13.4.2009

Sobre Claudio Caveri

Hace casi un año y medio que vivo a dos cuadras de una de las obras que más me impactaron dentro de la producción contemporánea de nuestra arquitectura. Se trata de un conjunto edilicio que, a más de medio siglo de su construcción, conserva una lozanía y una majestad que no son comunes en edificios de ese tiempo: la iglesia de Nuestra Señora de Fátima, ubicada sobre la avenida del Libertador, en Martínez.

Nuestra Señora de FátimaPara información de los jóvenes, que quizá no han oído todavía hablar de esta notable pieza arquitectónica, sus autores son los arquitectos Claudio Caveri y Eduardo Ellis, que por entonces formaban una sociedad que más tarde se disolvió.
A Eduardo lo he visto y lo veo con cierta frecuencia, pero con Caveri me pasó algo que sospecho le acontece a muchos colegas. Si se tiene en cuenta que poco después de terminada la iglesia de Fátima, Caveri fundó la Comunidad Tierra -esto era en 1958- uno podía suponer que ese personaje, fuertemente influido por el pensamiento de Teilhard de Chardin, sería ahora un hombre de edad muy avanzada o, como más de uno lo pensó, había fallecido. Lo que resulta válido aclarar ahora, es que cuando CC puso en marcha aquella idea para muchos utópica (Comunidad Tierra) tenía tan sólo 30 años.
Por eso, cuando tuve la satisfacción personal e intelectual de encontrarlo en una jornada referida a temas arquitectónicos y urbanos, primero me sorprendí y más tarde me alegré al verlo con el mismo dinamismo y sentido del humor, con igual brío y pasión. Ahora, después de leer algunos de sus trabajos teóricos en un sitio de curioso título (cremortártaro), creí válido traer su figura a un plano destacado y -si fuera necesario- provocar en los jóvenes estudiantes y colegas el interés por conocer su pensamiento y sus obras. Sin juicios de valor a priori.

Dos escritos ilustrados
El ocio y el silencio, que es uno de los rasgos más envidiables de Colonia del Sacramento, me permitieron encontrar y leer dos trabajos firmados por CC.
Ambos ensayos están fechados el 4 de abril, pero a pesar de mi ignorancia en temas de «navegación», creo que hay uno anterior («Crisis del Poder y la Arquitectura como Espejo») y otro todavía más reciente: «La desconstrucción (sic) como juego rebelde contra lo antiguo».
Los dos trabajos son relativamente largos, lo que no me permite realizar una reseña en el espacio del que dispongo, y están ilustrados con una técnica de collage, en la que a veces se incluyen leyendas alusivas.
Cómodamente ubicado en una reposera, casi siempre al sol, me lo pasé subrayando párrafos, marcando con flechas, señales o signos de admiración y de pregunta, por el acuerdo o el rechazo a determinadas afirmaciones.
Caveri es un maestro, en el más amplio y extenso sentido del término, por eso parece haber un exceso de citas para alguien que se muestra pletórico de reflexiones propias. De convicciones e interrogantes, de una sólida madurez, para decirlo en una palabra (o dos).
Hay algunas definiciones que rezuman el ingenio y la sapiencia de alguien que puede condensar en pocas palabras pensamientos que, en otros autores, cubren numerosas páginas. Como suele ocurrir, en el marasmo de hojas que se formó con las 29 carillas impresas de Caveri, no encuentro los fragmentos que había marcado. Trataré de reproducir lo mejor posible: cuando habla de la «desconstrucción», como decidió denominar a este movimiento, dice que los desconstructivistas le recuerdan a esos jóvenes rebeldes, opuestos al establishment y a todo en general, que sin embargo siguen viviendo y alimentándose en la casa de los padres. Magistral.
Aunque empieza con Hegel, pasando no obstante por Parménides y otros griegos y romanos, aunque no sé por qué alude al pensamiento «semito-cristiano» en lugar de nombrarlo como es: judeo-cristiano, Caveri llega a la más caliente actualidad. Y habla de la juventud marginal sumida en el paco y el hambre de tener, y llega a «hoy el quiebre de la timba financiera».
Casi siempre asoma su arista polémica y controversial, y exclama «Basta de arquitectos diseñadores que desde su mesa de dibujo hacen modelos para repetir y que nunca bajaron a ayudar la autoconstrucción, donde el proyecto surge del diálogo con el futuro habitante de la vivienda. Basta de fachadas neoliberales en los countries, pero basta también de esos juegos desconstructivos de los que se creen progresistas».
Entre las citas y referencias, que reitero pueden ser sobreabundantes, hay una al comienzo del segundo ensayo que fue extraída de Ornamento y delito, de Adolf Loos, y dice: «La sociedad no tiene necesidad de arquitectura sino de viviendas, que mientras falten viviendas será inmoral gastar dinero transformando las viviendas en arquitectura, porque si no sirve a las necesidades prácticas es inmoral y si las sirve no es arte». Caveri refuta esta sentencia, pero prefiero dejar mi comentario para otro artículo, sobre todo al pensar que acaba de cumplirse un siglo de su formulación por parte de un tipo singularmente duro y lúcido.
Y aquí termino, agradeciendo a Claudio Caveri por las obras, las iniciativas y las cavilaciones, que siguen dando motivo para el debate y el acuerdo, y por incentivar ese ejercicio tan devaluado en nuestras universidades, que es el de pensar.

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