4.9.2015

Tiempo de valientes

Salimos del 2001 buscando escapar de la incertidumbre, de la falta de encargos, pensando qué hacer para no abandonar el país... surgió una alternativa posible: transformarnos en arquitectos emprendedores.

fo_7.jpg Otra crisis y nuevamente es momento de mostrar lo capaces que podemos ser. Con ingenio, trabajo y mucho esfuerzo nos pusimos a buscar oportunidades en la ciudad para convertirnos en desarrolladores de edificios de escala media …encontrar terrenos, inversores y constructoras, tocar timbres, convencer familias, parientes, amigos de vender las buenas ubicaciones, armar el negocio, aprender lo que es un fideicomiso… y resultó. Después de cinco años de crecimiento, algunos estudios parecen poder sostenerse prescindiendo del cliente. Pero ahí nomás, cuando ya nos estábamos relajando, empezaron a complicarse las cosas, estallan los barrios, los vecinos en nuestra contra, problemas legales, accidentes, imprevisión, falta de infraestructura para sostener el crecimiento… pagan justos por pecadores.

Pancartas, ¡cacerolazos!, los arquitectos salimos en los medios y no precisamente por hacer correctamente nuestro trabajo sino por provocar miedo, angustia, molestias…justo lo opuesto para lo que fuimos formados… ¿qué parte de todo esto puede atribuírsele a una educación universitaria tan alejada de la realidad social?

En fin, nuevamente estamos complicados, y nos enojamos con los inmobiliarios, con los especuladores, con los oportunistas, con las autoridades que ahora se cubren de tantos años de somnolencia parando la pelota pero sin saber como sigue el partido.

Eso sí, los arquitectos siempre tenemos a quien culpar aunque ésta bien podría ser una oportunidad para hacernos cargo de la mirada tan poco feliz que tiene la sociedad de nuestra profesión. Todos quisimos estar en el boom de la construcción pero parece que otra vez nos descuidamos, e hicimos lo mismo con el lugar y con la imagen que deberían tener la arquitectura y el arquitecto dentro de la sociedad de la que son parte.

Tantos años de trabajar en los medios de arquitectura me permiten conocer muy de cerca el trabajo de los estudios. Pude ver que lo que hoy sucede en la propiedad horizontal no es un hecho aislado. También a partir del 2001 se dio un crecimiento similar en los barrios cerrados. Si bien hubo muchos estudios que pudieron crecer construyendo casas con la plata del corralito financiero, me sorprendía escuchar a varios de ellos con ganas de dejar ese negocio una vez pasada la crisis. Es que en la forma en que se encara la profesión en el caso de la vivienda unifamiliar, muchas veces el servicio del arquitecto se trasforma en servilismo y las quejas son comunes a todos: uno pasa a ser una suerte de acompañante terapéutico de los clientes y en colega de muchos de los gremios que cuentan con la buena voluntad del profesional para solucionar sus propios problemas. Con el tiempo se aprende, en primer lugar a tener paciencia y en segundo a que no hay honorarios que paguen el esfuerzo y la dedicación que se invierten en hacer una buena dirección de obra para este tipo de encargos.

Los arquitectos y los estudios que salen en las revistas de arquitectura son profesionales que pasan por estas mismas situaciones. Cuando recorro sus obras, no puedo dejar de valorar y admirar el esfuerzo que realizan para llevar adelante excelentes proyectos resolviendo hasta el mínimo detalle dentro de un sistema con tan pocas garantías y excesivas responsabilidades. Claro que también están los que sacan provecho de esta situación tan revuelta y no cumplen de la debida manera con su trabajo y con la ética profesional correspondiente.

Plantear una solución, una salida… ¡que difícil! Estamos desvalorizados pero empezando por la valorización que hacemos de nosotros mismos. Deberíamos unirnos, poner límites, no hacernos cargo de más de lo que nos corresponde con tal de tener trabajo, establecer honorarios acordes y pautas para que todos los colegas aunemos criterios a este respecto, pelearla juntos ahora que estamos mejor pero empiezan de vuelta las trabas para crecer como profesión, en síntesis, ser fieles a nosotros mismos.

Revisando viejas lecturas, me reencontré con unas palabras de Fernando Savater, (Ética para Amador, Editorial Ariel, 1991) que me resultaron inspiradoras de este artículo con las que quisiera concluir. Dicen así:

«¿En que consiste esa conciencia que nos curará de la imbecilidad moral? Fundamentalmente en los siguientes rasgos:
Saber que no todo da igual porque queremos realmente vivir y además vivir bien, humanamente bien.
Estar dispuestos a fijarnos si lo que hacemos corresponde a lo que de veras queremos o no.
A base de práctica ir desarrollando el buen gusto moral, de modo que haya ciertas cosas que nos repugne espontáneamente hacer.
Y finalmente, renunciar a buscar coartadas que disimulen que somos libres y por tanto razonablemente responsables de las consecuencias de nuestros actos.»

Publicado en la Ronda «Editorial» del Scalae Carlos Mariani, Abril de 2007 

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