7.4.2009

Viviendo el tercer milenio

La problemática global, que actualmente impacta en el sistema económico y financiero internacional y en el destino de millones de habitantes de las más diversas naciones del mundo, tuvo notables expresiones de anticipación en las nuevas formas y modos de habitar el espacio público y privado urbano, el cual ha ido registrando un permanente y excepcional proceso de transformación, cambiando las condiciones ya conocidas por otras de nueva escala y dinámica, lo cual permitió un impactante cambio, pleno de satisfacciones y conflictos, en los modos de relación de la ciudadanía en sus ciudades.
La extensión anómica y sin límite de las aglomeraciones urbanas, una de las evidencias más comentadas de este ciclo de mutaciones globales, advierte sobre el complejo inventario de acontecimientos que han impuesto en simultáneo un gran condicionamiento social: la dispersión geográfica, la dinámica incontrolada de las migraciones, la fragmentación social, los nuevos tiempos de movilidad y comunicación en el territorio, la invención de diferentes lugares para servicios o actividades productivas, la imposibilidad de encontrar un sitio digno para la vivienda, la exigencia espontánea de insertarse competitivamente en los flujos globales y la dificultad permanente de promover el desarrollo local.

Ya la Cumbre Mundial de las Ciudades organizada por la UNESCO, Hábitat II, que se realizara en Estambul en el año 1996, tuvo justamente y en reconocimiento a estas circunstancias un mensaje ético: humanizar la ciudad poniendo al individuo en el centro de la política pública, siendo el objetivo pensar en ciudades de paz, democracia y desarrollo, respetando al mismo tiempo el medio ambiente mediante la colaboración público-privada.
En este sentido, la discusión política sobre el derecho a un desarrollo urbano sustentable es hoy un tema de indudable trascendencia, representando uno de los frentes que con mayor entusiasmo se trata desde la comunicación social, tanto por el ferviente reconocimiento ciudadano a participar e influenciar desde allí en las decisiones públicas, como por el desconocimiento, muchas veces generalizado, sobre el significado del cambio por venir.
Es por ello que adquiere especial importancia el tratamiento de la dimensión simbólica de la ciudad, sobre todo en el marco de manifestaciones concretas que acercan la expectativa ciudadana a temas que le permitan pensar, reflexionar, opinar y vivir orgullosamente en sus ciudades. Es interesante entonces, observar algunos de los principales puntos que actualmente las ciudadanías debaten, critican y exigen corregir, lo cual permite a su vez analizar el catálogo de conflictos que explican el cambio de calidad de la vida urbana. Sin orden de prioridad, se suceden la invasión del espacio público, los múltiples fenómenos de violencia urbana, las fallas en la organización del tránsito y el transporte, la ocupación ilegal de los lugares públicos o privados, la acumulación de residuos en la vía pública y el trabajo clandestino dedicado al supuesto reciclado de esos residuos, el descontrol ambiental y la calidad de la gestión del planeamiento urbano, todas referencias que al ciudadano no solamente le importan, o no, sino que lo hacen sentirse amistoso con su ciudad, o no.
Este sentimiento explica lo que recientes debates promovidos al respecto han denominado «mensajes hostiles», indicando que se pueden generar problemas importantes en una comunidad si no se dispone de señales claras sobre los modos y criterios adecuados que orienten la buena convivencia cotidiana. Queda claro entonces que pensar la ciudad solamente en términos funcionales la deja vacía de sentido.

Ante esta evidencia, tanto el lenguaje de la arquitectura, como el de la estética urbana han dejado de representar el exclusivo indicador de la calidad posible de una ciudad, ahora compartido con la violencia, la exclusión, los lugares que se pueden o no transitar, el lenguaje de los graffitis o la suciedad en las calles, describiendo la íntima relación entre la forma del paisaje urbano y el tipo y estilo del comportamiento social, en tanto la ciudad acabará siendo lo que las reglas de convivencia indican y lo que sus habitantes hagan de ella.

Así y en el presente contexto de crisis económica y financiera internacional, inaugural de la segunda década del siglo XXI y admitiendo la continuidad de un ciclo social de evoluciones y mutaciones drásticas, la cooperación público-privada, surgida de nuevos y originales modelos cooperativos, será uno de los temas fundamentales a considerar en la gobernabilidad y convivencia cívica por venir. Es necesario, para ello, mantener clara la visión de muchos «futuros posibles», para construir sistemas urbanos abiertos que sepan aprender de su misma evolución y de todas las normas y estéticas sociales reconocibles. Con estos parámetros y en estas circunstancias, se deberá trabajar en el futuro, sobreponiéndose a las condiciones irregulares existentes e induciendo modificaciones estratégicas de excepcionalidad que provoquen fundamentalmente un enorme salto social en los modos de comprender y comportarse en una ciudad.

Publicado en el Scalae María Teresa Egozcue

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