27.7.2008

Apuntes para una crónica de viaje

Cuando un arquitecto realiza un viaje y pasa sucesivamente por varias ciudades, no es fácil trazar un cuadro a modo de resumen sintético. Por lo menos, eso me sucede quizá como saldo negativo de un largo período sin salir de la geografía nacional. Sin embargo, como se verá a medida que avance en las líneas de esta crónica, sobran temas y motivos para redactar notas que, a mi modo de ver, pueden concitar la atención de muchos colegas o estudiantes e incluso ciudadanos que se interesan por temas vinculados con la arquitectura y la ciudad.

Crítica y respuesta

Al llegar a Torino para asistir al 23º Congreso Mundial de la Unión Internacional de Arquitectos (UIA), lo primero que nos impactó fueron las declaraciones que hizo en la sesión inaugural Sandro Bondi, Ministro de Bienes Culturales de Italia. Porque este alto funcionario acusó a la disciplina de estar ausente en la resolución de problemas que afectan a la sociedad y, básicamente, a las ciudades. De quedarse en la superficie y afear, incluso, valiosos y calificados paisajes urbanos.
Cuando le llegó el turno, en el tercer día de las disertaciones del Congreso, fue Massimiliano Fuksas quien respondió airadamente a las declaraciones de Bondi.
Como acontecía en el relato de Sholem Aleijem (Tevie el lechero) que se consagró en el mundo del espectáculo -en el teatro y en el cine- con el título de El violinista en el tejado, los dos tienen razón, y espero tener ocasión de opinar al respecto en un artículo futuro.
De todos modos, fue un condimento picante y no previsto en el menú del encuentro turinés, dio pie incluso a comentarios en la prensa cotidiana (el diario La Stampa le dedicó una nota de tapa), y tanto Bondi como Fuksas fueron motivo de debates y réplicas en lo que se suele denominar «charlas de pasillo» que, en el caso del Lingotto, eran conversaciones políglotas en las pausas de café (que huelga decir que en Italia es una infusión inolvidable) o en las brevísimas comidas que se hacían en múltiples lugares del complejo.

Un mal ejemplo

Previo un encuentro profesional vinculado con mi tarea en la bella ciudad de Bérgamo, al arribar al aeropuerto de Sevilla (y sobre todo al partir días después del mismo edificio) me pregunté cómo hubiera reaccionado el ministro Bondi si tuviera que utilizar esa estación aérea.
Ignoro quién fue el autor de este conjunto edilicio, pero prefiero seguir sin saberlo para evitar discusiones o conflictos. Lo cierto es que al ingresar en el espacio principal, el impacto sonoro es tan agresivo para el que llega como para preguntar quién es el culpable de semejante sensación de disconfort. La respuesta surge de inmediato al mirar hacia arriba, porque la estructura está compuesta por una sucesión de cúpulas esféricas de diámetro importante, lo que produce una alta reverberación, tan molesta que todo el mundo tiene que levantar la voz para hacerse escuchar, lo que obviamente multiplica el problema.
Cuando se pasa al sector de preembarque, con una altura menor y con un cielo raso de placas fonoabsorbentes, vuelve el sosiego y los pasajeros pueden hablar sin los gritos que utilizaban hasta un rato antes.
Se trata, sin duda alguna, de un grave error de diseño que, en la aludida controversia Bondi-Fuksas, suma pesas en el platillo que nos es adverso.

Buenos recuerdos

El racimo de museos que se suceden sobre una de las orillas del Meno, en esa ciudad fascinante que es Frankfurt, alcanzan para justificar una visita. En mi caso, con una breve estada que duró una tarde (y con el agravante de que, a pesar de ser una tarde de verano, los museos cierran inexorablemente -son alemanes- a las 6 PM), pude no obstante disfrutar de una experiencia enriquecedora, más allá de lo estrictamente arquitectónico, como observador de una acción cultural.
Con la ya mencionada restricción del horario, y con un pase que me habilitaba para concurrir a tres museos por la suma de 12 Euros (si no recuerdo mal, la entrada individual es de 6 Euros, a lo que se añade otra suma igual para visitar las muestras especiales), elegí empezar por el de Arte Moderno, obra de Richard Meier unida con un puente vidriado a la casona de la sede inicial. Sólo como dato circunstancial apunto que la muestra especial era, en este caso, una recorrida por los creadores rusos de los inicios del siglo veinte (Kandinsky, Tatlin, El Lisitsky, entre otros) y sus trabajos pictóricos y de diseño aplicado, con especial atención hacia las cerámicas y porcelanas.
El segundo paso fue por el Museo de Arquitectura Alemana, un proyecto de Matías Ungers, donde hay una exposición magistral montada en una serie de valijas metálicas abiertas e iluminadas, sabiamente instaladas, donde incluso los asientos son las mismas valijas cerradas y con un cojín de espuma encima.
Por último, y casi a las corridas, ya que estas muestras están separadas por un par de cientos de metros entre jardines y árboles en una tarde soleada y diáfana, pude conocer aunque fuera de modo superficial, el Museo de la Comunicación, en un edificio que regala experiencias espaciales memorables -proyecto de Benisch- del que espero poder escribir con más espacio muy pronto.
Hasta entonces.

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