27.5.2008
Una historia verdadera
Lo que voy a narrar a continuación es un hecho verídico, y me decidí a escribirlo a pedido de algunos amigos a los que les conté hace algunos días el episodio. Como esto acaeció hace más o menos un cuarto de siglo, puedo errar en algún detalle, pero supongo que hay testigos que avalarán el resto del relato.
Durante un receso en la actividad docente de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UBA, se llevaban a cabo, como era de práctica, los exámenes libres de Diseño Arquitectónico. Consistían en la resolución de un determinado proyecto en pocos días, a condición de que el mismo se realizara íntegramente en el aula, sin posibilidad de retirar las hojas que eran firmadas por los profesores y contaban con la vigilancia de un bedel especialmente designado.
Me tocó integrar una mesa examinadora de Diseño 3 junto con los arquitectos Ricardo Kiguel y Adolfo (Choli) Zani. No recuerdo con exactitud la cantidad de estudiantes que participaban de la prueba, que era tradicionalmente difícil de superar, no sólo por las exigencias que implica demostrar en un solo trabajo la formación que se adquiere en un año lectivo, sino por tratarse del curso que se ubica en la mitad de la carrera, entre la etapa de iniciación y la de maduración. A la distancia, estimo que eran entre 10 y 15 los que se animaron a presentarse al examen.
Cuando comenzamos a evaluar los proyectos terminados, no había demasiadas dudas acerca de aquellos que no alcanzaban el nivel de resolución y creatividad exigibles, que eran la mayoría.
Sin embargo, un trabajo nos llamó la atención por las cualidades que exhibía y decidimos observarlo con detenimiento. Ese alumno, pensamos, estaba cerca de aprobar y con buena nota. Pero fue Ricardo Kiguel el primero en advertir que había «dos manos distintas» en las láminas que integraban la presentación del proyecto. Era verdad, se notaba que las plantas, vistas y cortes tenían una cierta expresión y que las perspectivas mostraban otra fisonomía.
Entonces, ante la posibilidad cierta de un fraude a las reglas del examen libre (porque para contar con ayuda el estudiante debería haber sacado del aula varias láminas para hacerse dibujar las perspectivas), decidimos hacer llamar al alumno para que se presentara ante el tribunal examinador. Y lo citamos para un lunes a las 9 de la mañana.
Desde un rato antes, Ricardo, Choli y yo estábamos reunidos con las hojas a la vista, a las que habíamos agregado varias láminas en blanco para poner a prueba al susodicho. Alrededor de las 9 escuchamos golpear la puerta del aula, y cuando acudí a abrir vi a un joven alto con el brazo derecho enyesado desde el hombro hasta la muñeca.
Cuando llegué a este punto de la historia, los amigos se miraron sonrientes y con gestos significativos que revelaban la admiración por el ingenio del estudiante de marras. Fue Ricardo Kiguel quien le explicó la razón de nuestra llamada, la notoria diferencia entre las láminas de su entrega y la necesidad de probar su autoría, cosa que evidentemente no se podría materializar por su brazo enyesado.
Para nuestra sorpresa, el joven dijo con desenvoltura: «No hay ningún problema, yo soy zurdo». A continuación tomó un lápiz blando en su mano izquierda y nos apabulló con diversas perspectivas que mostraban aspectos parciales de su proyecto.
Fue entonces que comprendimos el porqué del equívoco y la razón de ser de nuestras presunciones: por su condición de zurdo, tenía dificultades para el dibujo lineal porque en aquel entonces se trazaban los planos con regla T y escuadras, herramienta la primera que en algunos casos estaba diseñada sólo para diestros. Aquel era el motivo que diferenciaba notoriamente planos y perspectivas.
No hace falta que explique el cambio operado en el rostro de mis contertulios ni la sorpresa que mostraban sus miradas.Sin moraleja
Por alguna razón que se me escapa nunca registramos el nombre de ese muchacho zurdo que nos había dado una lección acerca de los prejuicios. Sería para mí muy gratificante, si leyera estas líneas, conocer su itinerario de vida, si se graduó y, en ese caso, cómo le ha ido en su trayectoria.
No es del caso -me parece- pretender elaborar moralejas en torno de ese episodio que estuvo muchos años sin revelarse en la memoria de quienes fuimos testigos del mismo. Pero no cabe duda que es un mentís a aquella sentencia maliciosa que dice «piensa mal y acertarás».