13.12.2011

Scalae Mario Corea

El ensanche barcelonés ofrece la sorpresa, el desasosiego, de aquello que siendo siempre igual siempre es diferente. Es como un rio grande. La sutil y neutra trama alterna en su desplegarse usos y formas, llenos y vacíos, vivienda e industria, comercio y templos sin interrupción, terminando por regalar al paseante el milagro del tiempo detenido. Y, a la vez, la aceleración emocional. Veamos: basta el atrevimiento de penetrar el diafragma, la piel, de los portales del ensanche para recoger el regalo de las presencias de todas las barcelonas que hoy conviven superpuestas en la misma ciudad. Y, siendo así las cosas, en el deambular por el barrio de la imposible y colosal Sagrada Familia, es posible perderse en un pasaje donde la puerta de un antiguo galpón, una nave industrial, franquea el mausoleo de luz y racionalidad donde un rosarino imagina arquitecturas para el mundo: Mario Corea. Lugar ordenado, donde cada objeto, cada acción, cada persona, tiene previsto su lugar y medida. Como la mesa de Mario, donde es posible reconocer, en la posición misma de los muchos abalorios que la vida ha acumulado sobre ella, el deseo de otra ciudad, la maqueta del mundo donde se excluye nada que pudiera desordenarlo. Orden. Sin embargo, como en el ensanche, la apariencia primera, de lo igual, protege en la mesa de Mario la realidad de lo diferente. Caos. Lo hace en el gesto de sus manos que recomponen constantemente la posición de cada pieza, lo hace en la picardía de la presencia de algunas pequeñas piedras, de colores, que en su cromatismo contradicen con simpatía la gravedad profesional, dándole emoción. Algo aprendió Mario de Sert, y algo le devolvió: nunca ambos renunciaron a dudar de sus maestros, y a la vez, nunca olvidaron que antes que maestros, los suyos, fueron personas alimentadas por sus emociones. Iguales a todos, diferentes a todos: fuera de tiempo. Como los ensanches de la vida. Como Barcelona. Como Rosario. Como el río.

El deporte y la arquitectura…
Los Corea siempre vivimos en Rosario, pero mis raíces más ancestrales son italianas. Mi abuelo era calabrés, llegó de Italia antes de la Primer Guerra Mundial y se instaló en Rosario, donde fue tambero y tuvo 10 hijos. Yo nací en Rosario y, desde muy chico, mi madre me llevó a que aprendiera a dibujar. También me regalaba cubos y cosas para construir. A los 8 años yo me fabricaba cochecitos como si fueran maquetas. Heredé de mi madre la sensibilidad, el gusto por construir y hacer cosas con las manos.
En cambio mi padre me regaló una pelota. Y eso que él era intelectual, su pasión era enseñar, lo que también heredé de él. Yo salgo de esa combinación entre mi madre y mi padre. Además de construir cosas, de chico también me gustaba el aeromodelismo, me encantaba dibujar y era muy bueno en matemáticas. Esa combinación daba como resultado un ingeniero o un arquitecto. Antes de aprender arquitectura fui nadador. Después, a los 17 años, empecé a jugar al rugby y a estudiar Arquitectura, mis dos grandes pasiones. Siempre fui muy apurado con el estudio, el secundario lo hice en 4 años, la facultad en 5 y a los 22 ya estaba en Harvard. Corría porque me aburría, tenía facilidad y siempre estaba buscando algo nuevo. Y ahora, a los 70 años, sigo buscando.

La obra es el proyecto…
Yo soy esencialmente arquitecto. También pinto y dibujo, pero mi devoción es la arquitectura. Para mí, ser arquitecto es proyectar y construir, por eso soy arquitecto y no crítico o teórico. Siempre proyecto como si fuera a construir, aunque esté haciendo un concurso. La obra me deja feliz, lleno. El proyecto es sólo una intención. La obra cobra vida propia a medida que se hace, separándose del proyecto y del mismo arquitecto y pasando a ser de la gente, de la ciudad. La obra siempre me sorprende, aunque la he pensado, dibujado y maquetado, siempre aparecen sorpresas. Además, la escala de la obra no es la escala del proyecto. Yo soy siempre mayor que el dibujo y la maqueta, pero cuando me paro en la obra ella me abraza, me atrapa.
Creo que los arquitectos en ese sentido somos muy diversos. Yo, así como pinto usando las manos, hago arquitectura de la misma manera. Para mí, la obra es el proyecto. Me gusta encontrar el proyecto. En cada lugar o país, me adapto naturalmente y proyecto diferente, en cuanto a la forma, los materiales, la cantidad de planos, la forma de contratos. Para proyectar, es necesario entender cómo funciona el lugar, la gente, cómo se construye, cuáles son los materiales que existen, cómo es el clima, la seguridad y ciertos aspectos culturales, porque todo esto es muy distinto en cada lugar.

Originalidad como llegada…
Cuando trabajaba con José Luis Sert, en los años ’60, él me dijo algo que me marcó: “no fue la originalidad la que hizo inmortal al Partenón, sino que era el mejor de su tipo”. A mí me interesa hacer una arquitectura que me emocione y me sorprenda, mi intención es trabajar para la ciudad y para la gente, no busco estar a la moda. Creo que cada uno tiene que quedarse haciendo lo suyo, y la moda te va a venir a buscar. Las obras que se convierten en inmortales es porque son muy buenas. Mies Van der Rohe decía “no quiero ser interesante, quiero ser bueno”. Me gusta ser original pero como llegada, no como búsqueda; que la originalidad sea un resultado.
Cuando el Gobernador Hermes Binner me encargó construir las escuelas de Santa Fe, me pidió una serie de cosas. En primer lugar, una buena construcción, que fueran escuelas de verdad, de material. En segundo lugar, que estas escuelas interpretaran una nueva línea de educación. Que cada escuela tuviera un patio y que el aula tuviera su extensión en un patio propio. La Ministra de Educación tenía la idea de hacer aulas circulares y, como la forma más cercana al círculo es un cuadrado, las aulas se hicieron cuadradas, de 7 x 7 metros, de manera que cualquier pared pudiera ser el frente.
Además, en estas escuelas, el ingreso, el salón de usos múltiples, la biblioteca, el salón de informática y la zona de servicios están de cara a la ciudad. Así, cuando la escuela está cerrada, estos lugares pueden seguir funcionando para reuniones, como centro cultural, etc. En muchos pueblos chicos, éste es casi el único equipamiento urbano. Para poder construir más de 100 escuelas en 4 años, ideé un sistema original. Inventé un tablero, como el del ajedrez, y unas piezas que representan cada área (aulas, patios, biblioteca, baños, etc.). Son piezas siempre modulares, que se articulan de acuerdo a ciertas leyes. También modulo por dentro, usando la idea de la arquitectura-contenedor, que se personaliza con cada programa. Este sistema de módulos da como resultado construcciones conceptualmente iguales pero todas distintas. Ya se construyeron en Santa Fe más de 15 escuelas con el mismo sistema constructivo y no hay una igual a otra, como si cada proyecto fuera una partida. También usamos este sistema de módulos para construir 80 centros de salud y algunos hospitales. Para mí, la originalidad radica ahí, en el diseño de sistemas proyectuales y tipológicos.

La arquitectura es un fenómeno sensorial…
Hago una arquitectura medida, donde las proporciones valen. El sistema de medidas es siempre el mismo, trabajo con el metro y a veces, cuando puedo, decido con el Modulor, sobre todo con el trabajo en altura. Esto es herencia de mi trabajo con Sert, para quien el Modulor era sagrado. Cuando se usa el Modulor, se nota, porque aporta armonía al proyecto. Sin embargo, soy un creyente no siempre practicante, porque a veces la realidad de la arquitectura no permite practicar. De todas formas, siempre trabajo con el cuadrado, el doble cuadrado, etc., siempre trato de aproximarme al Modulor.
También trabajo mucho con la luz. Con la planta, la toma de posesión de un lugar, con la sección, empezamos a hablar del espacio. Pero recién cuando empezamos a trabajar la luz estamos en el terreno de la arquitectura. Mucha luz, poca o nada, ella es la que califica el espacio e influye en las relaciones que se dan entre las personas. Creo que la arquitectura es un fenómeno visual y sensorial.

Soy un arquitecto de recorridos…
Me gusta mucho el cine, como imagen, como secuencia, como tiempo, y creo me ha influido en algunos proyectos, sobre todo en los recorridos. Me interesa que el edificio se recorra y yo lo recorro cuando proyecto. Trabajo mucho con el concepto de umbral, que es ese lugar que pertenece a dos mundos al mismo tiempo. La entrada es una ceremonia. En todas mis obras hay una situación de umbral, un límite incierto entre el edificio y la ciudad. Cuando proyecto un espacio, pienso en cómo lo va a recorrer cada persona, un alumno, un maestro, un visitante. Soy un arquitecto de recorridos, en todos mis edificios, inclusive en los hospitales, en donde desarrollé un concepto importante que yo llamo “la rambla”. Se trata de calles públicas cubiertas que reemplazan al típico hall de entrada y que tienen de un lado los servicios públicos: la cafetería, la capilla, y del otro lado las puertas de acceso al hospital. Esa rambla es como un gran umbral que puede ser recorrido totalmente sin entrar al hospital. Es un espacio lleno de luz y de dobles alturas, un hecho espacial desde donde se puede entender arquitectónicamente todo el edificio. Si no hay relaciones no hay recorrido. El recorrido trata de ordenar las relaciones de una manera clara y eso está en la base de la arquitectura. Al igual que en el cine, tiene que ver con un relato y con cierta secuencia de cosas. Vas de un lugar a otro para relacionarte con algún hecho.
Creo que las grandes tipologías tienen partidos concretos y cuando los tergiversás, generalmente sacrificás cosas del proyecto. La casa-patio no es un invento, es un partido, porque tiene que ver con una forma de vivir. El partido te ayuda a tener claro ciertas cosas, para luego hacer las transformaciones necesarias según cada programa y cada terreno. A mí me interesan los partidos en cuanto expresión de un concepto de la arquitectura que querés hacer. Si uso el partido de la casa-patio es para hacer una casa que gira alrededor del patio, no una casa con un patio. Cuando hago lo que yo llamo los “multi-patios-pixelados” de las escuelas, una serie de patios como píxeles, propios de cada aula, que van apareciendo en el trayecto por los corredores del edificio, es porque quiero hacer eso, y no un patio central. Me gusta la arquitectura clara pero que, en el recorrido, te lleva a encontrarte con ciertas sorpresas y descubrimientos. Una arquitectura alejada del aburrimiento, donde cambia la luz, el espacio, la altura e incluso las relaciones funcionales.

Los planos y el equipo de trabajo…
Los planos los hago para mí, los uso para dirigir y para orientarme, sobre todo cuando hago obras grandes. El plano te permite ver rápidamente las consecuencias que puede generar un cambio en el conjunto del proyecto. De todas formas, se puede construir con muchos menos planos. Éstos también son armas con qué discutir, porque la dirección de obra es una discusión casi permanente. En el estudio hemos llegado a ser 20 personas, ahora somos 6. Trabajo con 2 o 3 jefes de equipo, que desarrollan conmigo los proyectos desde el anteproyecto hasta la dirección de obra, y son quienes están en contacto directo con los dibujantes, con el calculista de estructuras, con los ingenieros de instalaciones y con los constructores. El jefe de equipo es un gran coordinador, y esta forma de trabajo en equipo, donde me relaciono con todos pero puedo delegar, me ha permitido hacer muchas obras con poca gente. Después de la primera idea, que muchas veces empieza como una nota o un croquis en una libreta, y antes de pasar al ordenador, se arma una maqueta de estudio. Casi no hago maquetas finales. Las maquetas de estudio me sirve para investigar antes de dibujar. Yo hago mi arquitectura. Acepto ideas y creo que el proyecto es colectivo pero hay una mano rectora, una mano que guía y lleva el proyecto adelante.

De la representación a la abstracción…
Mi influencia más directa, humana, fue Sert, quien me marcó en el estudio y en la facultad. Yo llegué a su estudio a través de un vecino de Cambridge que era jefe de equipo en su estudio, y trabajé con él desde el año ’62 al ’68. De estudiante, empecé siendo wrighteano, de hecho me fui a Estados Unidos para ver su obra. Pero después entré a trabajar con Sert, y empecé a aprender de él y de Le Corbusier. Luego, más adelante, sin perder muchos de los valores que aprendí con Sert, mi arquitectura ha ido acercándome más a la influencia de Mies, a los conceptos, a la abstracción. También con la pintura, fui pasando de la representación a la abstracción. Para mí, Wright fue el Arquitecto del siglo XIX, Le Corbusier el del XX, y Mies el del XXI. Lo que me atrae de Mies es que cuanto más abstracto, más vivo. Yo soy un enamorado de Mies pero no lo copio, porque no estoy en su tiempo ni en su lugar, pero sí trato de acercarme a ese concepto de lo mínimo. En una ventana, si no necesito carpintería no la pongo. Busco hacer una arquitectura lo más limpia, lo más blanca posible. Me sirve mucho leer a Mies y ver sus obras, no tratando de imitarlo sino de entenderlo.
Me interesa la trascendencia, pero de la arquitectura, no del autor. Porque uno vive mucho menos tiempo que la arquitectura y como arquitecto uno está construyendo el patrimonio cultural de una sociedad. Es un compromiso conmigo mismo y con la sociedad, intento hacer obras de carácter universal, no construir cosas que luego haya que demoler. Busco los planos, la luz, el color, la profundidad, la transparencia. Creo que mi arquitectura un poco es esto, una cierta simplicidad, una cierta razón, geometría, mucha luz, mucho recorrido. Esto es lo he ido elaborando con el tiempo.

Respuesta a un estudiante
Si tuviera que elegir entre la pintura y la arquitectura, ¿Cuál elegiría?

– Si no estoy haciendo arquitectura estoy pintando. La pintura para mí es, en cierto sentido, todo lo opuesto a la arquitectura. La libertad es total, no tengo presupuesto, cliente, reglamento ni ayuntamiento. Somos el dibujo y yo. No soy un pintor especulativo, pinto a puro corazón. Me sirve porque es un momento en el que tengo la libertad total de decidir lo que quiero. Y si lo que pinté no me gusta, lo tiro y pinto otra cosa. A diferencia de la arquitectura, que tiene un montón de reglas, la pintura es una total independencia, un acto creativo puro.Sinceramente, podría vivir sin pintar, pero no sin hacer arquitectura. De alguna manera con la arquitectura también pintás, pero con materiales. En mi caso son actividades complementarias, pero siempre la arquitectura fue la principal. No soy pintor, soy un arquitecto que pinta y dibuja.

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