22.4.2008

A pesar de todo, temas no faltan

No hace mucho, en la revista dominical del diario madrileño El País, el autor de una columna quincenal advertía con un tono de pesadumbre: "El articulista sabe que, tarde o temprano, todo articulista se queda sin tema". Y como hace muchos años que me ocupo de escribir un artículo semanal (y no quincenal, lo que duplica en cierto modo el compromiso), creo tener la experiencia necesaria como para negar de plano esa expresión determinista de Javier Cercas, que de él se trata.

Es cierto que más de una vez me encontré sentado frente al teclado de la computadora sin tener en claro sobre qué asunto iba a redactar una nota de no menos de 3.000 caracteres. Pero bastaba un café y un par de reflexiones intercambiadas con mi mujer para que se esclareciera el panorama y surgiera con fuerza la cuestión que habría de servir de base para armar el artículo requerido.
Y lo paradojal era que ese texto, nacido con la imagen de un escenario vacío en el comienzo, excedía al poco rato las dimensiones pedidas para el espacio previsto en la página del Suplemento.

Ya desde mis ya remotas clases en la cátedra de Arquitectura (que se llamaron sucesivamente talleres de Composición Arquitectónica, de Diseño Arquitectónico para terminar con un solo vocablo), sostuve que no había en la tarea del arquitecto el así llamado «síndrome de la página en blanco». Una situación conflictiva y preocupante que sí se produce en el caso de un pintor, o dibujante, o músico o literato.

En efecto, el arquitecto -salvo muy raras excepciones- se enfrenta con un terreno de dimensiones y características dadas, con un entorno de rasgos definidos, una orientación también prefijada, con un programa de necesidades y un usuario (que puede ser personal, societario, unitario o múltiple, conocido o presunto). Son, como se advierte, muchos ingredientes como para hablar del drama de la página en blanco. Porque esa página tiene, antes de trazar la primera línea, una serie de ingredientes que, sumados a la creatividad y la escala de valores del profesional que empuña la pluma, darán origen a varias propuestas proyectuales entre las cuales se perfilará la que finalmente sea la elegida.

¿Plantas, cortes o perspectivas?Y ya que aludí a «propuestas proyectuales» sería del caso definir a qué recurso gráfico nos referimos cuando hablamos de esto. Muchos años en la docencia nos permiten asegurar que para la mayoría de los involucrados es la planta el primer trazado que intenta estampar sobre el papel una respuesta coherente para el problema planteado. En este orden de ideas, los colegas que cursaron en el Taller que yo dirigía recordarán que los docentes tenían instrucciones de no juzgar una planta que no tuviera un corte como complemento gráfico que permitiera captar la idea espacial del alumno.

Años después, en sucesivos diálogos con Emilio Ambasz, éste afirmaba que naturalmente pensaba en sus proyectos, antes de volcar la idea sobre el papel, básicamente en corte. Y Emilio explicaba esta postura con cristalina claridad: Nosotros, usuarios, nunca captamos un espacio «en planta»; nos es físicamente imposible ver a las personas desde el cenit y abarcar la forma y las dimensiones de un recinto como en un sistema Monge.

En cambio, por nuestra posición eréctil y los ángulos de visión que tenemos de pie o caminando por un espacio, el panorama que captan nuestros sentidos equivale a lo que muestra una o varias secciones del edificio. Y para ser más precisos aún, eso que llamamos un corte perspectivado. Con lo que llego a un punto al que quería arribar desde hace un rato: si tuviera que decidir en un solo dibujo el esquema que define la idea de un proyecto, estoy seguro que apelaría a un corte perspectivado. O varios.

Fíjense dónde vine a parar a partir de aquella frase de Javier Cercas. Sí, siempre habrá tema si de se trata de cavilar acerca de arquitectura y ciudad. Me parece.

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