20.8.2009
Las dos caras de una moneda diversa
Por fortuna, son muchas -acaso demasiadas- las muestras que se inauguran con la fotografía como protagonista. Pero en esta ocasión me voy a referir a dos de ellas, con una de las cuales me siento incuestionablemente ligado, porque las imágenes que se exhiben en Restó, Sociedad Central de Arquitectos fueron captadas por mi hija mayor, Gabriela Grossman.
Y por encima de parentescos o supuestas parcialidades (que como se verá más adelante, no existen, por lo menos de manera consciente), me parece una buena oportunidad para reflexionar a propósito de las escalas de valores que hoy maneja la crítica, o algunos comentaristas que exhiben la credencial de críticos.
Las dos exposiciones a las que aludiré -y que en el título designo como dos caras de una moneda diversa- son la ya mencionada de la SCA y la que se muestra en las hermosas salas de PROA con el equívoco título de «Espacios urbanos». Utilizo el calificativo porque sólo algunas de las imágenes tienen relación con lo urbano, dicho esto por respeto a la raíz semántica de esa palabra.
La noche en la que se presentó el número 100 de la revista Summa+ en esos sugerentes espacios de la fundación boquense, muchos arquitectos tuvieron la posibilidad de observar un conjunto de fotos de gran tamaño (algunas de dimensiones inéditas para este tipo de muestras) y de características técnicas igualmente excepcionales.
Recuerdo la expresión de Mario Roberto Álvarez cuando se detuvo ante la imagen de la sala Martín Coronado, uno de los registros de la fotógrafa alemana Candida Höffer, impactado por la fidelidad con la que estaban captados todos y cada uno de los detalles de ese espacio tan singular en la producción de nuestro colega decano.
Eso sí, hay que reconocer también que en todas las fotografías de la Höffer se equiparaba la perfección técnica con una tan gélida frialdad que no producía en los espectadores la más mínima reacción emocional. Y lo mismo acontecía, salvo unas pocas excepciones, con las obras de los cuatro colegas que completan una secuencia peculiar por los dos rasgos ya citados más arriba: las medidas de las piezas expuestas y la infrecuente fidelidad de las tomas registradas por Andreas Gursky, Axel Hütte, Thomas Ruff y Thomas Struth.
Acaso sean una muestra arquetípica de este estilo fotográfico, por lo menos para nosotros los arquitectos, los espacios interiores captados por Candida Höffer. Con una profundidad de campo casi milagrosa en fotografías tomadas con luz artificial y ampliadas en las enormes dimensiones de las copias que se exponen, todas y cada una de las salas (entre las que se cuentan los salones dorados de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires y del ex edificio de La Prensa, hoy Casa de la Cultura) se muestran como parte de un relevamiento formal.
No hay una sombra ni una luz que intenten mostrar una pizca de magia o una intención expresiva. Y está claro que esa es una decisión de la autora (una conducta aséptica que está en la base conceptual de los cinco expositores), lo que no significa que los que estamos de este lado de las imágenes nos conformemos con esa postura racional y contenida.
Paso ahora al otro extremo de este par: las fotografías de la serie que GG tituló «Puertas olvidadas» componen una secuencia registrada en varios viajes a Salta y Jujuy, en los que la autora se vio sensibilizada por el misterio que emanaba de muchos vanos y puertas con los rasgos más opuestos y disímiles. Un candado o una manilla, un postigo o una reja sugerían sendas tomas y una serie de conjeturas en la mente de la fotógrafa -no profesional- que se ven correspondidas en los ojos de los observadores.
Está claro que faltan en Gabriela el dominio y la destreza, el equipo tecnológico que hoy debe manejar un experto. Este es uno de los contrastes que me permite trazar dialécticamente la coincidencia con la exposición de PROA, y uno añora la posibilidad de que se pudiera amalgamar la pulcritud técnica de los alemanes con una sensibilidad emocional -a pesar de los años uno sigue siendo romántico y aspira a recibir de las obras de arte algo más que perfección formal- que le aporte al espectador ese momento de elevación espiritual que tanto nos hace falta.
Ya tuve una experiencia parecida en mi respetuosa pero frustrante recorrida por la gran muestra de Marcel Duchamp en las mismas salas de la Boca. Y creo que sería provechosa una controversia en torno de los efectos que tienen algunos planteos de las artes plásticas sobre la cultura del siglo XXI. Ni tanto ni tan poco.