2.12.2019
Alegoría de la frontera y el límite
La actualidad neoliberal que nos ha tocado vivir dificulta como ninguna otra anterior el poder referir comportamientos, sucesos y actitudes a un horizonte estable, un marco concreto que sirva de articulador, de elemento de diálogo y fondo al análisis de una contemporaneidad difícilmente acotable, nada definida y de un rápido vaciamiento de contenidos, cuyo fin último parece no ser otro que la realización material de un mercado de la máxima escala cuantitativa.
Muro de Berlín | Fotografía de Oliver Reuther para la agencia Cordon Press
Los horizontes físicos y las pautas clásicas de comportamiento se han desvanecido en las últimas décadas del s. XX devaluándose como puntos de referencia en la dinámica clásica de los comportamientos culturales de occidente. Paradójicamente esa tan banalizada, por los medios, disolución cotidiana de la corporeidad del borde, del marco de referencia, es una de las pocas características que por ausencia define la época en que habitamos.
La referida disolución física del borde y del liminar geográfico alcanzó su concreción metafórica y su referente simbólico a través de la caída del muro de Berlín tal como lo ha descrito Francisco Jarauta.1 Pero además su caída sirvió como referente simbólico a una serie de desapariciones y fines largamente labrados en el pensamiento y el arte, durante todo el s. XX, aunque ya apuntadas desde el s. XIX, por parte de los estudios y teorías que han coincidido alegóricamente con el fin de calendario de bimilenio, entre ellas, La muerte de Dios anunciada por Friedrich W. Nietzsche, la del arte a manos de Marcel Duchamp y el criticable Fin de la Historia tal como la refirió Francis Fukuyama en compañía temporal del explícito Fin de las Ideologías apuntado por Daniel Bell.
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