11.8.2015

Scalae Roberto Aisenson

La primera sorpresa al tomar contacto con el arquitecto Roberto Aisenson es la 'no sorpresa' de su aspecto físico, coherente con su apellido: el de un nórdico europeo.

aisenson

La conversación desvela que, más allá de la apariencia, el discurso de Aisenson conserva y alimenta el sentido sacrificado, austero y de tremenda eficacia en el uso de los recursos de los pueblos más civilizados del norte.

Una segunda sorpresa será comprobar el don, un sentido natural, intuitivo y simultáneamente ordenado, de lo ‘exquisito’ en el modo de hacer profesional y, también, de disfrutar de la vida del arquitecto. Algo, por otra parte, también asociado a las culturas ‘nórdicas’. Es un punto de partida, nada más, ya que la conversación descubre un viaje en el que la personalidad se termina por construir y completar con un británico sentido de la educación y -finalmente- con un muy refinado, helénico, vital y mediterráneo sentido del humor. Todas ellas consideraciones que, a la vista, resaltan los resultados de una arquitectura con sentido del sacrificio, austera, de gran eficacia, intuitiva, ordenada hasta lo exquisito, educada con su contexto aunque autónoma si necesario y, especialmente, de un delicadísimo y culto sentido irónico y de la vida

el brujo de la tribu…
Soy hijo de arquitecto, este estudio lo fundó mi padre en 1934. El caso es que yo tenía la posibilidad de estudiar arquitectura y a mi padre, no te digo que se oponía, no le hacía mucha gracia. Él trabajaba bastante y amaba la arquitectura, era un arquitecto ‘químicamente puro’: estaba metido en el trabajo tanto de tablero como de obra. Una de las grandes peleas que tuvimos, cuando empecé a trabajar con él, era porque mi padre opinaba que el arquitecto tenía que ir todos los días a la obra. Yo le decía que si vas todos los días a la obra, quién va a buscar y a atender al cliente, quién va a pensar en qué se debe hacer para tener una mejor demanda de trabajo.
Pero bueno, mi padre quería que yo fuera médico. Su caballito de batalla era que el médico era más respetado en la sociedad que el arquitecto. El decía que al arquitecto, cualquier cliente le da indicaciones o cree que puede mejorarle el proyecto. En cambio, el médico es como el brujo de la tribu, nadie se atreve a decirle nada.

exactamente en seis años…
Entré a la facultad de arquitectura de la UBA y cursé la carrera muy rápido. Hice la carrera exactamente en seis años, entré en marzo del 54 y aprobé la última materia en marzo del 60. Estaba muy metido en mi carrera, con una familia que recién había empezado a formar, desde muy joven…
Cursé un par de años con Vladimiro Acosta, y mirando críticamente hacia ese momento, creo que no supe aprovechar algunos protagonistas que ya estaban en ese momento en la docencia. En el año 60 terminé la facultad y en el 61 entré como ayudante docente en la cátedra de Alfredo Ibarlucía, que era introducción a la arquitectura, y a partir de allí empecé a sentir una gran alegría de participar de la facultad como docente. Era una cátedra muy interesante, ensayamos además algunas técnicas interdisciplinarias para la enseñanza, a menudo teníamos reuniones con gente especialista en dinámicas de grupo, y luego ingresé también como docente en la cátedra de Manuel Borthagaray. Con Manolo teníamos una amistad más allá de la facultad, y él me aceptó en su cátedra. Yo era muy feliz dedicando la mitad de mi tiempo a trabajar en el estudio que en esa época era el estudio de mi padre, y la otra mitad del tiempo a la docencia en la facultad. Eso fue en los años 61 al 66. Manolo tenía tres adjuntos: Solsona, Katzenstein y Soto. Yo estaba con Ernesto Katzestein. En el 65, Manolo me dijo que yo iba a ser el Jefe de trabajos prácticos, que iba a empezar a dar clases teóricas. En ese momento planeé mi primer viaje a Europa. Siempre había querido conocer Europa, la habíamos estudiando tanto en la facultad… pero entonces no había podido ser. Planeé a fondo mi primer viaje a Europa. Lo preparé, me hice un ‘guión’ de viaje espectacular, con todas las cosas que me interesaban… Y me fui, napoleónicamente, por 100 días.

abierto al mundo…
En ese primer viaje. aterricé en Orly, que en esa época era el gran aeropuerto de París. París era todo un símbolo para mí, también heredado por las cosas que contaba mi padre. Hice un recorrido por Francia hacia España siguiendo la ruta del Románico. bajando hasta
Madrid, después estuve en Andalucía. Di la vuelta por la costa de Alicante, pasé por una Barcelona que en el año 66 tenía una tristeza increíble… a lo mejor fue porque no supe contactarme, pero era de una tristeza enorme. Y bueno, fui luego hacia Italia, a hacer los deberes a Marsella, a Ronchamp, pasé también por Holanda, Inglaterra y luego de nuevo a París.
El viaje pienso que influyó en mi personalidad, en sentirme más abierto al mundo, pero no desde el punto de vista de la arquitectura. Me llamó la atención lo poco que pude identificar de arquitectura moderna en los países donde estuve, cosa que no sucedió en mis viajes a partir de los ochenta y noventa. Pero en esa época se hacía muy poco. Londres… allí si vi arquitectura, en esa época me gustaba mucho lo que se hacía en Inglaterra como arquitectura actual: Stirling, fui a visitar sus laboratorios tecnológicos. De alguna manera me inspiré bastante en lo que se hacía en Inglaterra en esa época, en esas primeras torres con ladrillo visto, era arquitectura casi todavía entre lo constructivista y los años cincuenta.

Mercedes…
Así que me dieron licencia y volví del viaje, en junio, cargado de diapositivasy cosas que iba a usar en mi cátedra. Una semana después fue la ‘noche de los bastones largos’, con lo cual terminó mi carrera docente. Quedé muy mal en ese momento, no solamente por lo que significaba para el país sino porque también, a título personal, ahí se rompió una vocación que yo sentía tener. Recuerdo que en mis meditaciones pensaba ‘si tuviera algo de dinero me voy de Argentina’.
Pero bueno, no tenía ese poco de dinero, y ya tenía 3 hijos, entonces me quedé. En el estudio por otra parte había trabajo, pero digamos que me interesaba menos. Ahí empecé a elucubrar que en realidad nosotros sabíamos proyectar de una manera que no se utilizaba en los edificios de vivienda multifamiliares. ¿Por qué? Porque el cliente tenía un criterio mezquino. A mí siempre me gustaron los autos, entonces lo asocié con Mercedes Benz. Me dije: ‘si la Mercedes saca un auto que está bien diseñado, bien construido, y lo vende, y además se ha hecho el nombre que se ha hecho, ¿Por qué en la arquitectura no se puede hacer algo similar?’. Reuní un grupo de personas, amigos, a quienes les interesaba la posibilidad de tener una vivienda, y compré para ellos un terreno grande, acá en el barrio de Belgrano, en la calle Villanueva, y así salió la primera torre. Fundí la tarea del comitente y del arquitecto. Hice un proyecto, a ellos les gustó mucho y decidimos hacer un edificio con un sistema al costo, que tenía la característica de ser muy cómodo. Me asumí como un arquitecto para la burguesía. Tengo una máxima que suelo decir, no solamente para un edificio como éste sino también para edificios más económicos: ‘si yo siento que me gustaría vivir acá es porque el sitio es bueno’. Hicimos esa primera torre en la calle Villanueva, utilizando toda una piel de ladrillo visto y con una disposición en planta bastante articulada, con jardín, piscina y algunas comodidades extras, lo cual no era muy común en esa época. La idea ‘Mercedes’ venía de una tradición del estudio de mi padre: de ser muy cuidadoso en cómo se construía. Al utilizar ese concepto, esa costumbre que había en el estudio, para un edificio de mayor nivel que los que acostumbraba a hacer mi padre, pudimos desarrollar el diseño no solamente en lo macro sino también en lo micro. Allí asumí toda la responsabilidad, como arquitecto y como administrador de la obra, no como constructor, eso no, pero sí como arquitecto que hacía el proyecto, la dirección de obra y la administración. Sufrí mucho, porque no tenía mucha experiencia como administrador. Antes de terminar este primer edificio, vino otro grupo de personas que tenían allí cerca un terreno y me lo ofrecieron para que hiciera, no la administración, pero sí el proyecto y la dirección. Y así fue que encontré otro terreno, me dediqué a promoverlo y logré tomar otra obra. O sea que, te diría que antes de terminar la primera obra, ya eran dos más. Así comenzamos a desarrollar una tipología que consistía en edificios de perímetro libre, en el barrio de Belgrano, en donde, si bien hay algunos que denostan los edificios en torre, a la gente le gusta vivir en ellos.

un equipo, de arquitectos…
En estos primeros edificios, donde lo que me interesaba era captar al usuario del piso, que no era un cliente que invierte para hacer un edificio entero sino que esos compradores eran o inversores o usuarios finales, yo no usaba toda la capacidad constructiva que me daba el código de Buenos Aires. Es cierto que era otra época, la tierra no tenía tanto valor como ahora (ahora es terrible, se está pareciendo casi a España), entonces a mí me parecía una estupidez querer aprovechar al máximo la superficie construible. Me interesaba lógicamente hacer el mejor proyecto posible, teniendo un buen equilibrio entre construir bastante y lograr al mismo tiempo proyectos interesantes. Poco a poco mi situación se fue haciendo más compleja. Tuve que ir dejando el tablero, no me daba el tiempo, porque ¿quién manejaba todo eso? Lo tenía que manejar yo… entonces pasé un período de varios años muy mortificado. Calculé cuantas horas de una jornada laboral pasé trabajando de arquitecto ‘químicamente puro’ y cada vez eran menos. Entonces armé un equipo de arquitectos. La mayoría seguimos juntos hace más de 30 años. El primer arquitecto que empezó a trabajar conmigo fue Carlos Pujals, con quien nos conocíamos desde el Nacional Buenos Aires, y luego se sumaron otros: Mario Zito, José Fishelew, y se armó un equipo. En el año 78 murió mi padre, y su parte dentro del estudio la dividí entre ese grupo de arquitectos que trabajaba conmigo y pasaron a ser todos asociados.

arquitectura social…
Luego de las primeras torres en Belgrano, seguimos evolucionando siempre usando el ladrillo visto, o sea: doble pared, cámara de aire, ladrillo visto. Eso era una fórmula que, para lo que se podía hacer en Argentina, funcionaba bien. En un momento dado, hicimos una torre que era para un comitente, pero que nos dejó gran libertad en el diseño, era la torre más alta que habíamos proyectado hasta ese momento. Hasta entonces hacíamos edificios entre 16 y 18 pisos y esa torre tenía 25. Intentamos hacer tipologías diferentes de viviendas, pero acá tenemos muy pocas posibilidades de hacer otra cosa, a diferencia de lo que sucede en el primer mundo… la posibilidad de hacer edificios públicos o privados para la cultura, para el gobierno, es mínima. Así que intentamos hacer arquitectura social y nos vincularon con un sindicato muy poderoso. Ellos querían hacer un plan de viviendas, nos dedicamos a eso con todo entusiasmo y solamente se construyó uno de los proyectos que hicimos, pero para entonces nosotros ya nos habíamos desvinculado. Frente a una situación de mucha violencia que vino en los años 75, 76, decidimos con Pujals mandar una conceptuosa carta agradeciendo la confianza merecida, les nombrábamos todos los proyectos que habíamos hecho y nos desvinculamos. Se lo podría llamar: instinto de supervivencia.

ladrillo, hormigón y madera…
Siguiendo con nuestra evolución profesional, a medida que aquí se aprendía a trabajar el hormigón, empezamos a combinar ladrillo con hormigón visto. En un momento dado introdujimos la madera, no en paños de revestimiento sino en los balcones. Hacíamos una trama construida con una planchuela metálica revestida en madera, lo cual le daba mucha calidez, y poníamos en esa trama, en los balcones, el cerramiento de cortinas de enrollar regulables, de manera que estas terrazas importantes que hacíamos se convertían en una verdadera superficie de transición, en un espacio intermedio. Desde la primera obra que proyecté en el estudio, ni bien me recibí, apareció un proyecto interesante frente a una plaza e hice una terraza muy vivible, muy bien iluminada, le di mucha importancia a esa terraza y luego fue un leit motiv en todas las obras en que la superficie lo permitía. Quizás por la imposibilidad de atender los espacios públicos de la ciudad, hemos desarrollado una conciencia del tratamiento de los espacios comunes, sobre todo en el tema del paisajismo. Tuvimos una obra en un lugar muy importante y tradicional en el barrio de Belgrano, porque allí estaba la casa del quien había fundado el pueblo, Valentín Alsina. La casa tenía que conservarse porque era un monumento histórico, de manera que le hicimos un pequeño reciclado y quedó como edificio para la Fundación de un banco. Era un terreno con especies arbóreas de principios del siglo veinte y dos magnolias que existían desde 1870, inmensas. Hicimos un trabajo muy importante, trasladamos los árboles exitosamente (no las magnolias). Es un proyecto del cual me siento orgulloso porque pudimos preservar el espíritu de ese parque.

el zapatero se hacen los zapatos…
En el caso del proyecto Torres de Canning hicimos dos edificios similares, cada uno en un terreno de 2.500 metros. En el resto de la manzana hay otras dos torres, de modo que en una manzana hay cuatro torres. Eso fue una verdadera oportunidad para el paisajismo. Aprovechando que había venido Roberto Burle Marx a Buenos Aires por el proyecto de una plazoleta, se me ocurrió llamarlo y ofrecerle que hiciera el proyecto y aceptó. No pude conseguir que los desarrolladores de la otra mitad de la manzana se acoplaran a la idea, así que bueno, fue un proyecto de media manzana de Burle Marx, pero se hizo. El trato con Marx fue excelente. En cualquier caso, creo en lo de ‘del zapatero se hacen los zapatos’. Y este tipo de colaboraciones, además de necesarias, son muy fructíferas. En otros campos de nuestro trabajo, por ejemplo en el diseño de estructuras, ninguno de nosotros ha tenido vocación para dedicarse a los cálculos. También influye lo excepcional de diseñar edificios en altura que requieren del soporte de calculistas muy competentes. Cuando proyectamos un edifico en altura, ya pensamos las líneas estructurales… luego viene el consensuar el dimensionamiento con el calculista. Trabajamos en equipo, de manera que nosotros largamos una líneas con una estructura que prevemos debería ser ‘así’, e inmediatamente
empezamos a trabajar con el calculista. Hoy en día, es también muy importante el asesoramiento en las carpinterías metálicas. Veinte años atrás, aunque no hacíamos edificios tan altos, ya se trabajaba con un sistema de chapa doblada. Luego apareció en Argentina la carpintería de aluminio, aunque en ese momento era muy pobre. Hoy en día trabajamos exclusivamente con aluminio, ha mejorado muchísimo y además con la posibilidad de trabajar con perfilería a medida.

la obra más apreciada…
Es difícil decir cuál es la obra más apreciada por los demás. Puede que sean las obras que hemos hecho en Belgrano, con ladrillo a la vista, donde además en ellas se da algo muy interesante que es el tener la planta baja libre, lo que te permite tener vistas desde una calle hasta la paralela más allá. La gente las aprecia, reconoce la ‘marca’ del estudio y eso se valoriza bastante. En cualquier caso la apuesta ‘Mercedes’ de nuestro estudio parece que tuvo éxito, que la conseguimos. Ahora tenemos un proyecto que llamamos ‘clase A’, es decir: más pequeño, compacto. Si es exitoso, se van a animar los promotores. Va a ser un edificio de buen diseño, con un buen tamaño de tierra, a un precio razonablemente económico… un producto de ese tipo.

intuición aplicada…
Con la computadora… sí, cálculos tengo que hacer. Ni sé lo que es ‘excel’. Mi hijo intentó enseñármelo pero no lo aprendí. Aunque no tengo ningún problema en interpretar las planillas que me traen para estudiar. Uso la computadora para los correos electrónicos, para escribir y para investigar: estoy muy interesado en la información que puedo obtener en Internet, me parece increíble. En esas búsquedas me conduzco por pura intuición. Claro que la intuición sola es como un lente abstracto, la intuición aplicada a las distintas condiciones o a los distintos escenarios en los que tienes que vivir es lo que me resulta más eficaz. Desde joven fui muy aficionado a la música, no fui músico aunque estudié piano bastantes años, y hasta el día de hoy sigo siendo melómano. Creo que todos nosotros, para usar un lenguaje cibernético, nacemos con unos cuantos programas de software adentro nuestro, y que la vida nos lleva a que solamente algunos se activen y otros a lo mejor no los usas nunca. Eso fue lo que me sucedió a mí, en cuanto a la música y a la cultura pop de los sesenta, pero si: todos tenemos una cantidad de programas adentro y algunos se activan y otros no. En fin, creo que todavía a lo mejor consigo activar alguno más.

Respuesta a un estudiante
¿Un arquitecto tiene que estar en todos los detalles de la obra? ¿Incluso, por ejemplo, en la elección y compra de los materiales?
Alejandra D. Pradelli Jones, estudiante de 5to. año de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad Nacional de Buenos Aires, FADU-UBA

Bueno, es importante… y a veces hasta placentero! Por ejemplo, a mi me gusta cocinar, es un verdadero placer y a veces me pasa que al terminar una jornada intensa de trabajo, al llegar a casa me ponga a hacer un plato, como una actividad no solamente de distracción sino también de creación y de placer. No soy un cocinero minimalista, o experimental. Te diría más bien tradicional. Tradicional y en cocina mediterránea. No hago cocina oriental, ni sushi… me encanta el sushi pero… no lo hago. En mi cocina el aceite de oliva es fundamental, y las hierbas… también me da placer hacer las compras. Ir aquí cerca al mercado de Juramento, cuando puedo… algo que también disfruto. No es tan diferente del tema de la elección de los materiales y lo que ocurre en la obra… elegir un buen tomate es un problema! Por ejemplo, la elección de las arenas para los concretos es determinante. Acá tenemos de dos procedencias, la que llamamos ‘arena oriental’, que viene del río Uruguay, o la ‘arena común’ del río Paraná. La arena oriental tiene una granulometría más gruesa y te permite un hormigón de mejor resistencia; a veces se mezclan una arena con la otra. Hoy en día, con la compra de hormigones elaborados y con los aditivos que llevan, uno compra directamente un hormigón de resistencia X, Y o Z. Un cliente del estudio, que es un desarrollador muy importante, nos preguntó por qué no podíamos hacer más rápido el hormigón. La respuesta fue que no podemos acelerarlo por los tiempos de endurecimiento. Para hacerlo habría que agregarle químicos y el precio final sería antieconómico. No obstante ahora se hacen las obras mucho más rápido de lo que se hacían hace 20 años.

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