9.12.2008

En torno del Palacio Ferreyra

Algunos representantes de la crítica -dicho el término en general, habida cuenta de que son muchos los críticos que abordan del mismo modo a la plástica, el patrimonio o la arquitectura- carecen de una cualidad que resulta muy pertinente en casos como el que hoy abordamos.

Palacio FerreyraYa hubo en Buenos Aires episodios que pasaron a un piadoso olvido, pero que vale la pena evocar para que se entienda a qué me refiero. Uno difícil de no mencionar es el que se refiere al Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA), también conocido como la Colección Costantini.
Los distinguidos vecinos del Barrio Parque elevaron sus voces, e incluso llegaron a realizar un abrazo simbólico del predio donde iba a levantarse la obra, con un argumento imposible de verificar: el impacto ambiental que ese edificio, cuyo proyecto se originó en un certamen internacional, iría a provocar en un vecindario caracterizado por la serenidad de sus calles.
El museo se abrió, se convirtió en un centro cultural de calidad internacional, y es hoy un motivo de orgullo para esos mismos vecinos, que asisten con regularidad a la cafetería restaurante y a las inauguraciones de muestras o a los ciclos de conferencias. Pero nadie emitió una palabra de arrepentimiento con relación a aquellas expresiones despectivas y quejosas.

Algo muy similar aconteció cuando se emprendió la construcción del complejo del Hotel Hyatt en los fondos del Palacio Duhau, un edificio que resultaría invisible desde la avenida Alvear (cualquiera lo verificaba en un corte, por el fuerte desnivel descendente entre esa avenida y la calle Posadas). Otro argumento tenía que ver con aquella ambigua y nunca demostrada calificación de «impacto ambiental». Hoy, que se ven muchos habitantes del entorno en la galería de arte que atraviesa la manzana desde Posadas hasta el Palacio, y que se los suele encontrar almorzando en la terraza que mira a los jardines interiores, nadie recuerda las airadas cartas de lectores ni las notas críticas publicadas para juzgar negativamente el proyecto del Estudio Peralta Ramos.

Esta introducción acaso extensa (aunque la comprimí al máximo, porque hay más ejemplos del mismo tenor), viene al caso al analizar lo que se dijo y se escribió con relación a la remodelación del Palacio Ferreyra, de Córdoba, y su transformación en el Museo que es hoy, del que más que nada me sorprendió su nombre, ya que no entiendo qué vincula al contenido de la espléndida obra inaugurada hace un año con la evocación de Evita, tal el rótulo que ostenta.
Por muy diversas razones, entre las cuales no están ausentes el resentimiento y la envidia, hubo una fuerte campaña de correos electrónicos, cartas de lectores, notas críticas en los más importantes diarios, para descalificar y llevar al cadalso al proyecto y a sus autores, el estudio de los arquitectos Gramática, Morini, Guerrero y Urtubey.
Recuerdo que uno de los miembros de ese equipo me llamó desde Córdoba para manifestar su preocupación por algunos injustos comentarios y afirmar el respeto con el que trataron a la obra original, más allá de las reformas que inevitablemente había que hacer para encarar un profundo cambio de programa de necesidades. Yo no podía viajar a la capital cordobesa por falta de tiempo y complicaciones propias de mis tareas. Pero por eso mismo me abstuve de opinar, con la confianza que me inspiraba la calidad de un equipo de colegas que dio sobradas pruebas de su idoneidad y creatividad. Sabía, porque era obvio, que las intervenciones a efectuar en el edificio conjugarían el lenguaje contemporáneo, sin imitaciones ni nostalgias.
Ahora, que hace unas semanas tuve ocasión de visitar el museo que acababa de cumplir su primer año de existencia, confirmé la injusticia de aquellas críticas, la exageración que contenían los comentarios publicados, y una vez más comprobé lo difícil que es para muchos reconocer su error y decirlo, para evitar que quede registrado solamente el semblante negativo, a pesar de que esos juicios pasaron a ser ahora más neutrales e, incluso, ponderativos.
Lo más importante en el trabajo de los arquitectos cordobeses es la pericia que demostraron para conservar y exaltar la dignidad de un edificio tan asimilado en el paisaje urbano de esa ciudad. Y a la vez, cómo se puso de relieve la sapiencia del grupo para obtener en el recorrido interior los mejores logros en cuanto a la escala y las perspectivas cambiantes, para regocijo de los amantes del arte y de la buena arquitectura.
Puede ser que algunos detalles, como el piso de vidrio en el interior del vestíbulo (no el del pórtico, que deja ver los escalones semicirculares del antiguo acceso), parezcan un tanto gratuitos o incluso frívolos, pero se trata de un rasgo que caracteriza a buena parte de la producción museística de los últimos años. A mi modo de ver, el balance general de una visita de varias horas, es por demás positivo y placentero.
La ciudad de Córdoba ha añadido a una larga serie de buenas piezas de noble arquitectura, esta intervención en el Palacio Ferreyra, y creo que es un acto de justicia de mi parte, decirlo y afirmarlo para ratificar lo que supe a poco de regresar a Buenos Aires, que se había concedido uno de los premios que otorga la Sociedad Central de Arquitectos (SCA) y el Consejo Profesional de Arquitectura y Urbanismo (CPAU) al proyecto de los arquitectos Gramática, Morini, Guerrero y Urtubey, decisión que por supuesto comparto.

Y quedo a la espera de algunas retractaciones.

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