9.3.2009

Ese muchacho Frank

La frase, que me pareció llena de cariño y admiración, la pronunció uno de los oradores en la inauguración de dos muestras que se exhiben en el MARQ y que incluyen la que rotularon "Frank Lloyd Wright: dibujos y maquetas" con un subtítulo que reza Dibujos del Portfolio Wasmuth (1910), colección Arq. Ricardo Rosso.

Frank Lloyd WrightLa otra exposición, Arquitectura del Paisaje, tiene poemas y dibujos de Horacio Sardin y una instalación paisajística de Cristina Le Mehauté y Guillermo Partiño. Este último fue quien, al referirse al vecino que exhibía bajo el mismo techo, aludió a «ese muchacho Frank» y rompió de ese modo cordial un enjambre de equívocos, prejuicios e ignorancias que distancian a los jóvenes arquitectos y estudiantes de quien fue, desde los inicios del siglo XX hasta casi los finales del mismo, el modelo vivo que irradiaba un modo de concebir y realizar arquitectura.
Ese personaje enorme y casi inasible, difuminado en las neblinas de la leyenda, se llama Frank Lloyd Wright, y es gracias a la carpeta que Ricardo Rosso ha conservado intacta y a la obstinada y sapiente tarea de Juan
Manuel Boggio Videla como impulsor y curador de la exposición, en la que muchos -ojalá que sean muchísimos- visitantes podrán ponderar los valores, las habilidades, las destrezas y la vasta creatividad que se percibe en cada una de las láminas que integran la muestra. Además, claro está, de lo que muestran las maquetas realizadas en el taller de la FADU que dirige el arquitecto Jaime Grinberg.

Volver a vivir

Para los que habitamos una facultad en la que -antes de que se discutiera en términos políticos o ideológicos- el tema de debate pasaba por el enfrentamiento entre los racionalistas (que enarbolaban las banderas de Le Corbusier y Mies van der Rohe) y los organicistas (que veneraban a Wright y Alvar Aalto), recorrer estos paneles equivale a una sensación de «volver a vivir». En un momento dado, la visita del genial e histriónico Bruno Zevi volcó la balanza a favor de la arquitectura orgánica y enriqueció el nivel de las controversias con un soporte teórico más consistente.
Eran los años en los que se terminaba la sede neoyorquina del Guggenheim en la 5ª. Avenida, con los ecos que aquella obra singular provocaría entre la crítica y los habitantes de la ciudad de los rascacielos.
Ahora, los que recorríamos la muestra el viernes, nos mirábamos con un gesto cómplice que musitaba algo así como «ahora van a ver los muchachos que se pudieron crear espacios cautivantes y novísimos sin necesidad de computadoras», o como me señaló Iglesias Moli con énfasis, mostrando un corte perspectivado: ¡esto es a mano alzada!.
Está claro que, por encima de enfoques nostálgicos (a los que no me sumo en modo alguno) lo que se admira cada vez que uno regresa a esta iconografía wrightiana, es el sabio manejo de las relaciones interior-exterior, la riqueza expresiva de los espacios y la limpieza de las soluciones constructivas.
Sin hablar del diestro y riguroso tratamiento del paisajismo en el contorno de las masas edificadas.
Hace justo un siglo, en 1909, se terminaba la Robie House, una pieza de arquitectura ineludible para ilustrar los puntos liminares del lenguaje contemporáneo. En un terreno muy estrecho sobre una esquina, ese muchacho Wright logra diseñar una vivienda que todavía hoy, cien años más tarde, asombra a todos los que la visitan, que se mudarían allí de inmediato. Porque a diferencia de otras casas modernas, gratas a la vista y muy fotogénicas, pero no tan vivibles, la Robie es acogedora y cálida, íntima y generosa en vistas hacia y desde el exterior. El doctor Robie, su propietario, que vivió en esa casa durante muchos años lamentó, en un texto inolvidable, su partida de aquel hogar cuando tuvo que hacerlo por razones familiares.
Un año más tarde, Wright viajó a Europa e hizo una exposición de sus obras en Berlín, lo que provocó expresiones admirativas poco frecuentes en ese continente cuando el destinatario, como en este caso, era un norteamericano joven (tenía poco más de 40 años). Uno de los más entusiastas panegiristas de la producción exhibida fue Ludwig Mies van der Rohe, quien tuvo frases muy ponderativas para Wright, algunas de las cuales citó Boggio Videla en su discurso de la presentación.
Pues bien, el contenido de esa Exposición de Berlín fue recogido y editado en 1910 en una carpeta que se conoció como el , documento que en versión facsimilar guarda celosamente el arquitecto Ricardo Rosso.
Ese material es el que se exhibe en el primer piso del Marq, mientras en la planta baja hay una ingeniosa gráfica que ilustra la larga trayectoria del maestro, más de setenta años de trabajo ininterrumpido, además de un video que reproduce momentos de su vida y su producción.
Voy a parecer un tanto reiterativo, pero creo que no puede dejar de concurrir al Marq nadie que se interese por la arquitectura contemporánea, para ubicarse en el continuum histórico que nace en los finales del siglo XIX en Chicago y que hizo cumbre con la labor de ese muchacho Frank.

Portfolio Wasmuth

Para poder subir obras es necesario acceder con una cuenta ARQA

Para poder solicitar la creación de un grupo es necesario acceder con una cuenta ARQA

Para poder guardar en favoritos es necesario acceder con una cuenta ARQA

Para poder valorar obras es necesario acceder con una cuenta ARQA

Para poder agregar a este usuario a tu red de contactos es necesario que acceder con una cuenta ARQA

Para poder enviarle un mensaje a este usuario es necesario que acceder con una cuenta ARQA

Ir a la barra de herramientas