4.5.2009
Un señor llamado Sergio Fajardo
En cumplimiento de objetivos primarios, la Sociedad Central de Arquitectos patrocina en su sede la realización de mesas redondas, debates, conferencias y presentaciones. Por eso, habituados a esa suerte de rutina en la que hay -obviamente- puntos altos y otros no tanto, muchos colegas no valoran en su justo nivel la calidad y variedad de las disertaciones que tienen lugar en ese áspero auditorio de ladrillos a la vista.
Como es imposible en Buenos Aires, con la vasta oferta de reuniones culturales que hay el mismo día y a la misma hora, comprometerse para una reunión determinada, quiero poner el acento en una conferencia a la que acudí por razones que después aclararé y que muchos colegas deberían haber escuchado.
Dos jóvenes arquitectos colombianos, de 28 y 29 años respectivamente, iban a exponer acerca de un plan arquitectónico-urbano en el que colaboraron en su ciudad, Medellín, que fue oportunamente rotulado con el nombre de «Medellín, la más educada». El mentor de este emprendimiento, cuyos efectos alcancé a conocer en parte hace varios años, fue el alcalde de esa ciudad, Sergio Fajardo. Y de aquella experiencia hablaba mientras tomábamos café con Alberto Gorbatt, cuando el presidente de la SCA, Daniel Silberfaden, nos presentó a los expositores.
Pasamos, pues, a la sala auditorio y dio comienzo el acto. La disertación de los arquitectos Juan Sebastián Bustamante Fernández y Natalia Castaño Cárdenas resultó muy precisa e interesante, el público la escuchó con atención y sorprendido, estoy seguro, por lo que veía y por los datos y cifras que recibía, de los que quizá uno de los más impactantes se refiere al descenso en la cifra de criminalidad en el territorio de Medellín, una ciudad conocida durante muchos años por el cartel de la droga y por ser la sede de uno de sus máximos líderes (Pablo Escobar). El número de crímenes cometidos por cada 100.000 habitantes descendió de más de 300 a 26, es decir, en una proporción asombrosa en pocos años.
Y lo llamativo es que tal cambio se produjo en gran medida mediante la aplicación de procedimientos urbanos y arquitectónicos: mejoras en las comunicaciones y en los medios de acceso a los barrios marginales, en su vinculación con la trama de la ciudad, en la construcción de bibliotecas y centros juveniles, en la inversión de importantes sumas de dinero en las áreas más pobres.
Arquitectura y sociedad
Algunos de los lectores de esta columna saben que uno de los más célebres arquitectos de Medellín, Laureano Forero, es mi amigo y fuimos socios en la realización de un proyecto construido en Rosario. Hace algunos años, con motivo de un viaje que hice con mi esposa a Panamá, aprovechamos la ocasión para pasar unos días en Medellín, en la casa del Nano Forero.
Pudimos experimentar entonces el proceso vivido en esa ciudad a partir de la llegada de Fajardo a la alcaidía y vimos algunas obras de Forero en barriadas bravas, como el Centro de Aranjuez. Y viajamos en el Metro, una obra que luce como el eje del desarrollo del Plan, y subimos en el Cable al barrio de Santo Domingo, otro vecindario bravío situado a unos 800 metros de altura con respecto al centro de la ciudad.
De Santo Domingo y Aranjuez puedo contar dos episodios que ayudarán a entender los alcances de esas obras.
Cuando llegamos a la última estación del funicular, y mientras el matrimonio Forero y mi esposa empezaban a pasear por la calle principal de lo que fue hasta hace poco otro escenario, me quedé sacando fotografías desde la parada del cable. Entonces, un anciano se acercó y me comentó que apenas un año atrás yo no estaría haciendo eso, primero porque seguramente ya no tendría la cámara y segundo porque quizá ya no estaría con vida.
Al terminar mi recorrido por el Centro de Aranjuez, estupenda obra de Forero, bajábamos en un ascensor y le pregunté al ordenanza que nos guiaba cuánto hacía que ese conjunto se había edificado. Cuando me lo dijo le pregunté ¿tantos años y no hay una rayadura en el ascensor?, a lo que me respondió con un gesto de asombro ante un pregunta estúpida: ¿cómo lo van a rayar, si es de ellos?
Un episodio similar hubo en el Bronx neoyorquino cuando se le preguntó al arquitecto Mario Gandelsonas si no era riesgosa una fachada de cristal para un centro juvenil de ese vecindario. «Al primero que rompa un vidrio, lo fajan sus propios compañeros». Al escuchar esto uno evoca los ascensores de la Facultad de Arquitectura y se ruboriza avergonzado.
También debe avergonzarnos observar la atención puesta en el proyecto y construcción de bibliotecas, un tema que aparece publicado en España todos los meses, y se lo ve en los EE.UU. con frecuencia, pero entre nosotros ha desaparecido del repertorio.
Por cierto que sería ingenuo pensar que con buena arquitectura se resolverán temas tan graves como los de la exclusión y sus consecuencias. Pero también es cierto que cuando se pone el acento en la aplicación de recursos y talento en la resolución de esas cuestiones, las respuestas positivas empiezan a verse.
Hay que agradecer, pues, al señor Sergio Fajardo y a su talentoso equipo de colaboradores porque nos alienta saber que en América latina hay ejemplos concretos a seguir.