16.6.2008
Copiar, crear y plagiar
Los 100 años de George Nelson Con una jornada de reflexión a propósito de Ética y Creatividad, nos juntamos un grupo de nostálgicos para debatir en torno de las nociones de copiar, crear y plagiar. Y de los criterios aplicados entre nosotros para juzgar a aquellos que se dedican a producir equipos (que pueden ser piezas de mobiliario, perfiles de ventanas, griferías u otras menudencias) copiando originales ya consagrados, se prologó así la muestra dedicada a celebrar el centenario del natalicio de ese gran diseñador que fue George Nelson.
Siempre con la inspiración de Jorge Sciaglia, permanente luchador en defensa de la legítima vigencia de los derechos de autor, la reunión se desarrolló con buena asistencia de público, en el auditorio del Centro Cultural Borges. Hubo invitados de nota, Ricardo Blanco y Reinaldo Leiro, Susi Aczel y Felito Iglesia, que alcanzó a conocer a George Nelson en su estudio, entre otros.
Cuando me tocó intervenir hice referencia a un artículo de la revista Otra Parte (Número 12, de la primavera de 2007) que recuerdo con particular interés. Se llamaba «El éxtasis de las influencias» y lo firmó Jonathan Lethem.
Permítanme un par de alusiones a ese escrito porque pienso que pueden aportar algunas reflexiones válidas. Una es de Thomas Jefferson, y dice: «El que recibe de mí una idea, recibe un saber sin que se reduzca el mío, tal como aquel que enciende una vela con la mía recibe luz sin dejarme en la oscuridad».
Y es cierto, porque la extensión al infinito de la propiedad intelectual puede llevarnos a la parálisis si se lleva la autoría a los extremos de la hiperprotección.
En el artículo mencionado más arriba, Lethem alude a un fenómeno llamado criptomnesia, que son recuerdos ocultos o memorias lejanas. Esas que tiñen sin darnos cuenta una propuesta que es propia pero que arrastra influencias ajenas.
Un ejemplo de este proceso, pero en un circuito de ida y vuelta, se dio con los automóviles japoneses. A finales de la Gran Guerra, en la década de los 50, era proverbial la escena de los industriales japoneses visitando Detroit y registrando los procesos productivos de la industria automotriz norteamericana a la vez que se copiaban sin pudor las fisonomías de los autos americanos dando motivo a muchas caricaturas y sarcasmos.
Pasaron dos décadas y se produjo el punto de inflexión, los diseñadores japoneses impusieron sus propios criterios, sus avances en materia de morfología y sus aportes tecnológicos originales y se vieron así nuevos vehículos en todo el sentido del término. Ahora es el momento en el que en todo el mundo (incluso en los Estados Unidos) se fabrican automóviles con rasgos orientales.
El tema de las copias desembozadas de muebles contemporáneos, más conocidos por el nombre de sus autores (Saarinen, Eames, Nelson, Knoll, van der Rohe, MacIntosh o Le Corbusier), supera ya la simple anécdota y se ha convertido en un caso jurídico. A pesar de que hubieran vencido los plazos de vigencia de un derecho de autor, lo serio y razonable es decir que uno está ofreciendo una réplica del mueble original. De lo contrario estaremos frente a una situación de plagio, porque ese vocablo es válido en dos variantes: la copia ilegítima de una obra protegida por derechos de autor, o la presentación de la copia como obra original propia, que es justamente la definición del que mencioné como un caso jurídico.
Una cosa era encender la vela con la llama de la vela de Thomas Jefferson y otra arrebatarle la vela al maestro para usarla como propia. Viene al caso, para seguir con la ingeniosa imagen de la vela, una genial idea de Oscar Tusquets, que simplemente ensanchó con un cono la base de las velas , creando así un apoyo natural y un bello objeto. Para mí, copiar eso sería delito, porque la creación es de Oscar Tusquets.