17.8.2008

Azul un ala…

En varias oportunidades me tocó pasar por la ciudad de Azul, pero sólo en forma tangencial, como un cartel que se ve mientras se avanza por la ruta 3 con un destino más lejano. Esta vez, en compañía de los arquitectos Cristina Malfa (directora de la Escuela-Taller del Casco Histórico de la Ciudad) y Jorge Bozzano (Presidente de CICOP de Argentina), fuimos a esa ciudad bonaerense para firmar un acta con la Municipalidad local y estuvimos allí un día y medio.
La reunión protocolar se realizó en el Colegio de Arquitectos de Azul, en una sede que se lee desde la calle como un lugar muy ligado al diseño arquitectónico, con una sala llena donde disertamos el arquitecto Bozzano y quien escribe estas líneas. A la mañana siguiente, la arquitecta Malfa habló acerca de las funciones y filosofía de la escuela que dirige y sus alcances en el campo de la preservación y en lo social.

Un hermoso nombre
Hay que reconocer que, para una ciudad, llamarse Azul no es poca cosa, y más cuando se está rodeado por un paisaje tan sugerente y variado, con las sierras cercanas, un arroyo que la cruza y una atmósfera de perfiles artísticos que le otorga, desde la plaza principal hasta algunas construcciones periféricas, categoría de ciudad digna de figurar en los recorridos de los que aspiran a disfrutar de la visión de buena arquitectura, hermosos parajes y buenas obras de arte.
Además de una escala urbana de notable armonía y una población de gente interesada por el arte, armónica, con fuerte identidad y eso que se llama buena onda.
Puede parecer algo excesivo el juicio precedente para alguien que no estuvo más que un día y medio. Pero lo cierto es que los tres viajeros tuvimos a nuestro lado a un grupo tan activo como erudito en la materia, que por encima de gestos protocolares, nos permitió llegar a lugares y gentes en muy pocas horas.
Para mí, que lo conocía en su singular emplazamiento de «Cerrito y la vía», casi frente a Patio Bullrich (pero del lado ferroviario), fue una gran sorpresa encontrarme con Carlos Regazzoni, ese artista tan talentoso como protestatario y heterodoxo. De modo que junto con las obras del arquitecto Francisco Salamone que adornan la fisonomía arquitectónica y urbana de Azul, se agrega desde hace poco tiempo el arte peculiar de Regazzoni, con una composición escultórica que evoca al Quijote en la ciudad que se ganó el rótulo de Ciudad cervantina de la Argentina.
Entre las numerosas construcciones que diseñó y dirigió el arquitecto Salamone, nacido en Italia (que contra lo que muchos suponen, estudió y se graduó en la Argentina), que fueron 67 en la provincia de Buenos Aires, Azul es la localidad que reunió la mayor cantidad.
En efecto, se pueden admirar en esta ciudad la hermosa Plaza General San Martín, donde desde el proyecto general del paseo hasta el diseño particular de bancos y farolas, solados y espacios verdes, todo expresa ese estilo Art-Decó que dominaba Salamone junto con su sapiencia en el manejo del hormigón armado. Son suyas también la portada del Cementerio, el edificio del ex Matadero Municipal (construido en 1938 y uno de los mayores realizados en la provincia), la Portada del Parque Municipal Domingo Sarmiento y la casa del doctor Daneri en la esquina de Belgrano y Colón. También estuvieron a su cargo las delegaciones comunales de Cacharí y Chillar.
Como se advierte, la presencia de Salamone en Azul tiene alcances numerosos y calificados, testimonios de la primera mitad del siglo veinte. En lo que se refiere al siglo XXI, el bello conjunto quijotesco creado por Regazzoni -aún sin resolver en lo que se refiere a su iluminación nocturna- con su estilo chatarrero, es un logro que honra a la autoridad municipal que eligió la obra y al artista que la puso en ese lugar. Tanto los protagonistas de la novela de Cervantes como Dulcinea y el perro que sigue al grupo, son auténticos hallazgos de creatividad y hermosura.
El Malón es el otro conjunto escultórico que Carlos Regazzoni despliega en las afueras de la ciudad, y que será sin dudas un punto de atracción para propios y extraños. En este sentido, al recorrido que sigue las obras de Salamone se agrega ahora el nuevo circuito de las esculturas de hierro de Regazzoni.

Telares y oraciones
Pero Azul tiene mucho más para sorprender al viajero que la visita. Una entrevista conmovedora fue la que hicimos a Ersilia Cestac, octogenaria tejedora pampa, y su nieta Verónica, apenas teintañera, que sigue las huellas genéticas de dos escalones salteados: su abuela ya nombrada y su tatarabuela, como contaré en seguida. El bastidor pampa donde estas mujeres urden el tejido de las fajas de hilo mide 3 metros de ancho, lo que lo diferencia del bastidor mapuche, más angosto. Ver trabajar esas manos produce una emoción estética similar a la que provoca una artista del arpa o un virtuoso del piano.
Porque a medida que avanzan lentamente en el tejido, ellas trazan un dibujo que expresa el lenguaje de su etnia india pampa. El idioma se ha perdido, pero no esos diseños mágicos. Y nos contó Verónica que, cuando hizo una faja distinta, original en sus colores y su trazado, tuvo una reacción de llanto emocionado al encontrar más tarde una obra igual hecha por su ¡tatarabuela!. Eran los genes de su estirpe.
Y es también un linaje de nobleza singular el que revela en su hablar el superior del monasterio cisterciense de Azul, un conjunto edilicio de cualidades peculiares que fue la última etapa de este viaje tan corto y tan intenso. Una arquitectura de ladrillos a la vista y tejas francesas cuyo lenguaje despojado muestra, en las palabras del padre José, lo esencial. En el trayecto al monasterio trapense pudimos ver a lo lejos la estancia El sol argentino, de Mariano Roldán, donde pasaba sus vacaciones el general Mitre, que llegaba en tren a Azul y se iba en un carruaje a esa estancia.
Como se ve, Azul no sólo tiene un nombre envidiable, tiene mucho más.

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