4.5.2008

Algunos viajes entre imágenes y paisajes


Publicado en la columna Tránsito de los Documentos de Arquitectura SCALAE: Autor Mario Roberto Alvarez

Quizá sea durante el ocio el tiempo en que nos dejamos ir a nosotros mismos, transcurriendo por las horas y los días; recurriendo a otros paisajes, quizá buscándonos, si es que es cierto, como escribe Montaigne, que «jamás estamos dentro de nosotros mismos, siempre más allá, en el temor, la esperanza o el recuerdo». Y como puede ocurrir en los viajes, en mis vacaciones a Córdoba, azarosamente conocí gente del lugar, que me llevó a esos sitios recónditos, que sólo ellos conocen y reservan como un preciado secreto, que de tanto en tanto comparten, hasta que la civilización los alcance; entonces, en un reducido grupo, cruzamos arroyos, trepamos rocas, y subiendo más y más, entre el verde exuberante de la montaña, llegamos a las ollas que la caída del agua forma en las laderas; agua cristalina, tibia, en las que podía nadar, sumergirme y volver a respirar al calor del sol, y secándome bajo una suave brisa, escuchar en el silencio, sólo el murmullo del agua fluir, caer y correr entre más agua, en un continuum de un paisaje que se podía vivir, contemplar y escuchar.

También hay otros lugares preciados durante el año, como el delta del Río de la Plata, donde remo entre el otoño y principios del verano, no tanto como la práctica de un deporte sino como una experiencia casi ritual del río, que primero miro, y luego voy en su corriente bajante, adentrándome en lo apacible del paisaje del Tigre: el murmullo de los remos en el agua, atravesando ese mundo de sombras plenas que huelen al barro del río; o de colores otoñales, con sol o llovizna; con polar y duvet, para no perderme la desnudez de los árboles en invierno, bajo ese color gris húmedo en que la niebla nos envuelve, apenas cruzar el Luján, entrando por el Gambado, un arroyo muy breve pero bellísimo. Y me pregunto porqué la adversativa, o más aún, porqué comenzar a escribir por la experiencia personal, azarosa y hasta irrelevante a los demás; quizá sea para preguntarnos acerca de las imágenes que nos constituyen, sabiendo que es nuestra mirada la que construye esa naturaleza en paisaje; mientras la experiencia, transformándonos, hace de ellas parte de un reservorio disponible en la propia producción creativa; quizá como Montaigne piensa la escritura del ensayo, una combinación sutil entre las experiencias de vida y de lectura.

Sin embargo, el tránsito de esas imágenes al propio dibujo en el papel, está atravesado por la construcción de la cultura de la que participamos; a su vez amenazado por la vertiginosa guerra de imágenes que se publicitan y consumen, desde los diversos mecanismos de la industria cultural, gravitatorios en el imaginario individual y colectivo. Así se convalida una arquitectura basada en el impacto visual y tecnológico, lejos del dominio de su propia técnica: la sensibilidad de la forma y los materiales, la experiencia sensorial y la condición de producir lugares para vivir, que nos brinden en la intimidad aquellas sensaciones que el paisaje sugerente nos despierta. La técnica como capacidad de construir una belleza, que en la realidad se aleja, pero en el mundo de la arquitectura, prevalece.

Si la arquitectura es un mundo sin tragedia, donde sólo mirar una ventana nos fuga hacia lo inalcanzable del deseo, donde la forma como artificio transforma esa materia que la naturaleza es, en una segunda naturaleza que nos constituye; porqué dejarnos fascinar por esa tecnología que se aleja cada vez más de la humanidad que somos; reproduciendo imágenes que a su vez serán producidas como valor de cambio y consumo, cerrando un circuito que se alimenta a sí mismo de la fascinación frente a una novedosa forma, opuesta a la reflexión.

Quizás, ante el consumo de las imágenes que se divulgan, sería necesario una actitud crítica que las asocie a los modos de producción que construyen la cultura; sin disociar arquitectura y experiencia de vida, visión que la modernidad inaugura, y que ciertas vanguardias del siglo veinte encarnizaron en sus emblemas de arte y vida; volver a pensarlas y recuperar cierto sentido de belleza que sólo la arquitectura posee bajo su condición de habitabilidad.

Será la arquitectura más difícil de enseñar, de hacer y de encontrar; como aquellos lugares que la naturaleza ofrece, insinuándonos, con alguno de todos los sentidos, el desciframiento de alguna verdad, o su deuda; aquella que nos impulsa en la búsqueda silenciosa de construir un mundo, tan humanamente artificial, donde lo bello prevalezca, sutil, como en la simple forma del teatro griego, que ante la tragedia humana, aún nos ofrece el inasible infinito del mar.

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