23.8.2009

Instantáneas de un viaje reciente

Se sabe que la crónica de viajes es un género literario que tuvo brillantes cultores, de modo que estas líneas no pretenden sino registrar algunas impresiones grabadas en mi memoria en una reciente visita a Italia durante la cual estuve 10 días en Roma y 5 en Venecia.
Sería ocioso hablar de lo que Roma exhibe como joyas patrimoniales, pero debo subrayar la conmoción que produjo en mis sentidos y mi espíritu la visión de ese mágico espacio que es el recinto circular del Panteon (que escribo sin tilde porque los romanos lo pronuncian Pánteon). No puedo precisar cuánto tiempo permanecí estático primero y caminando al azar después, mirando hacia lo alto por el efecto hipnótico que tiene el óculo central y el rayo solar que entraba ese día a través de él.
Saqué muchas fotos, pero era visible que el gentío que circulaba por ese ámbito en su origen destinado a homenajear a los dioses (así, en plural) vivía un momento peculiar bajo los efectos de aquello que puede llamarse «el grado cero de la arquitectura». El milagro abstracto de una experiencia espacial sin adjetivaciones, pura y palpable.
Para un profesional, el Panteon tiene valores adicionales a éste que intento vanamente describir, y éstos se refieren al alarde constructivo y estructural de una obra que ya llega a los dos milenios de existencia casi sin cambios. A una semiesfera de mampostería que tiene 47 metros de diámetro con un círculo vacío en el centro, de unos 9 metros, sin refuerzo ni armadura alguna.Pero los amigos me consultan acerca de obras más actuales, de ejemplos de arquitectura contemporánea. Y para responder en pocas palabras me voy a referir a algunos casos que juzgo valiosos.
Uno es el Parco della Musica, el conjunto diseñado por Renzo Piano en el que revela una vez más su sapiencia y su madura creatividad. Se trata de 3 volúmenes de planta ovoidal con sendas cúpulas cubiertas con planchas de plomo, unidos por una amplia galería que cumple funciones de foyer, mientras vincula las partes del complejo y posibilita temas afines tales como tiendas, cafetería, locales anexos y sanitarios. Puede parecer minimalista, pero es de una gran riqueza la combinación de las láminas de plomo de las cubiertas con el basamento de ladrillos y travertino. Son tres cajas armónicas posadas sobre una plataforma terracota.
Como dato singular destaco que en el curso de la obra aparecieron restos de una implantación urbana, los que se dejaron a la vista, se registraron en una maqueta expuesta en uno de los foyers, y quedaron cubiertos en parte por la construcción de una de las salas del conjunto.
Es notable el uso intenso que tiene esta obra, la numerosa asistencia que se ve todos los días y el éxito que conquistó en el público romano, tradicionalmente tan aficionado a la música.

Hay dos producciones de Richard Meier que sirven para evaluar la creatividad del ex Five Architects en un medio tan comprometido como es el paisaje urbano de Roma. Ambos proyectos fueron realizados con poca diferencia (Ara-Pacis en 1995 y la Iglesia de Dios Padre en 1997) pero se terminó primero la iglesia -en 2002- y más tarde la obra a orillas del Tíber, en 2006.
Por su localización céntrica, accedí primero al complejo museístico del Ara Pacis, que está cerca de la Piazza Spagna y al que se llega caminando hacia la margen del Tíber. El objetivo era proteger un antiguo monumento romano, que algunos fechan en el año 9 antes de Cristo, del deterioro sufrido durante tantos siglos a la intemperie. El Ara Pacis es un prisma penetrable revestido en mármol con relieves tallados, al que se puede ingresar luego de subir una escalinata.
La pieza milenaria está rodeada por una estructura de hormigón y cristal que la enmarca con armoniosa veneración, conjugando el lenguaje contemporáneo que maneja con destreza Meier al tiempo que muestra un rostro severo y sobrio en su implantación a orillas del río, muy cercano a la clásica fachada de la iglesia de San Rocco.

Fue mucho más difícil llegar a la segunda creación de Meier en Roma, la Chiesa di Dio Padre Misericordioso. La zona se llama Tor Tre Teste y es un lugar periférico rodeado de edificios de viviendas colectivas de diseño mediocre. En ese marco, la iglesia de Meier se destaca por sus formas y asume un papel monumental pese a sus discretas dimensiones. En una propuesta asimétrica, tres grandes superficies convexas marcan el costado izquierdo de la nave en tanto el lado derecho es un plano recto y continuo. La luz penetra por amplias áreas de cristal y crea un efecto espacial cambiante con el paso de las horas y deslumbrante por momentos.
Me dio la impresión de una dosis de sobrediseño.
Cuando le comenté al taxista las críticas que algunos expresaban por la distracción de los fieles, que miraban al cielo mientras el párroco decía la misa, el chofer me dio un argumento muy ingenioso: «tal vez sea mejor que la gente se conecte con Dios sin intermediarios».

Dejo para otro momento las impresiones venecianas.

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