24.11.2015

El jardín del pulpo

Habitar en un jardín de pulpos, bajo el mar, en un submarino amarillo, en el cielo con diamantes... Mundos paralelos. Meterse en otro tiempo y espacio que no es el de la realidad.

Desde niñas Ana Fernández y Paula Barragán intuían y exploraban otros mundos. Juntas, inventaban. Era la búsqueda de la felicidad que no está en la realidad cotidiana. Ese lugar de la búsqueda artística que las convirtió en dos de las mejores y más creativas exponentes del arte contemporáneo ecuatoriano. Ahora presentan Jardín del pulpo, una exposición de dibujos a través de los cuales pueden ver y decir cosas distintas a la que expresan cuando hablan. Tomando como referente la canción de los Beatles, Octopus’s garden, crean un nuevo idioma con otro tipo de sutilezas, en obras realizadas en tinta, collage, témpera o guache. “Veo más allá de lo que se ve, como si las situaciones fueran transparentes”, dice Paula.

El dibujo tiene que ver con la poesía y va más allá de contar anécdotas. “Es expulsar la tinta como el calamar que quiere cubrirse”. Su manera de decir algo es dibujando, más que usando el verbo. Es crear imágenes para contar algo que no se ve. Ana dice: “Paula cuenta un cuento, yo hago versos”. Juntas trabajan desde hace diez años. Cada una con su especialidad y su trayectoria: Paula obtuvo su Bachelor or Fine Arts en diseño gráfico e ilustración en el Pratt Institute y siguió cursos de grabado en el Parsons School of Design, ambos en New York. Ha ganado premios y ha participado en bienales y en exposiciones en varios países. Ana estudió en el San Francisco Art Institute de Estados Unidos y obtuvo su licenciatura en artes y su maestría en dibujo y pintura, en el California College of Arts. Ha ganado también premios y tiene amplia experiencia como docente. Divide su tiempo entre Quito y San Francisco.

El jardín del pulpo nació porque las dos querían hacer algo diferente a sus propuestas del pasado. Paula quería tomar distancia del grabado, que es fuerte, tóxico, pesado, que es un proceso largo y demora para ver el resultado. “En el dibujo todo lo resuelve de inmediato, el ojo, el gesto, el papel te habla, rayas, te responde. Es trabajar con el error y con el accidente, es parte del proceso y es la única manera de aprender”. Entonces aparecen obras como “El resto de nuestra vida”, “Secreto a voces”, “Bajo el ala del sombrero”, “Baile de arroz quebrado”, “Final del juego”.

Ana quería inventar, redecorar su proceso anterior. Dejar la pintura, cromos y afiches, la copia de imágenes. Quiso explorar los intersticios de la vida en las ciudades, la mecánica de los cuerpos, los deportes; cuestionar al “macho peludo”, rodeando de flores al boxeador y al futbolista. “No celebrar los deportes sino burlarme”. En el dibujo, la relación es mucho más directa, se resuelve sobre la marcha. Allí ella lee, corta, dibuja, pega, cose, hace varios a la vez. Y crea “Ondas do mar”, “Estructura de pensamiento después del trabajo”, “City by the bay”, “Perros, gatos y garabatos”, “Chilenita”.

Las dos conversan, se cuentan. Ya están planificando su próximo trabajo. “Siempre estamos planeando algo”, dice Ana. Paula comenta sobre las mujeres y hombres que están en los caminos del arte, expanden sus pensamientos y sueñan. Propone convocar a la gente a dibujar la ciudad, a armarla, instalar dibujos inventados por niñas y niños, en los parques. Piensan en un banco de dibujos, proyectos fantásticos…

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