5.10.2015

Michael Graves: la forma como expresión máxima

A los 80 años, en este 2015, Michael Graves pasó a la historia como un grande del diseño. Poco importa que haya sido arquitecto, que haya hecho más de 350 edificios y diseñado más de 2000 productos. Lo que verdaderamente importa es que marcó una época en la arquitectura, aunque efímera, fue lo suficientemente potente como para lograr transmitir una idea diferente de esta profesión, otorgándole una nueva expresión, empero controvertida, de un alto componente estético, el postmodernismo, del que fue uno de sus máximos exponentes, y al que logró sobrevivir cuando el estilo no dio para más.

A los 80 años, en este 2015, Michael Graves pasó a la historia como un grande del diseño. Poco importa que haya sido arquitecto, que haya hecho más de 350 edificios y diseñado más de 2000 productos. Lo que verdaderamente importa es que marcó una época en la arquitectura, aunque efímera, fue lo suficientemente potente como para lograr transmitir una idea diferente de esta profesión, otorgándole una nueva expresión, empero controvertida, de un alto componente estético, el postmodernismo, del que fue uno de sus máximos exponentes, y al que logró sobrevivir cuando el estilo no dio para más.

Graves, junto a Charles Moore, Ricardo Bofill, Phillip Jhonson, Peter Eisenman, entre otros, fue el gran protagonista de una época, los 80s del siglo pasado, que es parte importante en la historia de la arquitectura contemporánea.
Nacido en Indiana en 1934, Master de Arquitectura por Harvard en 1959, integró junto a Peter Eisenmann, Richard Meier, John Hejduk y Charles Gwathemy, el famoso grupo “The New York Five”. Es curioso que en este inicio, el denominador común de los cinco integrantes fuera el purismo de la arquitectura moderna.

Su primer gran encargo fue el Portland Building, en 1982, la que es considerada la primera gran obra posmoderna. Esta era su respuesta, a lo expuesto por Robert Venturi más de una década atrás, y a quien se adhiere en la oposición, sobre todo a la arquitectura y los conceptos de Mies van der Rohe, compartiendo un nuevo dicho “menos es aburrido”, le asigna así al estilo internacional una absoluta incapacidad de comunicación.

Venturi fue el padre teórico del postmodernismo y su máxima expresión edificada fue lo propuesto por Graves, primero con el edificio en Portland en 1980, en donde las ideas aplicadas al edificio del ayuntamiento, corresponden al concepto de escenario decorado, quitando todo el carácter abstracto a los edificios de Estilo Internacional, en una obra que apela a un prisma simple con parte de sus caras vidriadas sobre el cual se aplica una serie de elementos ornamentales que refieren directamente a la historia de la arquitectura. Así, se disponen franjas que sugieren las estrías de las columnas clásicas con volúmenes como capiteles en el frente y guirnaldas volantes en los lados. La parte superior representaba una Acrópolis en donde los componentes técnicos estaban escondidos entre las formas que configuraban un templo. El remate fue una estatua voladora con forma de una figurada diosa de la ciudad (Portlandia).

Contra la abstracción y el silencio de la forma, Graves propone la recuperación de lo figurativo y de la capacidad de comunicación de la arquitectura recurriendo a aquellos elementos que fueran reconocibles inmediatamente por el público, es decir los históricos y ciertos elementos de lo “popular”, apelando a la memoria colectiva, arraigada sobre todo en los edificios de estilo neoclásicos, símbolos de “grandeza”.

En su arquitectura, el espacio es un escenario en donde forma y función están separados, siendo la forma la que predomina a la función. Nuevamente apartándose del movimiento moderno que planteaba que la forma sigue a la función. Así separadas, la función se resuelve de acuerdo a ciertas necesidades prácticas, mientras que la forma corresponde al campo de lo sensible e “importante”.

Graves creyó que este nuevo lenguaje (neoclásico reinventado) iba a salvar a la arquitectura de la severidad moderna. Recuperar el ornamento fue su máxima. Esto se verificaría en sus siguientes edificios, con ese mismo espíritu icónico, el Humana Building, la Biblioteca de Denver, así como para los variados edificios para el Team Disney en California.

Paralelamente diseñó productos, quizá el más famoso fue la tetera 9093 (fabricada por Alessi en 1985). Es precisamente en el diseño de productos donde se manifestó con fuerza su ironía y humor, en la tetera 9093, un pájaro rojo silbaba para avisar cuando el agua hervía. Igualmente diseñó cafeteras, jarras, saleros, tazas y relojes. Su estudio en Princeton parecía una cocina con todos los objetos de diseño a la vista, al alcance de la mano. Graves se convirtió así en uno de los diseñadores más prolíficos del mundo y su ideal era llevar alegría a las viviendas.

Más tarde, tras un penoso inconveniente de salud fue internado en un hospital y se vio obligado a moverse en silla de ruedas, se fijó en las habitaciones del hospital, los bastones y agarraderas de las bañeras, silla de ruedas, etc. Cuando salió se dio cuenta que había encontrado un nuevo nicho de diseño al que dedicó sus últimos años como profesor y diseñador. Entonces quiso rehacer todo lo que rodeaba a los pacientes para transmitirles alegría, facilidad de movimientos, gozo visual con curvas y colores en todos los artefactos que usaran, a esta última etapa la llamó: “diseño humanista y transformador”.

Recuerdo que cuando Graves estaba en su momento de esplendor arquitectónico, yo estudiaba en la facultad de arquitectura y me atraparon sus dibujos de una estética casi renacentista. Su capacidad innata para dibujar y pintar se convirtió en la base sobre la que desarrolló su talento arquitectónico.

Hay arquitectura que tiene un carácter único, que es concebida como un objeto de arte, en donde toda la sensibilidad del “artista” se pone en juego, como si se tratara de una escultura o una pintura, cuando un trazo de más, una proporción desacertada, lo cambia todo y vuelve un desastre a la obra.

Eso es lo que pasó con la obra de Michel Graves, quien fue un “artista” de la arquitectura, sus edificios estaban milimétrica pensados, con una fuerza expresiva que sobrepasaba todos los límites, pero hechos con la genialidad que pocos poseen, como artista, y cuyo estilo puede ser discutido hasta la saciedad, sobre su pertinencia e incluso sobre su valor en el contexto urbano e histórico en el que se inserta, pero que a la vez nadie puede discutir la gran calidad de su propuesta, que por cierto, en tanto única, no admite copias, y como sucedió, todos los intentos por reproducirlas fueron bochornosos. En cambio, en la obra de Graves y como en el caso de todos los genios del arte, todavía perdura una alegría única e irrepetible.

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