22.5.2008

Creatividad y rigor

Durante muchos años se consolidó la idea que establecía una suerte de oposición dialéctica entre arquitectura e ingeniería y, como consecuencia de esta polaridad (falsa por donde se la mire), se instituyó un prejuicio acerca de la enemistad entre arquitectos e ingenieros.

Que es tan falaz como la idea que mencionamos al comienzo, ya que hubo entre nosotros ejemplos brillantes -no muchos, es cierto- de sociedades exitosas formadas a la par por arquitectos e ingenieros. En este momento recuerdo el caso de Dujovne y Faigón, y el del ingeniero Delpini con los arquitectos Sulcic y Bes.
En tiempos más recientes se observa como un hecho natural, y casi diría necesario, el de la condición complementaria de las dos disciplinas. Hay incluso la imagen del ingeniero al lado del diseñador industrial, siempre y cuando éste no haya recibido una formación tal que lo habilite para dominar los interrogantes que surgen mientras se traza un diseño.
No hace mucho, en el curso de una entrevista con la cronista Anatxu Zabalbeascoa (para Babelia, del diario español El País), su coterráneo, el arquitecto Jesús Susperregui, le dijo con esa virtud de síntesis y contundencia tan propia de los vascos:
«Creo que los tiempos en que un arquitecto hacía de director de orquesta han pasado. Hoy la autoría de un proyecto es compartida y el arquitecto plenipotenciario está en extinción».

Susperregui, que tiene poco más de 46 años, pilotea desde hace 10 años una empresa con sede en Madrid (sin nombres de arquitectos en el rótulo, sino cuatro letras, ACXT) a la que le pusieron como nombre las primeras cuatro letras que estaban libres en el registro. Esta oficina, a la que me parece impropio llamar «estudio» a la manera tradicional de nuestros despachos, es una cooperativa formada por cerca de 400 arquitectos junto con biólogos, ingenieros y químicos, que trabajan en conjunto en el diseño de edificios y complejos urbanos.
En España, al igual que entre nosotros, no es habitual la convivencia de ingenieros y arquitectos en una misma firma, cosa frecuente en el mundo anglosajón, por eso aclara Susperregui que «somos una mezcla entre un estudio tradicional y una empresa a la americana. No buscamos el anonimato, sino el trabajo en equipo».
A lo largo de la década transcurrida desde la formación de ACXT, y pese a la actitud «no teórica» de sus conductores, puede notarse un desarrollo continuo del pensamiento y los conocimientos que hacen de soporte para la necesaria coherencia en las propuestas del grupo.

Aunque ellos sostienen una intransigente conducta pragmática, basada en el rigor, que no se compadece con la calidad creativa de la producción arquitectónica de sus profesionales, hay vasos comunicantes por los que circula una corriente de ideas claras y objetivos concretos.
Así, por una parte declaran que «No nos interesa sobresalir. No somos arquitectos de circo ya que nuestro discurso es otro: cumplimos plazos y presupuestos. Tenemos voluntad de servicio», por la otra se señala que «La arquitectura cuenta cosas, no es sólo producir un espacio para cubrir una necesidad. Si lo haces desde el silencio, tratando de transmitir emoción, sale un tipo de edificio; si lo haces con bulla, celebrando y exagerando con voluptuosidades esa emoción, el edificio es otro. Nuestra obra quiere ser más callada, pero no menos emotiva».

En este punto vale la pena destacar que el promedio de edad de los componentes de ACXT es sorprendentemente bajo, al punto que en el nivel de los responsables, la edad no pasa de los 35 años. Pero se trata de arquitectos e ingenieros formados en grandes organizaciones como la IDOM, una firma de ingeniería (con más de mil profesionales) que llevó a cabo la compleja obra del Guggenheim de Bilbao y que sirvió de campo de entrenamiento para muchos de los integrantes de ACXT.
A propósito de la formación, Susperregui es escéptico con respecto a la capacitación de las escuelas de arquitectura en la actualidad. Advierte, en ese sentido, un desbalance entre la discusión teórica o formal y la formación en el terreno de las concreciones. Y con la misma convicción que mostraba al comienzo del diálogo, el vasco remata diciendo:
«Creemos que es fundamental que la arquitectura acabe en obra. Uno puede tener un discurso espléndido, y si no sabe cuajarlo en un edificio, acaba convertido en muy poco». Por eso, al aprestarme a escribir sobre este numeroso y calificado grupo español, creí que podía sintetizarse en dos vocablos su ideología: Creatividad y Rigor, así, con mayúsculas.

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