados”, me explica Maite. “Sostenemos dos pilares fundamentales: el respeto a lxs niñxs y el juego libre no directivo en un ambiente natural. El escenario principal son la playa y el bosque, con acompañantes adultxs que les proveen un marco de seguridad, confianza y respeto”. Trabajan con la mirada de lo que se conoce como “aprendizaje autodirigido”, que ejercido en la naturaleza “propicia una enorme cantidad de desarrollos cognitivos, habilidades y saberes como control y gran desarrollo de la motricidad; concentración y concepto del “fluir” (flow); conciencia colectiva; resiliencia; autonomía y desarrollo de soluciones propias; autogestión del riesgo y el peligro y orientación espacial”. Consideran de gran importancia la transmisión de los adultos de valores y posicionamientos como el biocentrismo, la intergeneracionalidad, el decrecimiento, la diversidad sexual, la acción colectiva y la cooperación. Además, Ronda al sol se propone “operar como un espacio de fortalecimiento y apoyo a los aprendizajes considerados formales por la escuela, que usualmente se clasifican en álgebra y matemáticas, comunicación oral, escrita y lectura, biología y ciencias de la naturaleza, geografía y cartografía.
Los Maitenes, en Bariloche, Río Negro, tiene al trabajo en la naturaleza como uno de sus ejes curriculares principales, especialmente en la etapa de primaria. “Excepto que el clima no lo permita, hacen salidas, caminatas, reconocimiento de aves, investigación de flora”, me cuentan Romina y Celeste. “Nuestro sueño de concretar la construcción sustentable del edificio de nuestra escuela también tiene que ver con ser acordes a nuestra forma de vivir y cuidar el entorno en que estamos”. Para cumplir ese objetivo, ya conversan con una ONG de Mar Chiquita que participó de la construcción de la tercera escuela sustentable de la región (hay dos más, en Uruguay y Chile).
En Bariloche también está el colegio QMark, que tiene un bachillerato orientado en Ciencias Naturales y que en sus fundamentos pedagógicos incluye a la “alfabetización ambiental”. Se busca “aprender a leer el ambiente”: conocer y comprender la red de relaciones que representa y saberse parte de ese sistema interdependiente cuyo malestar o bienestar es el propio. Y “aprender a escribir el ambiente”: repensar y modificar la forma de relacionarse con los otros seres vivos y el entorno físico desde un posicionamiento ecocéntrico y de reconexión humana con la naturaleza. El profesor de Educación Física, por ejemplo, explica que cambiaron el gimnasio por la naturaleza, con salidas en bicicleta, trekking, kayak y campamentos. Tomando conceptos de González Gaudiano, Fauvé, Capra, Sobel y Sánchez, sus directivos creen además que la democratización del conocimiento ambiental permite a los jóvenes acceder a la participación pública en debates con argumentos, la defensa de posicionamientos, la crítica fundamentada, la distinción de intereses en los conflictos y la construcción de alternativas. Las acciones con la comunidad se canalizan a través del Comité Ambiental de la escuela. También destacan la importancia de corresponder las etapas de desarrollo madurativo con las estrategias de abordaje. “En preescolar debiera promoverse el vínculo emocional con la flora y fauna del jardín o patio de la casa; en el primario, extenderla al paisaje explorable por fuera de la casa, poniendo el foco en el descubrimiento de cuevas, refugios y otros secretos; y en los primeros años del secundario ya sí se pueden vincular con la comunidad a través del abordaje de los problemas locales”, enuncian en el documento institucional. Todo ello sin agobiar a los niños con problemas ambientales, que puede generar la denominada ecofobia planteada por Sobel.
Peter Dunn lleva 30 años metido en la educación y fundó La Lucena, en Córdoba, para ofrecer a colegios programas de inmersión y convivencia “a campo”, como le gusta decir. Su primer chispazo de que algo en la escuela estaba mal planteado prendió cuando era profesor de inglés en un colegio privado de Buenos Aires. Cómo él mismo se aburría, desarmaba las filas de bancos y los usaban para construir castillos o fuertes en la clase, mientras aprendían. Hoy sigue igual de convencido de que la educación tiene que recuperar su proceso creativo. Dejar de ser arbitraria para ser contextual, “conectiva”, es decir, que pueda ayudar a explicar cómo se conectan las cosas. Para definir el rol del buen docente, usa para explicarse la metáfora de la diferencia entre el turista y el viajero. “El primero consume, tiene una mirada muy estructurada de lo que va a ver. El viajero, en cambio, conecta más con el presente, tiene una mirada más empática del lugar que visita”, me dice por teléfono. En sus programas aplica el enfoque social de la conservación, porque es el que no divide y genera comunidad genuina. Articulando lo intelectual, lo emocional y lo motriz, “la mejor fórmula para dar la oportunidad de que se produzcan aprendizajes significativos”. Su gran preocupación hoy es la franja de edad entre 18 y 23, y a eso apunta su propuesta “año sabático”. Una especie de mapa rutero donde los jóvenes después de la escuela puedan conocerse a sí mismos, ver un horizonte que les apetezca, que les equilibre un poco “esa cancha que les dejamos tan embarrada, donde puedan encontrar su paisaje, como decía Atahualpa”, describe.
En Córdoba también, Abrakadabra Escuela Monte es parte de una red de “escuelas vivas” que une a proyectos en Argentina, Brasil y Uruguay. Todos ellos comparten esta relación estrecha y cotidiana con su entorno inmediato y sus posibilidades. En esa provincia también está Lumamba, una “posta de arraigo rural” que invita a convivir y hoy se enfoca en la educación alimentaria y productiva en el monte serrano. En Tigre, Buenos Aires, está Panambí, que se propone como un “espacio de aprendizaje verde en el Delta”. Ideado y sostenido por un par de madres para sus hijos e hijas, esperan poder continuar profundizando la propuesta y recibiendo visitas cuando el aislamiento obligatorio se termine. En San Luis existe desde hace unos años la comunidad Caranday, que invita a mudarse a quienes entiendan que el aprendizaje se produce de forma natural cuando personas de distintas generaciones comparten sus saberes o sus ganas de aprender y hacer. En Coronel Vidal, provincia de Buenos Aires, Quintaesencia Escuela de Sustentabilidad ofrece programas de aprendizaje para todas las edades basados en la permacultura, la producción sustentable y el trabajo colectivo.
Durante el último mes, por cortesía de la Fundación CIFREP en Chile (Fundación Internacional de los Niños para la Investigación, la Educación y la paz) y del Asilo nel´bosco en Italia, pude hacer su curso virtual “Educación viva en la naturaleza” (con más de 600 participantes de 15 países). Ambas organizaciones tienen sendos proyectos educativos: “Aprender en la naturaleza”, que funciona dentro del parque Mahuida de Santiago, y “Asilo nel´bosco”, en las cercanías de Roma. Entrevisté a Matías Knust, que fundó CIFREP luego de una experiencia en Noruega que lo dejó conmovido y le dio su más reciente propósito. “Pasé gran parte de mi infancia jugando afuera, en La Reina, una alcaldía que en esa época incentivaba los sitios comunitarios”, me cuenta desde la pantalla de Skype. Aunque estudió Sociología, empezó a involucrarse con una facultad de Educación y conocer distintos territorios de la escuela pública chilena. Como siguiendo su pasión infantil por los Lego, jugó también en un programa para adultos gerentes de empresas. Pero todo parece haber cobrado sentido cuando se postuló para una beca en Noruega y conoció y trabajó en las escuelas bosque, un movimiento originado en los países escandinavos en sintonía con sus expectativas socio-culturales de pasar el mayor tiempo posible en contacto con la naturaleza, en todas las etapas de la vida.
“Escuchá lo que decía Gabriela Mistral en 1922”, me sorprende Matías, y la cita: “¿Y las escuelas? Suelen tener las mejores y amplias salas, pero el patio no es nunca suficiente, pues un patio de escuela debería ser un campo. Es ingenuo querer sustituir la tierra con gimnasios escolares cerrados”. Claro, pienso, esa denuncia ya adelanta la transformación del concepto que la educación le asignará al “afuera”: el patio para el recreo, que se define como un espacio y tiempo donde no se aprende, donde sólo se juega o “se descargan energías” para luego volver a lo que de verdad importa. O, el afuera para la práctica de deportes regulados, en espacios reglamentados, para fomentar el equipo y la autodisciplina, eso que dio en llamarse la “educación física”.
En la escuela bosque noruega, Matías salía toda la semana. En zonas más urbanas, habitan la ciudad y los parques, llevando a la práctica lo que el pobre Tonucci repite como letanía hasta que alguien escuche. “El hábito se instala al hacerlo práctica diaria, y eso puede incluso llegar a modificar toda una cultura”, ensaya. “En la naturaleza tienes todos los sentidos atentos, estás más dispuesto. El desarrollo cerebral está muy ligado a lo corporal: el barro es el oro del bosque, dicen en las escuelas bosque alemanas. ¿Sabías que en griego aula significa al aire libre? Se potencia el desarrollo de la fantasía, la creación de historias, hay un desarrollo del lenguaje, de la escucha y una necesidad de comunicarnos para decidir itinerarios o prevenir riesgos. Además, como educador, cuando salgo al afuera debo interactuar con la comunidad, así que es estratégico también para los adultos”, se entusiasma. “Aprendí que para los escandinavos una buena infancia es una infancia en la naturaleza. En cambio, para nosotros los latinoamericanos pareciera que es adentro. Tenemos que construir ciudades biofílicas, perder esa fobia a ensuciarse, a arriesgarse y combatir con educación al aire libre esa otra pandemia que es la obesidad infantil“.
Le pregunto a Matías qué pasa, en general, con las escuelas bosque y la legislación. Me cuenta que de alguna forma en Chile pueden funcionar porque la educación obligatoria comienza a los 6 años. Pero eso parece estar a punto de cambiar, y por eso CIFREP está en contacto con académicos y parlamentarios para que una futura regulación no obstaculice el desarrollo de estas iniciativas al aire libre. En los países escandinavos y en Alemania los estados financian las escuelas bosque, y el movimiento es más reciente en Canadá, Estados Unidos, Australia o Japón. En Italia, me entero por sus colegas del Asilo nel´bosco, desde el mes pasado el Decreto Legislativo 65/2017 de la región del Lazio reconoció oficialmente a la educación en la naturaleza (educazione all’aperto) como parte del sistema público de enseñanza para la edad de 0 a 6 años en esa zona. Como una clara señal de incorporar definitivamente a la salud como parte integral de la educación, las autoridades prometieron también mejorar las comidas escolares, “incluyendo la utilización de materiales inocuos para el medio ambiente, la reducción del uso de plásticos y la utilización de productos de kilometraje cero”.
En este punto, sigue siendo importante resaltar cómo la propuesta de educar al aire libre implica un cambio de mirada con respecto a la enseñanza y al aprendizaje. Una mejora cualitativa integral. “No se trata solo de estar al aire libre, el niño debe ser el centro del aprendizaje. Uno como educador debe atender a sus preguntas y ayudarle a desarrollar sus propios proyectos. Dar vuelta la tortilla: es el maestro que tiene que mirar al niño. Además, se trata de respetar sus derecho humano a participar y ser escuchado”, subraya el fundador de CIFREP.
La arquitecta española Clara Eslava, participante de las conversaciones “ANIDAR: Arquitectura y Niñez” y coautora del libro “Territorios de la infancia” (Grao, 2005), remarca que “para la infancia los espacios se configuran de manera distinta que para los adultos. De ese modo, un escalón de un zaguán puede convertirse rápidamente en un espacio de juego para quien mira y vive el tránsito en la ciudad desde la identidad de la niñez, o desde la vejez, por ejemplo”. El diálogo se centró en la pregunta por los espacios de juego y los espacios de aprendizaje, sus posibles articulaciones a partir de pensar/intervenir en las ciudades y su papel en la crisis de un modelo que la pandemia pone en evidencia. “¿Qué significa dejar de oír los automóviles a toda hora y empezar a oír pájaros? ¿Qué preguntas/posibilidades abre? “El juego debe ser libre”, afirmó Clara. “Esto no significa que no pueda haber aprendizaje, sino que surge del juego, de la experiencia con la naturaleza. Y ese espacio de juego se caracteriza por la transformabilidad y la flexibilidad“.
En otra charla organizada por la Red Solare de Argentina, Clara propuso una nueva metáfora espacial de la escuela como árbol, utilizando el concepto de urflanze o planta primordial de Goethe y los estudios de la naturaleza de Paul Klee. “La pandemia podrá ramificarnos y alejarnos, pero de alguna manera hay que reencontrar por dónde nos llega a la savia común a todos, incluyendo las casas, que se han sumado al ecosistema, como nidos a los que el árbol da sustento”, explicó la arquitecta y paisajista española. “Hemos roto la escuela como cajones. Las raíces son aquellos que no se pueden exponer por la pandemia, y el resto del equipo educativo estará en las ramas. Y luego hay que hacer fuerte la red entre escuelas, algo que la política ha sabido destruir. Unas burbujas aisladas, con dinámicas productivas y de obediencia para una sociedad industrial y capitalista, sin tiempo libre para la reflexión, no es lo que espero de la escuela. Hasta ahora parece que nadie se ha preguntado si a lo mejor hay que ser menos productivo”, concluyó.
En España, la Asociación Nacional de Educación en la Naturaleza (EdNa) emitió en mayo pasado un manifiesto llamado “La naturaleza como contexto saludable y necesario para la educación”. Surgida en Galicia en 2015, trabaja en tres grandes áreas: criterios de calidad para las escuelas en la naturaleza, formación para profesionales con interés en desarrollarse en este ámbito y asesoramiento para proyectos emergentes. Además es socia de la Federación Internacional de Escuelas en el Bosque, miembro de la Children and Nature Network y embajadora de la infancia en el movimiento mundial “Children in Nature Worldwide hand in hand”. Entre sus directivas hay pedagogas, maestras, trabajadoras sociales, biólogas, profesoras de universidad, con décadas de experiencia en educación formal y no formal.
Impacto positivo de los espacios de aprendizaje al aire libre (Facultad de Diseño de la Universidad de Carolina del Norte, iniciativa Natural Learning Initiative):
. Apoya múltiples aspectos del desarrollo -intelectual, emocional, social, físico y espiritual
. Apoya la creatividad y resolución de problemas
. Aumenta la actividad física, mejora la nutrición, la motricidad y la visión
. Mejora las relaciones sociales y la autodisciplin
. Reduce el estrés
Descarga libre y gratuitamente la “Guía del niño y la naturaleza hasta los 6 años” en castellano, un regalo de la Fundación CIFREP con la colaboración de Granjaventura. Escrita en 2018 por el grupo Niño y Naturaleza de la Asociación de Experiencias y Educación en la Naturaleza de Suiza (ERBINAT). CIFREP también está armando colectivamente un mapa de experiencias educativas en la naturaleza en el mundo.
Accedé a él > https://cifrep.org/wp-content/uploads/2020/05/Guia-Educacion-y-Naturaleza-hasta-los-6-version-web-CIFREP.pdf