13.12.2011

¡Es el punto de vista, estúpido!

La expansión capitalista es un factor crucial a la hora de explicar el “arte moderno”, pero este factor suele ser soslayado a la hora de explicar la arquitectura moderna: sus narraciones canónicas ignoran la existencia del imperialismo. Según ellas uno podría recortar o ignorar el conjunto de las historias que vivía la humanidad en esos años. Para explicar la arquitectura moderna solo necesitan vidrio, acero, capitales, obreros y artistas de las grandes ciudades noratlánticas.

Por eso la arquitectura moderna suele ser mostrada como europea y norteamericana, descartando entre sus causas a los procesos que instalaron al capitalismo urbi et orbi, y los intrincados intercambios culturales que fueron su consecuencia. La contracara de esta versión euro-norteamericana de los relatos de la arquitectura moderna suele ser elaborada desde posiciones nacional o regionalistas -o para decirlo con un término a la moda, “poscoloniales”- y se manifiesta de dos maneras. La primera es la de la denuncia, esto es la demostración de que el poder colonial, imperial o “multinacional” de origen externo supone la destrucción o la deformación de los tejidos culturales preexistentes. La segunda es la de la reivindicación de figuras o movimientos que construyen incontables contra-cánones locales, no tanto en presunta oposición al canon euro-norteamericano sino más bien como su completamiento. Presunto envés de las visiones euro-norteamericanas, esta reacción no discute la premisa de una constitución endógena de la arquitectura moderna que las caracteriza: según ella la máquina modernista euro-norteamericana es tan poderosa que ha resistido cualquier posibilidad de ósmosis con las numerosas culturas que ha ido encontrando a su paso.

El enfoque nacional/regionalista adolece de dos problemas principales. El primero es que entiende a “Occidente” como un bloque homogéneo no contradictorio y, en su “opuesto”, a la “colonia” como un mundo igualmente homogéneo. Se ignoran de este modo la multiplicidad de capas, de instituciones, de prácticas, de intereses de clase, de lenguajes, de imaginarios, de tradiciones que componen las formaciones culturales, en uno y otro caso, de manera algunas veces convergente y muchas más divergentes. Se ignora también que de este modo se generan alianzas y puntos de contacto que atraviesan en direcciones opuestas la aparentemente sólida superficie de separación entre el “afuera” y el “adentro” nacional o local en el marco de los procesos de modernización.

El segundo problema consiste en la suposición de que el “modernismo canónico” está igualmente ligado a condiciones de lugar. Habría, de acuerdo a estos criterios, una arquitectura “modernista” propiamente dicha, localizada en los países hegemónicos de “Occidente”, y una suerte de modernismo residual ligado a las condiciones de lugar de las periferias o de los espacios culturales no “occidentales”. De ningún modo me interesa negar la existencia del “canon”. Discuto su relación con lugares específicos. La magnitud o la grandeza de las figuras canónicas no reside en sus relaciones con las relativamente limitadas condiciones de sus respectivos contextos sino exactamente en lo contrario, esto es en su capacidad de articular en la gestación de sus creaciones la vastísima geografía cultural del mundo de la modernidad, del mundo global.

En el mismo sentido, también las figuras paradigmáticas de los presuntos “contracanones” -Barragán, Niemeyer, Fatti, p.ej.- en vez de reducirse a sus contextos locales como expresiones de esencias intransferibles, deben entenderse como extraordinarias personalidades sensibles a esa misma vastedad de estímulos brindados por la modernidad. En vez de mascullar contra ella es necesario reconocer francamente que la globalización nos abre extraordinarias posibilidades nuevas. Antes, solo el historiador euro-norteamericano estaba en condiciones materiales de estudiar todas las historias de la tierra sometiéndolas a sus puntos de vista y, lo que es más importante, generalizando a continuación (vale decir construyendo una cultura global obviamente noratlánticocentrada). Mientras tanto, presuntamente para enfrentarlo, el historiador “post-colonizado”, el nativo relativista, con la excusa de las dificultades para acceder a los conocimientos sobre la totalidad del mundo, se excluía de toda universalización limitando su trabajo exclusivamente en su propia realidad “profunda”.

La democratización de la información, especialmente a través de las comunicaciones, nos vuelve más libres. Discutir no tanto la constitución del canon, agregando o quitando algunos de sus componentes, sino más bien las lógicas y fundamentos de esa constitución es una tarea de importancia central, como una forma de cuestionamiento de cualquier hegemonía o coagulación de centros -económicos, políticos, étnicos o culturales- de poder. En otras palabras: precisamente porque fueron producto de esfuerzos humanos que condensan todo el pasado en la línea del tiempo, pero también todo el planeta en la línea del espacio, los logros de Le Corbusier o de Hassan Fatti no pertenecen a nadie en particular sino a todos los que habitamos en él.

publicado en la sección tránsito del Scalae Mario Corea

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